La actitud de un trabajador
No es nuestra conducta del
domingo por la mañana lo que muestra al mundo la profundidad de nuestra fe
cristiana.
Es la manera como actuamos en
el trabajo la que habla del Evangelio que profesamos.
También esa actitud es la que habla
de nuestro cambio; la actitud mostrará y marcará la diferencia de aquellos que
han tenido un encuentro con Dios.
Por Carmen Valencia de Martínez.
Es muy poco lo que oímos acerca
de la importancia de nuestra actividad laboral, a pesar de ser esta la que
consume la mayor parte de nuestras energías y nuestro tiempo cada semana. Pero, nosotros, los verdaderos cristianos,
debemos prestarle mayor atención a nuestro trabajo, al lugar donde estamos gran
parte de nuestra vida, y donde ganamos el sustento para nuestros seres
queridos. ¿Por qué? Porque nuestro trabajo revela muy bien
nuestro carácter.
El jefe, los compañeros de
trabajo, todas las personas que lo rodean en su campo laboral, no le van a
hablar de su vida del domingo, ellos le hablarán de cómo usted se comporta en
medio de ellos. Por eso, nuestra
fidelidad en nuestro trabajo es igual de importante como lo es nuestra
fidelidad en la Iglesia. “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón,
como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la
recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3:23-24).
El apóstol Pablo, en el libro de
Efesios 4:1, nos ruega que andemos como es digno de la vocación con que fuimos
llamados. Y cuando se habla de “digno”,
se habla de honor, se habla de algo elevado, se habla de nobleza en los
modales, se habla de distinción; por eso, noble debe ser nuestro andar (Fil.
2:15; Mt. 5:14-16). El volumen de
nuestro proceder hablará y sonará más fuerte que la voz con la que podamos hablar
o predicar.
PERSONA AGRACECIDA.
Debe estar agradecido con Dios,
por las personas que El usó para darle el empleo. Debe estar agradecido con Dios por la empresa
que lo contrató. Debe amar ese lugar,
pues pasa más del 50% del tiempo en él.
Y no debe desearle el mal; al contrario, debe orar cada día por ese
lugar.
Tener un empleo es un don
maravilloso recibido de Dios. Otros
quieren trabajar, pero están impedidos por algún accidente o enfermedad, pero
Dios le ha dado a usted conocimiento, sabiduría, y usted aprende con facilidad;
tiene la capacidad y la oportunidad en ese empleo. ¿Qué le impide agradecer a Dios por su empleo
y reconocer que es una bendición?
CONSCIENTE.
El hijo de Dios debe ser
consciente de que el esfuerzo, la energía, el esmero que ponga en su trabajo,
por más sencillo que este sea o en el lugar que sea, son importantes para
Dios. Y es para Dios que se debe hacer
(Ef. 6:5).
·
Debe
trabajar motivado por el temor de Dios.
El salmista nos dice: “El
principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Sal. 111:10). También nos vuelve a decir: “Temed a Jehová, vosotros sus santos, pues
nada falta a los que le temen” (Sal. 34:9).
Porque cuando se trabaja de esa manera, entonces Dios recompensará esa
labor (Pr. 22:4).
·
Debe
realizar su trabajo no para el hombre, sino para Dios. Su Palabra nos dice: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de
hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre
por medio de Él” (Col. 3:17).
El motivo principal ante cualquier labor será
la gloria de Dios. No importa dónde
usted trabaje o el oficio que desempeñe, su principal motivo debe ser el de ver
la gloria de Dios, y por eso hay que hacerlo con alegría. Pero si desarrolla su labor en un trabajo
inmoral o que deshonra a Dios, no espere nunca ver su gloria manifestarse en
ese lugar o en su vida.
Al hacerlo para Dios, debe trabajar bien, estén
las autoridades terrenales o no. Usted no
puede ser un trabajador de apariencia, que cuando están sus jefes se esmera en
hacerlo muy bien, pero cuando está solo deja de esforzarse y lo hace de
cualquier manera o simplemente deja de hacerlo.
Tenga presente que los ojos de Dios lo están observando en todo momento.
Estará comprometido con su
trabajo y le dará todo su interés y sus energías. Así sea en el rincón más oscuro, más
escondido, tenga presente que Dios ve su trabajo.
