La afrenta del pecado.
“La justicia engrandece a la nación; más el pecado es
afrenta de las naciones”.
Proverbios 14:34.
Una
afrenta es un dicho o un hecho, nuestro o de otro, que inesperadamente nos avergüenza,
nos confunde, nos descubre, nos muestra tal cual somos. Una persona puede parecer muy saludable
exteriormente, y sin saberlo puede que el terrible cáncer le esté devorando
internamente; tarde o temprano el cáncer se ha de manifestar. Asimismo, una persona puede parecer
exteriormente muy honorable; sin embargo, en privado comete actos vergonzosos,
y tarde o temprano tales actos le saldrán al paso en público y la afrentarán.
Frecuentemente
culpamos a Dios de nuestras desgracias, de nuestras tragedias, de nuestros
males. Pero Dios quiere nuestra
felicidad, nuestra prosperidad, nuestro bienestar; Él quiere que estemos en
prosperidad tanto espiritual como material.
“Amado, yo deseo que tú seas
prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma”
(3 Jn. 1:2).
La
ausencia de prosperidad en el alma significa la ausencia de prosperidad en todo
lo demás, aunque a veces parezca que estamos en prosperidad en todo lo demás,
menos en el alma; dicho de otra forma, la presencia del pecado en nuestra alma
nos afrenta como individuos y como nación, y causa trastornos indecibles en
nuestra vida. Cuando nuestra alma no
está bien delante de Dios por la presencia del pecado, no puede haber bendición,
no puede haber amor hermanable, no puede haber paz, no puede haber verdadera
prosperidad, no puede haber espíritu de comprensión, no puede haber espíritu de
perdón, no puede haber arrepentimiento.
“El pecado es afrenta de las naciones”. El pecado afea la nación, envilece al pueblo,
destruye sus reservas morales y espirituales; el pecado roba a la nación la
gloria de la justicia, la bendición de la prosperidad, la dicha de la
convivencia hermanable.
“El pecado es afrenta de las naciones”. Un pecado que afrenta al mundo es el pecado
de la idolatría, este pecado es la ruina del pueblo, porque es un pecado que es
abiertamente contra Dios, es una violenta prevaricación del primer y grande
mandamiento que dice: “No tendrás dioses
ajenos delante de mí. No te harás
imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la
tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.
No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios”
(Ex. 20:3-5).
Notemos
la gran afrenta de este pecado escrita por el apóstol Pablo, y dice: “Profesando ser sabios, se hicieron necios,
y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre
corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia,
en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus
propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y
dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los
siglos. Amén. Por eso Dios los entregó a pasiones
vergonzosas; pues aún sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra
naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la
mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos
vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución
debida a su extravío. Y como ellos no
aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para
hacer cosas que no convienen…” (Ro. 1:22-32).
Muchos
pecados hay que afrentan a la nación, como el pecado del uso de las bebidas
embriagantes, la adicción a las drogas que arruina vidas, hogares, empresas,
industrias, y los cuales son la causa directa dela inmensa mayoría de los
crímenes y accidentes. También el pecado
del juego de azar, que hace perder en el hombre la honra en el trabajo y los
convierte en un parásito y en un holgazán.
Muchos otros pecados que en tiempos pasados, por ser tan vergonzosos, se
practicaban en oculto, en nuestros días han salido al descubierto y se practican
abiertamente y sin ningún recato, y para mayor afrenta, hasta se pretende
justificar tales pecados, como el homosexualismo, el lesbianismo, la
pornografía, etcétera. Sí, el pecado es
afrenta de la nación y del individuo.
Pero
hay un remedio eficaz para todo esto, escucha la voz de Dios por medio del
profeta Isaías, que dice: “Venid luego,
dice Jehová, y estemos a cuenta; si vuestros pecados fueren como la grana, como
la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojo como el carmesí, vendrán a ser
como blanca lana… y volveré mi mano contra ti, y limpiaré hasta lo más puro tus
escorias, y quitaré toda tu impureza” (Is. 1:18,25). Y también Dios dice: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas
vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré.” (Ez.
36:25). También nos dice “Y la
sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” (1 Jn. 1:7).
Amigo
mío, allí mismo donde estás, acepta a Jesucristo como tu gran Salvador. Si lo aceptas, será quitada de ti la afrenta
del pecado que te denigra y te posterga.
Amén.
Rev. Luis M. Ortiz
Fundador del M.M.M.