El Soplo de Dios
“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la
tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.”
Génesis 2:7.
En primer lugar, Dios tomó del
polvo de la tierra, tomó arcilla, y con sus manos de artífice único modeló con
el barro una figura perfecta, la figura de lo que vendría a ser el primer
hombre con todas sus facciones y órganos; ahora era barro modelado, pero
siempre barro, arcilla inanimada, sin vida.
Quiere decir que el cuerpo humano
no se formó por la teoría de la evolución de las especies, no fuimos ni algas
marinas, ni peces, ni orangutanes, tampoco salimos de una gigantesca explosión,
como tampoco de una solitaria y peregrina bacteria que viajó millones de años
luz hasta llegar a la tierra. ¡No! El cuerpo humano lo formó Dios. Esto es más
científico, más razonable, más lógico, más comprensible, más comprobable, más
práctico, más confiable, que todas las teorías e hipótesis humanas. Pero ahí no
termina el proceso, nos dice la Biblia que Dios “sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”,
un alma viviente.
Todos sabemos que la vida procede
de la vida, el Dios viviente y creador es el único que tiene vida propia en sí
mismo. Dios sopló de su aliento, de su aire, de su espíritu, y el muñeco de
barro vino a ser el hombre, un alma viviente. De modo que el hombre recibió la
vida de parte de Dios y no de la evolución de las especies.
Además, Adán fue el primer
hombre, lo cual también descarta la teoría de una raza pre-adámica como alguno
sugiere.
Señalamos nuevamente que el
hombre vino a la vida por medio del soplo, por medio del aire del Espíritu de
Dios. En el libro de Job leemos: “Ciertamente
espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda”
(Job 32:8). También dice en este libro: “El
Espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida” (Job
33:4).
Esta procedencia y dependencia de
la vida humana del soplo del Espíritu de Dios es evidenciada e ilustrada, de
manera excepcional, en el hecho de que nosotros podemos vivir más de un mes sin
comer, podemos vivir varios días sin tomar agua, pero no podemos sobrevivir
unos pocos minutos sin respirar aire. Dios ha puesto el oxígeno en el aire que
respiramos.
La palabra “oxígeno” está
compuesta de dos palabras griegas que significan “gas que engendra” o “que da
vida”. Y lo cierto es que, si cuando exhalamos el aire de los pulmones no
volvemos a inhalar nos morimos; quiere decir que cada vez que inhalamos
vivimos, seguimos viviendo, es como volver a nacer.
DIOS IMPARTIÓ ENERGÍA. En las Sagradas Escrituras continuamente
leemos acerca de este soplo de Dios, de este aliento, de este aire, de este
viento del Espíritu de Dios realizando grandes obras.
Desde el inicio de la creación de
todas las cosas, dice la Biblia: “Y el
Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1:2). Aquí se
nos habla del mover del Espíritu Santo revoloteando como paloma, según una
traducción hebrea impartiendo energía; y a través de ese mover y de esa
energía, produciendo las distintas ondas, como las ondas eléctricas,
electromagnéticas, luminosas, sonoras, y otras.
LA RAZA RESURGIÓ. Luego en el caso del diluvio cuando las aguas
prevalecieron por espacio de más de un año, desde que Noé entró al arca hasta
que salió de la misma, Dios decidió hacer descender y retirar las aguas, y nos
dice la Biblia que “hizo pasar Dios un
viento sobre la tierra, y disminuyeron las aguas… Y las aguas decrecían…”
(Génesis 8:1-5); y las aguas se secaron sobre la tierra. Hizo pasar Dios un
viento, el viento natural en lugar de hacer decrecer las aguas, las hace
encrespar.
La misma palabra hebrea que se
usa para el soplo de Dios, en la estatua de barro, es la que también se usa
para este viento enviado por Dios para secar la tierra después del diluvio, fue
el soplo del Espíritu de Dios. Por el soplo del Espíritu de Dios la raza fue
conservada
ISRAEL NACIÓ. En ocasión de la separación de las aguas del mar
Rojo, para que el pueblo de Israel pasara y escapara del cautiverio y la
persecución de Egipto, nos dice la Biblia que “hizo Jehová que el mar se retirase por recio viento… y volvió el mar en
seco, y las aguas quedaron divididas.
Entonces los hijos de Israel entraron por en medio del mar, en seco...”
(Éxodo 14:21, 22).
