La necesidad de intercesores, Deuteronomio 9:18-19.
LA NECESIDAD DE INTERCESORES
“Y me postré delante de Jehová como antes,
cuarenta días y cuarenta noches; no comí pan ni bebí agua, a causa de todo
vuestro pecado que habíais cometido haciendo el mal ante los ojos de Jehová
para enojarlo. Porque temí a causa del furor y de la ira con que Jehová estaba
enojado contra vosotros para destruiros”.
Deuteronomio
9:18-19.
Moisés, este gran hombre de Dios, lo
vemos tan sobrecargado y tan preocupado por causa del pecado del pueblo y por
el inminente peligro y castigo que sobre ellos se cernía. Por esta situación
Moisés se postró, interponiéndose ante la amenazante justicia divina, por
cuarenta días, hasta que prevaleció.
Amados, el Dios infinito jamás
cruzará para castigar, ni pasará por encima de un hombre postrado en
humillación, súplica e intercesión en favor del pueblo. Esa es la oración que
detiene el brazo de Dios para castigar, y que mueve el brazo de Dios para
salvar.
En el tiempo de Moisés, el pueblo
rechazó a Dios, y se hizo un becerro de oro para adorarlo. Como en el tiempo de
Moisés, hoy día la inmensa mayoría de la humanidad ha rechazado a Dios para
hacerse “becerros de oro”.
“Pues
habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias,
sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue
entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria
del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves,
de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia,
en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus
propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y
dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los
siglos. Amén. Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus
mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual
modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en
su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres,
y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no
aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para
hacer cosas que no convienen...” (Ro. 1:21-32).
“Por
lo cual eres inexcusable… Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido,
atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo
juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras…” (Ro.
2:1-9).
Todo el pueblo de Dios, aunque
diseminado por toda la Tierra, y frecuentando distintas iglesias, puede y debe
ser uno en el Espíritu, uno en la fe, uno en el propósito de evangelizar el
mundo, pero no tiene que estar aglutinado o amalgamado en una súper estructura,
en una súper organización, donde se sacrifiquen los conceptos bíblicos, las
doctrinas fundamentales y el testimonio cristiano por las estadísticas.
Ante esta condición, se hace urgente
que se levante un gran ejército de hombres y mujeres de oración, de
intercesión, que detengan el brazo de Dios para derramar su ira, y muevan el
brazo de Dios para visitar al mundo y a la Iglesia con el despertamiento más
grande de la historia.
En los tiempos del gran profeta
Elías, una prolongada sequía asolaba el país, y este se decidió a orar a Dios
para que enviara lluvia sobre la tierra. El profeta Elías le dijo al rey Acab:
“Sube, come y bebe… Acab subió a comer y
a beber. Elías subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose en tierra, puso su
rostro entre las rodillas”, y comenzó a orar, a interceder (1 R. 18:41-42).
El rey Acab subió a comer y a beber,
y comió y bebió como rey, pero el verdadero rey de la situación fue aquel gran
hombre de Dios, Elías, que con su oración, ayuno e intercesión, postrado con su
rostro en tierra, movió el brazo de Dios para que abriera las ventanas del
Cielo y enviara lluvia en abundancia sobre la tierra sedienta.
Hoy día también hay los que de nombre
son reyes, tienen grandes títulos eclesiásticos, que comen y beben como reyes;
pero que los que verdaderamente mueven el brazo de Dios para detener el mal, y
para promover el bien, y la obra misionera, y la salvación de las almas, son
aquellos que agonizan sobre sus rodillas en oración e intercesión. Estos son
los verdaderos reyes en la presencia de Dios, estos son los verdaderos grandes,
estos son los que tienen un lugar de honor ante los ojos de Dios.
Amados, es tiempo de buscar a Dios, es tiempo de orar.
Rev. Lus M. Ortiz, Revista Impacto Evangelístico, Edición
Febrero/2016