Arrepentíos o pereceréis (Luc. 13:1-5)

“En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.”

CONCLUSIONES.

1.  Para Dios no hay pecado grande ni pequeño; sencillamente pecado.

Para Dios, el pecado es abominación a su Santa Persona, cualquiera que fuere el tamaño de la culpa.  Es igual de pecador, el que odia en su corazón, que aquel que envía a matar a sus enemigos.  Desde el punto de vista humano, a nadie condenarían porque odia a otro ser humano; pero aquel que comete homicidio, podría llegar a recibir la muerte en la silla eléctrica como castigo.  La clave está en que tanto el que odia, como el que mata, están siendo desobedientes a la voluntad de Dios; entonces para Dios, son igualmente pecadores todos dos.  El hombre solo juzga por los resultados de la conducta, que en este caso, para el que odia no produjo ningún resultado maléfico, en cambio para el que comete homicidio sí se produjo una víctima.

Miremos el caso del primer pecado que se cometió en la creación, no me refiero al de Adán y Eva, sino más bien el de Lucifer (que actualmente se llama Satanás).  Lucifer era un querubín protector, uno de los mayores seres angelicales que existían en el reino de los cielos, gozaba de honra y de gloria; pero un día, su corazón se llenó de orgullo, quiso ser igual a Dios y sentarse en lo alto junto a las estrellas.  El solamente QUISO SER, no lo hizo, no mató ningún ángel, no atentó contra Dios; sin embargo su ORGULLO, fue tomado como el más abominable de los pecados y por esta razón fue expulsado de reino de los cielos, junto con todos los ángeles que le simpatizaban.

Para ahondar más en este concepto, mire la siguiente cita bíblica: "Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos."  Santiago 2:10  Esto en síntesis quiere decir que solo hay dos veredictos para el ser humano: Culpable o inocente.  Pero nuestra condición de pecadores nos hace culpables, afortunadamente los que corren a los pies de Jesús, están recibiendo limpieza y perdón constante de sus pecados; para de esta forma en el juicio final obtener un solo veredicto: INOCENTES.


2.  La paga del pecado es muerte.

Jesús nos dice que si no nos arrepentimos, pereceremos igualmente como aquellos que pierden su vida en los accidentes, en los terremotos, en las inundaciones, en las masacres, etc.  Pero esto va más allá; pues aparentemente, la muerte física es el fin de nuestros sufrimientos aquí en la tierra; por lo tanto en cierta forma sería un premio para el pecador.  No obstante, hay una muerte segunda, que es la prisión eterna de nuestra alma y espíritu en el Lago de Fuego y Azufre, preparado para Satanás y todos sus seguidores, incluyendo a los pecadores que no se han arrepentido, los cuales siguen la doctrina de Satanás, doctrina que se resume en desobediencia a Dios.  Esta muerte segunda se produce a causa del pecado mortal; es decir a causa del pecado cometido mientras vivamos aquí en la tierra.

"Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro."  Romanos 6:23  Esto quiere decir, que a través de Cristo Jesús obtenemos vida eterna, independiente de nuestra condición de pecadores; pero que si no buscamos el camino, que es Jesús, entonces inevitablemente recibiremos la paga del pecado, que es muerte (no muerte terrenal, sino espiritual); pues el premio no puede ser vida eterna, mientras el castigo sea una muerte física temporal; es decir, tanto el castigo como el premio están a la misma altura.

Resumiendo, no solo el pecado conduce a la muerte, hay otro requisito, que es ignorar el llamado de Jesucristo; quizás este es el mayor de los delitos (aunque no parezca malo, ni viole alguno de los diez mandamientos), que nos hace merecedores del castigo eterno.  Pues si un criminal de los peores, acude a Jesucristo arrepentido y lo recibe como su Señor y Salvador, ya no habrá castigo para dicha persona.  En contraste al criminal, una persona que se cree buena y dice cumplir con los diez mandamientos, resulta perdiéndose, porque no recibió a Jesucristo como su Señor y Salvador.


3.  Arrepentíos.

"Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente", es una frase que se repite en el mismo párrafo, denotando la suprema importancia del arrepentimiento.  Pero no basta con aceptar que es necesario el arrepentimiento, tenemos que arrepentirnos.  Dios no nos va a mostrar el infierno para que tomemos la decisión de arrepentirnos, es necesario que esto suceda a través de la fe, o sea de la firme convicción de que existe una salvación y un castigo, sin que los hayamos experimentado.  No dejes para arrepentirte cuando ya no se puede hacer nada; pues en el infierno hay mucha gente arrepentida (unos pocos maldicen a Dios; pero la mayoría están arrepentidos); sin embargo Jesús con lágrimas en sus ojos, les dice que ya no hay nada por hacer, que la oportunidad la tuvieron cuando estaban vivos y la desperdiciaron por seguir en pos del mundo e ignorar a Dios y su Palabra.

Arrepiéntete hoy y busca de Jesús; quizás mañana sea tarde.

Que Dios los bendiga.

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