Luego de este gran evento y
refiriéndose al mismo, Moisés y el pueblo cantaron a Dios diciendo: “Al soplo de tu aliento se amontonaron las
aguas; se juntaron las corrientes como en un montón… se cuajaron en medio del
mar… Soplaste con tu viento… Condujiste en tu misericordia a este pueblo que
redimiste; lo llevaste con tu poder a tu santa morada…” (Éxodo 15:8, 10,
13). Por el soplo del Espíritu de Dios
la nación de Israel nació.
A UN PROFETA LLAMÓ. Estando Ezequiel entre los cautivos del pueblo
de Israel en Babilonia, él escribe: “Los
cielos se abrieron, y vi visiones de Dios… y vino allí… la mano de Jehová. Y
miré, y he aquí venía del norte un viento tempestuoso, y una gran nube, con un
fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor… y veía la figura de un trono
que parecía de piedra de zafiro; y sobre la figura del trono había una
semejanza que parecía de hombres sentados sobre él… así era el parecer del
resplandor alrededor. Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová”
(Ezequiel 1:1-4, 26-28).
Nótese que, ante esta grandiosa
visión de la gloria de Dios, lo primero que Ezequiel notó fue el viento
tempestuoso de la gloria y de la presencia de Dios. Por medio del viento
tempestuoso del Espíritu de Dios, a un profeta Dios llamó.
A ISRAEL RESTAURÓ. Cuando Dios le mostró a Ezequiel la restauración
del pueblo de Israel, le dio la visión del valle de los huesos secos. Ezequiel
profetizó y los huesos dispersos se juntaron, y se convirtió en un valle de
esqueletos; Ezequiel siguió profetizando y surgieron tendones, carne y piel
sobre los esqueletos, pero no había en ellos espíritu, ahora era un valle de
cadáveres; volvió a profetizar Ezequiel, esta vez al espíritu diciendo: “Espíritu, ven de los cuatro vientos, y
sopla sobre estos muertos, y vivirán. Y profeticé como me había mandado, y
entró espíritu en ellos, y vivieron… Me dijo luego: Hijo de hombre, todos estos
huesos son la casa de Israel” (Ezequiel 37:9-11).
Podemos notar que fue cuando
Ezequiel profetizó para que el Espíritu de Dios soplara sobre el valle de
cadáveres que estos vivieron y se levantaron sobre sus pies, un ejército grande
en extremo; todos estos huesos, estos cadáveres, son la casa de Israel.
Hoy día Israel está restaurado en
su tierra, pero está como un valle de cadáveres sin vida espiritual, pues, aun
como nación rechazan a su Mesías, al Señor Jesucristo.
Pero el día está cercano cuando
el Señor vuelva a la tierra por segunda vez, y entonces derramará sobre la casa
de David y sobre los moradores de Jerusalén “espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y
llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se
aflige por el primogénito” (Zacarías 12:10).
Notemos que por el soplo del
viento del Espíritu Santo es que Israel reconoce a Cristo como su Mesías, y
revive y resurge como nación preponderante en el mundo con Cristo, como Rey de
reyes y Señor de señores reinando en Jerusalén, la futura capital del mundo.
Una nación muerta desde casi dos mil años es restaurada y revivida, por medio
del soplo del Espíritu de Dios.
EL NACER DE NUEVO, DIOS IMPLANTÓ. Cuando Nicodemo vino donde Jesús,
inquiriendo sobre la persona del ministerio del Señor, este le habló de la
verdadera necesidad de aquel y le dijo: “De
cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el
reino de Dios” (Juan 3:3). Nicodemo no entendía, y Jesús añadió: “el que no naciere de agua y del Espíritu,
no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). Nicodemo aun no entendía,
y el Señor le dijo: “El viento sopla
donde quiere, y oye su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así
es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).
Así como la estatua de barro
recibió vida por el soplo del Espíritu de Dios en el huerto del Edén, así el
hombre pecador muerto en delitos y pecados recibe vida eterna, nace de nuevo,
es hecho hijo de Dios por medio del soplo del Espíritu de Dios.
LA IGLESIA NACIÓ. “Cuando
llegó el día de Pentecostés… de repente vino del cielo un estruendo como de un
viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados… y
fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas,
según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:1-4).
