¿Cuánto amas a Dios?
Dios siempre ha amado al hombre por ser la máxima expresión de su creación y por tal razón envió a su único hijo Jesucristo a morir en la cruz del calvario para pagar el precio de nuestra redención y así rescatarnos del pecado y su consecuente castigo en el infierno. Pero ¿será que el hombre ama a Dios en la misma medida en que es amado?
Texto:
Juan 14:23.
“Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada con él”.
CONCLUSIONES.
Partimos de un principio y es que Dios por ser espiritual
es invisible y no lo podemos ver ni palpar con nuestros sentidos físicos y por
lo tanto es necesario un despertar espiritual en el hombre para que este pueda
ver la gloria de Dios, para que pueda escuchar su voz y para que pueda sentir
su presencia; pero el hecho de que no lo podamos palpar, no quiere decir que no
exista; por ejemplo, sería una equivocación decir que no existe el aire porque
no lo podemos ver.
Hay dos formas de amar a Dios, la primera de ellas es a
través de nuestro prójimo, pues con este si podemos interactuar con nuestros
sentidos y a este sí le podemos demostrar que el amor de Dios está en nosotros;
al prójimo le podemos ayudar en sus necesidades físicas, en cambio a Dios no porque
Él no tiene ninguna necesidad y porque tampoco le podemos ver físicamente; por
lo tanto, amando a nuestro prójimo estamos amando también a Dios, porque este
acto es mayor que todos los holocaustos y sacrificios a Dios: “Y amar
al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y
sacrificios”. Marcos 12:33b.
El cumplimiento de este segundo gran mandamiento de amar
a nuestro prójimo nos conlleva inevitablemente a amar a Dios, pues amando a
nuestro prójimo estamos obedeciendo a uno de los mayores mandamientos de su
Palabra y por tanto estamos honrando a Dios: “Y amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas. Este es el principal mandamiento”. Marcos 12:30.
La mayor infracción de las leyes divinas se comete haciendo
injusticia en contra de nuestro prójimo, lo que por supuesto indica que el
hombre no ama a Dios; pues si de verdad le amara, entonces también debería amar
a aquel a quien sí pueden ver con sus ojos: “Si alguno dice: Yo amo a Dios,
y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien
ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”. 1 Juan 4:20.
La segunda forma de amar a Dios la expresa la cita
principal que dice: “El que me ama, mi palabra guardará”. El que ama a
Dios se deleita escudriñando su palabra, meditando en ella, guardándola en su
corazón y más aun obedeciéndola; lo que hace que también Dios se deleite en ellos, porque el que obedece a su Palabra, por consiguiente, también es un
verdadero hijo de Dios; pues no se concibe la idea de hijos de Dios desobedientes
y eso solo está reservado para el género humano, donde un padre natural se
tiene que aguantar a un hijo desobediente y sostenerlo hasta que
voluntariamente salga de su casa.
Pero no pasa así con Dios, pues el género humano nace y
se desarrolla bajo la sombra de la muerte espiritual heredada de Adán y Eva,
por tanto, cuando tiene uso de razón, ya de por sí está destituido de la
presencia de Dios, y solo se libera de esa muerte espiritual cuando muere al
viejo hombre lleno de vicios y pecados y nace de nuevo como un verdadero hijo
mediante el bautismo en el Espíritu Santo y para mantener esa posición de hijo
debe vivir en obediencia y santidad a la Palabra de Dios.
En síntesis, los que andan perdidos en la corriente de
este mundo son creaturas de Dios, mas no hijos de Dios, porque no han recibido
la adopción como hijos mediante el nuevo nacimiento: “Pero cuando vino el
cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la
ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que
recibiésemos la adopción de hijos”. Gálatas 4:4-5.
Y para recibir esa adopción de hijos, es necesario que
creamos en Jesucristo, que lleguemos arrepentidos a su presencia y que le
recibamos como señor y salvador (lo cual es la antesala del nuevo nacimiento);
de lo contrario seguiremos siendo criaturas comunes que caminamos por la puerta
ancha de este mundo, con rumbo hacia el infierno: “Mas a todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios”. Juan 1:12.