Se dice que el gran escultor
Miguel Angel fue llamado a trabajar en un proyecto para pintar en la capilla
Sixtina de la ciudad del Vaticano. Su
pasión y su compromiso consigo mismo lo impulsaron a aceptar este reto y a
hacerlo de la mejor manera, incluso amplió su proyecto y pintó, sin que se lo
pidieran, los doce apóstoles y los más de cuatrocientos personajes que tiene su
obra. Trabajando sin descanso, y ya muy
agotado, el artista, tendido sobre su espalda, pintaba el techo de la capilla
Sixtina sin cesar. Fue sumamente alto el
precio que tuvo que pagar al realizar esa majestuosa obra. Por causa del intenso trabajo, sus ojos
quedaron dañados permanentemente. Un
hombre que trabajaba con Él, le preguntó: “Maestro, ¿por qué trabaja con tanto
ahínco, con tanto esmero en esa esquina oscura que nadie nunca podrá
ver?”. Y Miguel Angel le respondió:
“Simplemente, por eso lo hago, porque sé que solo Dios la verá”.
·
El
fin de todo lo que hagamos al hacerlo para Dios es ¡porque Dios lo verá! “… sirviendo de buena voluntad, como al
Señor y no a los hombres” (Ef. 6:7).
ANDAR SABIAMENTE.
En Efesios 5:15-16, el apóstol
Pablo dice que debemos estar muy pendientes, de una manera diligente mirar
nuestra manera de andar; debemos entonces andar sabiamente aprovechando bien el
tiempo, y no como necios, desperdiciándolo y haciendo lo que no debemos hacer,
porque estos días que estamos viviendo son realmente malos. Y en Colosenses 4:5 también nos dice: “Andad sabiamente para con los de afuera,
redimiendo el tiempo”.
·
La
negligencia lo llevará a desperdiciar el tiempo. “También
el que es negligente en su trabajo es hermano del hombre disipador” (Pr.
18:9).
·
Su
trabajo lo hará con entusiasmo, solicitud y diligencia. El verdadero hijo de Dios siempre hará su
trabajo con entusiasmo, solicitud y diligencia; tratará de ir más allá y
buscará hacerlo cada vez mejor, así nadie lo esté observando o supervisando.
Debe ser consciente de que Dios
está viendo la calidad de su trabajo.
Dios juzgará esa inactividad, pereza, despreocupación, negligencia en lo
que estamos haciendo (Col. 3:23-25). El
hacerlo con pereza y negligencia solo atraerá ruina y pobreza (Pr. 19:15).
Benjamín Franklin dijo: “La
pereza y negligencia somete al hombre al tributo laboral para siempre”. La Palabra de Dios en el libro de Proverbios
12:24 nos dice: “La mano de los
diligentes señoreará; mas la negligencia será tributaria”. El camino al progreso, a la prosperidad, es
realizar cada trabajo de buena voluntad, con diligencia (Pr. 10:4; 13:4).
INTEGROS
La integridad involucra la
totalidad de la persona, su interior, su exterior, sus obras y sus
actitudes. La persona íntegra es de una
sola pieza, de una sola cara. La persona
íntegra tiene un solo propósito en su corazón: agradar a Dios y no al
hombre. La integridad es para el
carácter personal, lo que la salud es para el cuerpo.
·
José, modelo de integridad.
José, el hijo de Jacob, aquel joven que fue vendido por sus hermanos, es
nuestro modelo de lo que es ser íntegros en nuestra labor. La integridad de José no se basaba en si le
iba bien o mal, en si lo estaban observando o no, él valoraba su trabajo, y lo
hacía sujeto a la confianza que le brindaban.
·
José, modelo de confianza.
Jamás defraude a los que han depositado en usted confianza o una
responsabilidad. Y por más confianza que
a usted se le brinde, no abuse jamás de ella, no se aproveche de la situación.
La integridad de José le hizo
estar firme ante la tentación, y no abusó de la confianza que le
brindaron. El prefirió huir antes que
caer (Gn. 39:12), pues es mejor que se diga “Por aquí pasó corriendo”, y no,
“aquí cayó”.
LA EXCELENCIA.
Lo llevará a estar despierto, a
aprender cada día, a superarse, a crecer.
Lo llevará a someterse humildemente.
Se ha dicho que el aprendizaje
continuo es el requisito mínimo para el éxito.
Por eso cada uno de nosotros, los hijos de Dios, debemos tener pasión
por aprender. Dios quiere que mostremos
al mundo la diferencia que hace el tener un espíritu de superación. Jamás habrá verdadera excelencia en nosotros,
en nuestro trabajo, en nuestras obras, si estamos separados de una vida
íntegra. Que falten muchas cosas en
nosotros, menos la integridad (Job 4:6; 27:5; Pr. 28:6).