Amados, aquí vemos nuevamente el
soplo del Espíritu Santo, esta vez para el nacimiento de la Iglesia de nuestro
Señor Jesucristo. Este viento recio del Espíritu Santo era del todo necesario,
en primer lugar, para aventar y eliminar todas las ideas materialistas y
temporales que aún tenían los apóstoles y discípulos, acerca del
establecimiento de un reino terrenal en ese tiempo. En segundo lugar, para que
recibiera la virtud del Espíritu Santo y fueran testigos de Jesucristo en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra (Hechos
1:8).
Efectivamente la Iglesia del
Señor nació con el viento recio de Pentecostés, la Iglesia apostólica conquistó
con el soplo de Pentecostés, la Iglesia perseguida sobrevivió a la recia
persecución con el viento recio de Pentecostés; la iglesia imperial se
mundanalizó porque respiró los aires contaminados del palacio imperial y le
faltó el aliento, el aire puro del Espíritu Santo; la iglesia medieval o papal
se corrompió moral, espiritual y doctrinalmente porque se estructuró siguiendo
las corrientes de los vientos del férreo imperio romano y pagano, y resistió y
rechazó el soplo vivificador y santificador del Espíritu Santo; la Iglesia de
la Reforma surgió con asfixia, sin el aliento, sin el aire, sin el soplo de
Pentecostés; la Iglesia del siglo XXI y a principios del siglo XX revivió con
el viento recio de Pentecostés.
Es una lástima que desde el principio
del siglo XX hasta hoy siglo XXI, haya tantos creyentes, congregaciones,
pastores, organizaciones, y concilios pentecostales, donde ya el viento recio y
el fuego impetuoso e incontenible de Pentecostés se sigue acabando y lo están
sustituyendo con fuego extraño de elaboración humana.
Ahora han sacado el arca de la
Obra de Dios, de la casa del anciano Abinadab (nombre que significa “nobleza”),
y la cargan en un carro modernista y mundano, conducido por los hijos del
anciano Abinadab, esto es, por la nueva generación.
Uno de los hijos se llama Uza,
que significa “fuerza”, la fuerza del intelectualismo, del humanismo, de las
filosofías, de las finanzas, de la banca y de programas sociales. El otro se
llama Ahío, que significa “fraternal”, este iba al frente del arca, era muy
fraternal, era hermano de todos, a todos les caía bien, pues estaba de acuerdo
con todo y con todos, era ecuménico. Y así iba el arca de Jehová en el carro
nuevo, todo era alegría, danzas, instrumentos, fiesta, música, concierto,
festival, y panderos.
Pero “llegaron a la era (casa) de Nacón” (2 Samuel 6:6). Nacón significa
“desastre”, y allí vino el desastre. Uza tocó el arca “y el furor de Jehová se encendió contra Uza, y lo hirió allí Dios por
aquella temeridad, y cayó allí muerto” (2 Samuel 6:7).
Y hoy día, en muchos casos, así
es que llevan la Obra de Dios en el carro nuevo, de los nuevos conceptos, de
los nuevos rumbos, de las nuevas situaciones, de las nuevas interpretaciones,
de las nuevas teologías, de las nuevas terapias y manipulaciones mentales, de
la nueva moral, de la nueva música, del nuevo bautismo del Espíritu Santo, de
los nuevos repartidores de lenguas y de dones, de la nueva ola. Pero es mejor
que se arrepientan, cesen y desistan a tiempo de ese fatal derrotero, pues ya
están llegando a la casa de Nacón, se avecina el desastre ahora y en la
eternidad.
Amados, la Iglesia de hoy no
tiene otra alternativa que el viento recio de Pentecostés, el fuego del
Espíritu Santo, la vida de santidad, el ministerio auténtico de la Palabra de
Dios; la unción divina con señales, prodigios y maravillas; la glorificación
del nombre de nuestro Señor Jesucristo, hombres y mujeres de Dios llenos del
Espíritu Santo con un testimonio limpio.
Amigo, si Dios al soplo de su
Espíritu impartió energía al universo, creó al hombre, dividió el mar Rojo,
fundó su Iglesia, ¿qué no hará Dios para ti? Ahora mismo, Él quiere hacerte
nacer de nuevo, quiere hacerte una nueva criatura, quiere transformar tu vida;
quiere darte paz, gozo y felicidad. Abre tu corazón para que el fuego del
Espíritu Santo, que el viento recio de Pentecostés realice esta maravillosa
obra. Amén.
Rev. Luis M. Ortiz,
Fundador MMM.