El eterno propósito de Dios


“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible… rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo...” 1 Pedro 1:3-25. “… Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” 2 Timoteo 1:9.

Por Rev. Luis M. Ortiz

 
En las Sagradas Escrituras se destaca que la Salvación, la Redención del hombre, fue un Propósito Eterno en el secreto divino; pero claro, ya “manifestado por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio” (2 Tim. 1:10).

 
EL PROPÓSITO DE DIOS ANTES DE LA CREACIÓN

Cuando Dios creó todo el universo, estaba dando los toques finales en el escenario donde habría de desarrollar Su sabio y Eterno Propósito. Este Eterno Propósito Divino fue concebido, predestinado e iniciado en el Cielo desde antes de la fundación del mundo.
 

EL PROPÓSITO DE DIOS Y EL HOMBRE

• En primer lugar, crear al hombre y a la mujer a Su imagen y semejanza, con cuerpo físico, pero con un espíritu inmortal y una inteligencia privilegiada para que señorearan sobre la Tierra.

• En segundo lugar, al crearlos a Su imagen y semejanza, así como Él es libre, también les concedería libre albedrío, voluntad propia para que tomaran sus propias decisiones, lo cual también ha hecho con los ángeles, que son seres con cuerpo espiritual creados por Dios.

• En tercer lugar, de esa raza humana, Él habría de engendrar hijos, por medio de un proceso genético no natural ni humano, sino sobrenatural y divino.

• En cuarto lugar, en Su presciencia o conocimiento previo, en Su infinita y eterna sabiduría, y desde antes de la fundación del mundo y de la creación del hombre, Dios supo que el hombre habría de hacer mal uso de su libre albedrío y, por consiguiente, perdería la comunión con su Hacedor y se convertiría en pecador y esclavo de Satanás, y sería destituido de la gloria de Dios.

• En quinto lugar, la Deidad entendió que entre los seres angelicales no había uno que pudiera redimir al hombre, y restaurarle a la comunión con su Hacedor, y que mucho menos podría el propio hombre redimirse a sí mismo, ni redimir a su semejante (Sal. 49:6-8).
 

LA DEIDAD ANTE LA PERSPECTIVA DEL FRACASO DEL HOMBRE

Ante esta futura realidad de la desobediencia y caída del hombre por causa de la intromisión de Satanás, ¿habría Dios de desistir en Su propósito de crear al hombre? ¡En ninguna manera! Si Dios sofocó la rebelión del entonces Lucifer y de los ángeles que le siguieron, y a todos los expulsó del Cielo, volvería a vencerle como adversario de Dios. ¡Entonces, pues, el Dios Creador del hombre también habría de ser el Dios Redentor del hombre!

Al profeta Isaías se le concede una visión, al parecer relacionada con la futura redención del hombre, y en parte dice: “Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines… Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria… Después oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” Entonces, Isaías, representando al Logos, al futuro Redentor, responde: “Heme aquí, envíame a mí” (Is. 6:1-8).

También en el Salmo 40:5-6, que es un salmo mesiánico, David, en un vislumbre profético, ve, escucha y expresa los pensamientos y el propósito de Dios, y escribe: “Has aumentado, oh Jehová Dios mío, tus maravillas; y tus pensamientos para con nosotros, no es posible contarlos ante ti. Si yo anunciare y hablare de ellos, no pueden ser enumerados. Sacrificio y ofrenda no te agrada; has abierto mis oídos; holocausto y expiación no has demandado”.

Puesto que ni los seres angelicales, ni el propio hombre, ni los sacrificios de animales podrían redimir al hombre; también el Salmista escuchó la respuesta divina, conforme al propósito eterno, leemos: “He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Sal. 40:7-8).

            Por causa de esta maravillosa disposición del Verbo Eterno de venir a la Tierra a redimir al hombre, aun antes de la creación de éste, es que el Espíritu Santo inspiró al apóstol Pedro para escribir, diciendo que “... fuisteis rescatados (redimidos) de vuestra vana manera de vivir… no con cosas corruptibles, como oro o plata; sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 Pe. 1:18-20).

 

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