Obediencia o sacrificios, ¿Qué le agrada más a Dios?


Todos los dioses de los pueblos requieren de sacrificios para que ellos puedan estar atentos a las necesidades de sus seguidores y para que respondan oportunamente a sus peticiones; y si esta es una práctica que se hace delante de ídolos o falsos dioses, entonces ¿Qué se deberá hacer frente al verdadero Dios Jehová de los Ejércitos?

Texto: Isaías 1:10-20.

Príncipes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová; escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. ¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios? No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas. Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos. Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho”.

CONCLUSIONES.

El pueblo de Dios se encontraba en un tiempo de decadencia espiritual, donde ofrecían sacrificios a Dios solo como parte de sus ritos a que estaban acostumbrados y tratando así mismo de que Dios no se airase con ellos, teniendo en cuenta que estaban adorando toda clase de ídolos; es decir que estaban sirviendo a dos señores: A Dios y a los ídolos; y es por eso que los compara con los habitantes de Sodoma y Gomorra que eran los pueblos más paganos y pecadores de aquella época: “Príncipes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová; escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra”.

Dios exige concordancia entre lo que hay en el corazón del hombre y lo que este trata de expresarle a Dios a través de sus sacrificios y por eso llegó un día en el que Dios estaba hastiado de los sacrificios de su pueblo y lo expresa a través de su profeta Isaías en esta frase: “¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos”.

Dios no estaba demandando estos sacrificios de mano del hombre; sino que el hombre trataba de tapar sus pecados y de contentar a Dios presentándole sacrificios en vez de enderezar sus caminos: “¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios?”.

Por el contrario, Dios estimaba estos sacrificios como vanos, sin sentido y sin fundamento; y más aún se estaban convirtiendo en pecado, en abominación y también en iniquidad y por eso pedía que no le presentasen más ofrendas: “No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes”.

Hasta llegar al punto de que Dios aborrecía estos sacrificios y en vez de sentirse agradado, más bien se sentía cansado de ellos: “Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas”.

Y por dicha razón Dios había cerrado sus ojos y sus oídos para no ver los sacrificios de su pueblo, ni para escuchar sus oraciones, porque había pecado en sus manos, tanto que estaban sucias de sangre: Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos”.

Y En vez de sacrificios Dios les exigía el arrepentimiento verdadero, consistente en lavar y limpiar los miembros de su cuerpo que usaban como instrumentos para hacer el mal, apartar la iniquidad de sus vidas, dejar de hacer lo malo; y en vez de eso hacer el bien, hacer justicia con el agraviado, con el huérfano y con la viuda: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda”.

Si el hombre cumple con estas demandas, entonces estará preparado para el siguiente nivel, que consiste en ser limpiado y emblanquecido de sus pecados: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”.

Y si el hombre escucha y cumple con estas exigencias de Dios entonces podrá recibir de Él la bendición (que consiste en comer del bien de la tierra) y si hace caso omiso siendo rebelde, entonces recibirá la maldición (que consiste en ser consumido con espada, hambre y pestilencia): “Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho”.

Hoy en día el hombre aún presenta rituales, fiestas paganas y ciertos sacrificios a sus dioses, sin entender lo que el verdadero Dios está exigiendo de nosotros. Dios pide hoy otro tipo de sacrificios, que tienen su fundamento en los exigidos en la antigüedad como: Dejar de hacer lo malo, hacer justicia con el agraviado, con el huérfano y con la viuda; hoy exige principalmente alabanza y adoración como uno de los mayores sacrificios, exige también presentar nuestro cuerpo en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios y también exige el cumplimiento del segundo gran mandamiento que consiste en amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Celebrar fiestas a Dios, donde en vez de girar en torno a la alabanza y adoración, se dedican a las tradiciones y costumbrismos, es algo que está desaprobado por Dios, es algo que no causa la aceptación de Dios, sino que más bien se convierte en pecado. Un ejemplo de esto es sacar los ídolos del templo y pasearlos por las calles, siguiendo paso a paso los rituales establecidos para dicho evento, lo cual causa la ira de Dios: Primero porque se está robando la gloria a Dios para dársela a los ídolos y segundo porque esta actividad no corresponde a ninguno de los sacrificios estipulados por Dios.

Estimado hermano y amigo, hay que leer la Palabra de Dios, para conocer qué es lo que Dios está exigiendo de nosotros; pues el problema de la mayoría de las personas es que quieren ofrecer algunos sacrificios pensando que con esto pueden contentar a Dios y de paso pagar la salvación; pero a Él solo se puede agradar haciendo su voluntad y no la de nosotros.  Hoy en día se hacen ciertos rituales en semana santa, en navidad y en otros días especiales; también se hacen caminatas con flagelaciones y sacrificios para el cuerpo, también peregrinaciones a sitios religiosos muy concurridos y venerados, festividades que están muy lejos de agradar a Dios y de cumplir con sus exigencias.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21. 

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