La Vid y el Pámpano
El pámpano está unido a la vid, y allí es donde crece,
se desarrolla y recibe lo que necesita para vivir en abundancia y en fortaleza.
Rev. Ramón Aponte
“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que
permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí
nada podéis hacer” (Juan 15:5). La adhesión del pámpano a la vid le permite
no solamente recibir el alimento, sino también le ayuda a llevar una vida
fructífera. Las responsabilidades de la vid y del pámpano son muy diferentes;
la primera ofrece vida y abundancia, mientras que el segundo ha de permanecer
adherido, y prosperar lo que la vid le ha dado.
Cristo dijo a sus discípulos: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el
labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que
lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios
por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el
pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así
tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los
pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque
separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera
como pámpano y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que
queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho
fruto, y seáis así mis discípulos” (Juan 15:1-8).
El apóstol Pablo declara en la
epístola a los Romanos 8:35-39, una serie de preguntas y de refutaciones con
respecto a unos factores que podrían separarnos de Cristo, nuestra vid: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?
¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o
espada? (…) Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de
aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni
ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo
alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de
Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Asimismo, en la carta a los
Filipenses 4:13, leemos como sigue: “Todo
lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Todo cuanto precede se hace
realidad en la vida del cristiano bajo la condición de que éste mantenga un
estado de comunión constante con la vid. La preposición “en” (en Cristo)
expresa perfectamente esa idea de reposo, de permanencia o de fusión entre
nosotros y el Señor Jesucristo. ¿Por qué hallamos en nuestro entorno cristianos
tristes, para quienes la Palabra de Dios es una carga e ir a la Iglesia un
fastidio? Simple y llanamente porque no están adheridos a la vid, y por ende,
no se benefician de la vida abundante que emana de ella.
La dependencia del cristiano con
respecto a Cristo no puede ser parcial ni tampoco incompleta, sino total. Dios
tiene que estar involucrado en todos y en cada uno de los ámbitos de nuestra
vida: espiritual, física, material, etc. Este es un aspecto fundamental y
crucial en la vida del creyente. Nuestro amado Salvador advirtió claramente
que, por cuanto somos pámpanos, no podríamos hacer nada separados de Él (Juan
15:5).
Y es que, amados lectores, el
pámpano separado de la vid no tiene valor ninguno, y ni siquiera se puede
reciclar su madera para crear algo útil. La savia que la vid le proporciona al
pámpano tiene todos los elementos necesarios para que éste sea fructífero. La dependencia
de Dios, pues, hace que no deseemos llenarnos con cosas del mundo, porque
llevamos una vida de plenitud en Él.
Los pámpanos infructíferos son
echados al fuego, como les recuerda el Señor Jesucristo a los que escuchaban
sus predicciones. Es más, la madera del pámpano, por su naturaleza, ni siquiera
permite mantener el fuego avivado, y solo se reduce a cenizas que lleva el
viento. ¿Está usted adherido a la vid verdadera? ¿Está recibiendo la savia que
hará de usted un pámpano fructífero? Las advertencias de Cristo al respecto son
claras. Retornemos, pues, a una comunión genuina y a una dependencia exclusiva
de Él. Dios les bendiga.