Los peligros de la fama
“Entonces todo el pueblo de Judá tomó a Uzías, el cual
tenía dieciséis años de edad, y lo pusieron por rey en lugar de Amasías su
padre…
E hizo lo recto ante los ojos de Jehová...” 2 Crónicas
26:1-4.
En la actualidad hay una terrible
carrera por querer ser famoso. Cuando la fama comienza a llegar a la vida de
las personas, éstos se enaltecen, se olvidan de donde salieron y algunas veces
se olvidan de su procedencia.
El rey Salomón era un hombre
sabio y rico, como ninguno en su época, cuando estaba sentado en su trono nadie
podía irrumpirle si no era llamado por él. Cuando llamaba a alguien, esa
persona tenía que llegar reverentemente, no podía verle a la cara, al irse
debía hacerlo de la misma forma. Un día
su madre, Betsabé, irrumpió sin ser llamada y sin porte reverente, al verla
Salomón bajó de su trono y salió a recibirla, con reverencia, ya que ella no
era cualquier persona, sino su madre. Muchas personas que se dejan envolver por
la fama, ya ni siquiera quieren recibir a su madre.
Dios ha bendecido a algunos,
luego de que no han tenido bienes materiales los ha prosperado, les ha provisto
de casas, carros, profesión, títulos, cuenta bancaria y buena ropa; pero luego
de recibir estas bendiciones, empiezan a cambiar, ya no son los mismos de
antes, ya no hablan como antes, ahora son orgullosos, altivos, tratan de menos
a aquellos que no han alcanzado sus mismos logros, logros que Dios por
misericordia les ha dado, e incluso consideran ignorantes a aquellos que no
piensan como ellos. Se cumple en ellos lo que enseña la Palabra de Dios: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y
antes de la caída la altivez de espíritu” (Pr. 16:18).
El buscar a Dios nos brinda
dirección divina, inspiración y unción. El que guía un carro no suelta el
timón, porque el carro busca salirse de la carretera y por lo tanto necesita un
chofer que lo dirija a su destino. Las corriente de los aires, quieren desviar
los aviones, la corriente de los mares quieren desviar los barcos, el diablo
quiere sacar al creyente de su ruta y de su santidad. Por eso hay que buscar al
Señor, porque Él nos va dando el mejor rumbo a seguir para nuestras vidas.
El único que conoce el camino al
Cielo es el Espíritu Santo, por ello Dios lo dejó aquí en la Tierra, para que
nos guiara hacia la justicia y la verdad, “para
que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado” (He. 12:13). El
libro de Isaías nos dice que, éste es un camino de santidad, para que ni el más
torpe se aparte (Is. 35:8). No es camino de mucho saber, sino de mucho
obedecer. Todo el que busca a Dios de todo corazón prospera espiritual, moral y
materialmente.
Debemos estar muy claros con
Dios, en que no merecíamos su sacrificio, lo que sí teníamos muy merecido era
la condenación, puesto que Dios no estaba obligado a salvarnos; ya que Él no
nos hizo pecadores, sino que el mismo hombre se hizo pecador. Su inmenso amor
por la humanidad lo llevó a ello. Juan 3:16, nos da una exclamación del amor
inefable de Dios, diciendo: “Porque de
tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Jesús justificó al publicano que
estaba orando en el templo, porque estaba postrado de rodillas, clamando a
Dios, con humildad, e invocando la misericordia de Dios, diciendo: “Sé propicio a mí, pecador” (Lc. 18:13).
Todo lo que tenemos y lo que podemos disfrutar, lo tenemos por la gracia de
Dios y por Su inmenso amor, tal como dice la Palabra: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues
es don de Dios” (Ef. 2:8).
Uzías se engrandeció en gran
manera, además tenía un cuerpo de ingenieros buenísimos, pues fue el primero
que diseñó las lanzas, fabricó máquinas que lanzaban piedras. Dios prosperó a
Uzías, y le dio fama, y llegó a no confiar en Dios, porque el diablo le hizo
creer que ya era popular, famoso. Cuando esto sucede, se está muy ocupado y no
se tiene tiempo para orar, ni para consagrarse. En 2 Crónicas 26:16, leemos: “Mas cuando ya era fuerte, su corazón se
enalteció para su ruina...”
En cambio, Cristo nos dio un
verdadero ejemplo de lo que es vivir en integridad, ya que su fama se extendía
por todos lados, pero Él se conservaba humilde, enseñándonos que se podía ser
famoso y guardarse para Dios, en integridad y en humildad.
Amados, debemos saber que la gloria y honra le pertenecen
exclusivamente a Dios. Amén.
Rev. Manuel Zúñiga
Revista Impacto
Evangelístico, Julio 2016, páginas 40-41.