Esto significa entonces que es totalmente imposible, que
una persona del común que no le interesa buscar de Dios, pueda llegar a ser
hijo de Dios y más aún que pueda heredar la vida eterna; pues la herencia en el
reino de los cielos está reservada para los verdaderos hijos de Dios, aquellos
que han abandonado su vida de pecado, que viven en obediencia y santidad a Dios
y que por ser nuevas criaturas, han sido inscritos en el libro de la vida de
Cristo: “No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y
mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del
Cordero”. Apocalipsis 21:27.
Y el solo hecho de que una persona siga mintiendo, diciendo vulgaridades, ingiriendo bebidas alcohólicas, viviendo en fornicación o adulterio, honrando imágenes e ídolos, deleitándose en las pasiones del mundo como el fútbol, etc.; entonces significa que todavía es un viejo hombre, que no se ha liberado aún de la primera muerte espiritual, de la herencia pecaminosa que nos dejó Adán y Eva, que no ha nacido de nuevo y que por lo tanto tampoco ha sido sellado, ni ha sido inscrito en el libro de la vida del Cordero, porque no ha dejado de pecar, y allá al cielo no entrará el que siga practicando el pecado; tampoco el inmundo, abominable y mentiroso.
No podríamos entonces asegurar que el mundo actual (los
que aún viven en pecado) aman a Dios, porque ni siquiera conocen su Palabra y
tampoco desean conocerla; y si no la conocen entonces tampoco podrán obedecerla;
porque ¿Cómo puede el hombre dejar de mentir, si no ha leído en ninguna parte
que “los mentirosos no heredarán el reino de Dios”?: “El que no me ama, no
guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que
me envió”. Juan 14:24
Estimado hermano y amigo, no se ama a Dios solo abriendo
nuestra boca para decir que le amamos, solo asistiendo a los sermones del día
domingo en la iglesia, solo perteneciendo a una secta o religión, solo
trabajando con esmero para sacar adelante a nuestra familia, solo siguiendo las
tradiciones de alguna religión, solo leyendo la palabra y memorizando algunos versículos,
solo dando limosna a los necesitados, solo visitando un gran templo o catedral; absolutamente nada de esto le llevará al
amor verdadero hacia Dios y solo cuenta como verdadera acción su OBEDIENCIA a
la Palabra, la cual es el único camino para agradar a Dios.
Quiero recordar que, obedeciendo a la Palabra de Dios,
desatamos todas las bendiciones que Dios tiene preparadas para nosotros y más
aún conseguiremos que Dios venga a morar con nosotros: “Y mi Padre le amará,
y vendremos a él, y haremos morada con él”. No así ocurre con los impíos y
pecadores, en los cuales su corazón está siendo gobernado por espíritus
inmundos y demonios, que lo incitan a pecar y estar continuamente desagradando
a Dios.
Y seremos amados por el Padre y el Espíritu Santo de Dios
vendrá a vivir en nuestros corazones, y esta presencia es la única garantía de
que somos verdaderos hijos de Dios, máxime cuando el Espíritu también nos sella
y nos aparta como escogidos para el día de la redención: “Y el que nos
confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también
nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones”.
2 Corintios 1:21-22.
Y mientras estemos en esta tierra y si amamos de verdad a
Dios, entonces estaremos siempre protegidos y bendecidos mediante la promesa de
su palabra que dice: “Jehová guarda a todos los que le aman, Mas destruirá a
todos los impíos”. Salmos 145:20.
Este texto también es la evidencia del auge de los
juicios en contra de la humanidad, porque cada día hay más impíos y pecadores,
que solo atraen el juicio de Dios.
Que Dios los bendiga grande y
abundantemente.
Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario. Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu. A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad. Amen”. Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.
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