Dios descenderá con poder y gloria.
“¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu
presencia se escurriesen los montes, como fuego abrasador de fundiciones, fuego
que hace hervir las aguas, para que hicieras notorio tu nombre a tus enemigos,
y las naciones temblasen a tu presencia!” Isaías 64:1-2.
Israel estaba en una condición de
descarrío, al borde del cautiverio a tierras paganas. El profeta Isaías
percibió que si tan solo Dios descendiera, y manifestará Su presencia,
resolvería cada problema de la nación, las montañas de dificultades se
escurrirían, el fuego de su presencia haría hervir las aguas de la tibieza y la
indiferencia, nada podría detenerse a la presencia de Dios.
Hoy vivimos en condiciones
similares, el pecado, la maldad, el vicio, la corrupción, la inmoralidad, la
pornografía, el exhibicionismo sexual, la incredulidad, el materialismo, el
ateísmo, todo se aumenta cada día más entre el mundo inconverso. Y entre el pueblo
que se llama de Dios hay mundanalidad, tibieza, doctrinas erróneas, ecumenismo,
incredulidad, y la terrible apostasía.
Los grandes programas en las
iglesias, la elocuente predicación filosófica, la erudición teológica, la súper
organización eclesiástica, los nutridos y bien adiestrados coros, las buenas
orquestas, los programas sociales y filantrópicos, y las muchas sociedades
dentro de las iglesias, la posición social y política de muchos laicos y
ministros, las actividades cívicas y culturales, los lujosos templos; todo lo
que el hombre pueda hacer siempre ha fracasado en traer las soluciones
correctas y permanentes para el problema espiritual del hombre, que es la raíz
de todos los problemas, lo único es la manifestación gloriosa del poder y de la
presencia de Dios.
Cuando se manifiesta el fuego de
la presencia de Dios y de Su Santo Espíritu se derriten las montañas de
obstáculos, y surge la victoria y el triunfo; se derrumban las torres de
orgullo, y viene la contrición y la humildad; se limpian los antros de vicios y
de pecado, y aparece la pureza y el perdón; se retira la obscenidad y la
pornografía, y fulgura la santidad y el decoro; se posterga la incredulidad y
el materialismo, y se levanta la fe y el amor al prójimo; la tonta predicación
filosófica sede el lugar a la ungida y ardiente predicación bíblica; la rígida
organización eclesiástica se pliega ante la sabia y ordenada dirección del
Espíritu Santo.
Todo lo profesional, lo humano,
lo ceremonioso, lo dogmático, lo sectario, lo elaborado, lo carnal, cede el
paso a todo lo espiritual: lo bíblico, lo real, lo que es del Espíritu Santo
sean cánticos, salmos, alabanzas y dones del Espíritu Santo. Todas las
actividades sociales, culturales, cívicas, filantrópicas, económicas, se
repliegan ante la actividad suprema de la Iglesia que es su gran comisión de: “Id por todo el mundo y predicad el
Evangelio a toda criatura y hasta lo último de la Tierra, con demostración y
poder del Espíritu Santo, con prodigios y milagros” (Mr. 16:15-18).
¿Y cuándo manifestará Dios su
presencia de modo que todo esto acontezca?, ¿por qué no lo estamos viendo hoy
en toda su plenitud? La Biblia nos da la repuesta, y dice: “Nadie hay que invoque tu nombre, que se
despierte para apoyarse en ti” (Is. 64:7).
Amados, es la falta de oración,
de intercesión, de ayuno, de vigilia, de ruego, de arrepentimiento, de
confesión, de restitución. Es un hecho histórico de los grandes derramamientos
del Espíritu Santo y las grandes manifestaciones de la presencia de Dios,
siempre han venido en repuesta a la oración y al clamor incesante del pueblo de
Dios. “Si se humillare mi pueblo, sobre
el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se
convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los de cielos, y
perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Cr. 7:14).
La Iglesia de Jesucristo siempre
ha marchado adelante, victoriosa sobre sus rodillas. La guerra más fuerte de la
Iglesia la pelean no los teólogos, ni los intelectuales, ni los eruditos, ni lo
sociólogos, ni los predicadores, ni los dirigentes, sino los intercesores. Los
intercesores son los que pelean en la oración contra todos los poderes
infernales, visibles e invisibles, y prevalecen con Dios. Pues la verdadera
guerra de la Iglesia es espiritual. “Porque
no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra
huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Ef. 6:12). Y en
este campo de batalla espiritual no podemos andar según la carne, “porque las armas de nuestra milicia no son
carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Co.
10:4).
Amados, hoy día generalmente
hablando, la Iglesia tiene de todo, menos poder de Dios. Es tiempo de intensificar
nuestra vida de oración y de intercesión, hay que buscar a Dios con todo
nuestro corazón. ¡Qué Dios descienda con poder y gloria sobre Su Iglesia!
Rev. Luis M. Ortiz.
Revista Impacto
Evangelístico, Mayo 2016, págs.. 38-39.