Bodas en el cielo, Apocalipsis 19:7-8.

BODAS EN EL CIELO

“Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos”.
Apocalipsis 19:7-8.

Luzbel, vino a ser el tenebroso padre de mentira, gobernador de las tinieblas (Is. 14:12; Ez. 28:17; Jn. 8:44; Ef. 6:12). Fue arrojado del cielo juntamente con todos los ángeles que le siguieron en su rebelión (Ap. 12:4).

Desde luego en el cielo quedó un vacío. El vacío lo llenaría una nueva estirpe, Dios engendraría hijos y se produciría un nuevo nacimiento y una nueva criatura, un nuevo hombre, semejantes a Él para sentarlos en lugares celestiales, sentarlos en el trono, como hijos ser herederos de Dios.

Dios creó al primer Adán a su imagen y semejanza. Y estando el primer Adán solo, “dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él…” (Gn. 2:18, 21-23). Y Dios concluyó la primera ceremonia nupcial en la raza humana y la única en la vida de Adán, diciendo: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn. 2:24).

Al crear y unir a un hombre y una mujer, Dios buscaba descendencia para sí (Mal. 2:15). Para de esas criaturas en descendencia, a todo el que creyera en el postrer Adán venidero, engendrarlo en hijo (1 Jn. 5:1); con derechos de hijos, herederos de Dios y coherederos con Cristo (Ro. 8:17). Vino la descendencia, se multiplicó la raza. Y llegado “el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Gá. 4:4), el postrer Adán.

Este postrer Adán tenía que ser hombre, para poder redimir al hombre; pero no podía venir directamente del primer Adán, porque hubiese sido otro hombre caído. Tenía que ser Dios para que fuera sin pecado, y así salvar al hombre de pecado, pero no podía venir como Dios (Fil. 2:5-7). Se realiza el prodigio de concepción milagrosa en el vientre de la virgen María por obra del Espíritu Santo, se produce la encarnación del Verbo, nace el Hijo de Dios, el Dios Hombre, el postrer Adán.

Satanás, consciente de lo que estaba sucediendo trató de matar al postrer Adán desde que nació, luego le tentó en todo (He. 4:15) esperando que fallara en algo, como falló el primer Adán. La serpiente fue aplastada.

                El postrer Adán que venía a ser cabeza de una nueva raza, que venía a poner en marcha el proceso espiritual y divino de engendrar hijos para Dios, para llevar muchos hijos a la gloria (He. 2:10). Ascendió la loma del calvario, sabiendo que ahí así como el primer Adán estando dormido le abrieron el costado para proporcionarle compañera, también su costado como el postrer Adán estando ya muerto sería abierto, y de ese costado abierto, y de esa fuente de sangre carmesí, pura, inocente, limpia, surgiría la desposada y luego la esposa del Cordero del postrer Adán.

                Más de dos mil años han transcurrido de pruebas, de padecimiento, para la desposada hasta muy pronto cuando nuestro Señor Jesucristo baje hasta las nubes y “con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hallamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:16-17).

                Desde las nubes hacia arriba seguirá el desfile nupcial, y desde los palcos celestiales las huestes angélicas asombradas exclamarán: “¿Quién es ésta que sube del desierto como columna de humo, sahumada de mirra y de incienso y de todo polvo aromático?” (Cnt. 3:6). Pero el desfile nupcial sigue subiendo, y vuelven a preguntar: “¿Quién es ésta que se muestra como el alba, hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden?” (Cnt. 6:10). El ascenso nupcial prosigue, y todavía exclaman: “¿Quién es ésta que sube del desierto, recostada sobre su amado? (Cnt. 8:5).

                Cuando el Amado entra con la desposada, esto es con la Iglesia, se oye en el cielo una gran voz de gran multitud que decía: “Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos” (Ap. 19:1-8).

                Dios es tan celoso con el matrimonio en la raza humana, y muy especialmente entre los cristianos, porque el matrimonio ilustra y señala a las bodas de Cristo y la Iglesia, la unión mística, pero real y maravillosa entre Cristo y los redimidos por toda la eternidad.

Rev. Luis M. Ortiz
Revista Impacto Evangelístico, Edición 745, páginas 38-39


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