La lengua un arma letal
Se ha dicho que la lengua es
mucho más poderosa que la espada. Las
guerras que han exterminado a miles de vidas han sido encendidas por la chispa
de la lengua. Miles de matrimonios o amistades
han sido arruinados por alguien que no tuvo cuidado al hablar y soltó un chisme
sin medir las consecuencias. Nuestras
palaras pueden confundir, destruir, herir, perturbar o tienen el poder para
sanar, para levantar y ayudar a otros.
Carmen Valencia de Martínez
¿Sabía usted que todos llevamos
dentro un arma mortal por dondequiera que vamos? El Espíritu de Dios dirigió a Salomón para
escribir: “La muerte y la vida están en
poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos” (Proverbios 18:21). El apóstol Santiago dice que la lengua es un
miembro pequeño, pero que está lleno de veneno mortal.
En el libro de Santiago 3:1-6,
leemos: “Hermanos míos, no os hagáis
maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra este es varón
perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. He aquí nosotros ponemos freno en la boca a los
caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo. Mirad también
las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas
con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño,
pero se jacta de grandes cosas. He aquí,
¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!
Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros
miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella
misma es inflamada por el infierno.”
VENENO O BÁLSAMO.
La lengua puede ser veneno o
bálsamo; la lengua puede ser encendida por el fuego poderoso de Dios o puede
ser encendida por el fuego del infierno.
Cuando Dios toma el control del
hombre, este se constituye en una poderosa bendición dondequiera que llegue;
cada palabra llevará sanidad y bendición.
Pero si ha sido encendida por Satanás, ese hombre o mujer se constituye
en un instrumento para destrucción. No
se necesita hablar mucho para hacer daño, para encender una pequeña chispa; con
una sola palabra podemos encender un bosque de vidas y de relaciones. El apóstol Santiago quiere que entendamos el
valor de nuestras palabras.
Se ha dicho que la lengua es
mucho más poderosa que la espada. Las
guerras que han exterminado a miles de vidas han sido encendidas por la chispa
de la lengua. Miles de matrimonios o
amistades han sido arruinados por alguien que no tuvo cuidado de cómo
hablar. Nuestras palabras pueden
confundir, destruir, herir, perturbar o tienen el poder para sanar, para ser
bálsamo, ser bendición, para levantar y ayudar a oros (Proverbios 12:18).
Las malas palabras hacen daño,
son como moleduras para nuestro corazón; el mismo Job, en medio de su angustia,
expresaba a sus visitantes: “¿Hasta
cuándo angustiaréis mi alma, y me moleréis con palabras?” (Job 19.2).
Nuestra manera de hablar
manifestará el nivel espiritual que tenemos.
El mismo Jesús nos dijo que el hombre bueno saca buenos tesoros del
corazón, y que el hombre malo saca malos tesoros del corazón (Lucas 6:45).
CUIDADO AL HABLAR.
¿Por qué es tan importante
vigilar nuestra manera de hablar? Porque
dependiendo de lo que hablemos, habrá vida o muerte, atraeremos la bendición o
la maldición, atraeremos juicio o misericordia sobre nosotros.
La lengua que murmura, que critica
sin control, no está tomada por Dios, sino que ha sido inflamada por el mismo
infierno. Murmuración significa
criticar, chismosear, intrigar, susurrar de otra persona sin respeto y a sus
espaldas con el fin de hacerle daño.
PRACTICAN EL CHISME
¿Por qué muchos practican el
ejercicio del chisme? Porque no tienen
otra cosa que hacer, porque tienen bastante tiempo libre y andan de arriba
abajo. En 1 Timoteo 5:13 leemos: “Y también aprenden a ser ociosas, andando
de casa en casa; y no solamente ociosas, sino también chismosas y entremetidas,
hablando lo que no debieran”.
Los términos utilizados para el
chismoso en hebreo y en griego se refieren a ir de uno en uno. En el lenguaje griego: comunicación en tono
bajo.
El chismoso será siempre hipócrita
delante de la persona, nunca hablará de frente.
Irá de uno en uno secretamente porque esa persona no tiene agallas ni
coraje para decir las cosas de frente; lo hará en tono bajo, en secreto y en
las casas porque es un cobarde.
UN PERVERSO PECADO.
La murmuración, el chisme, es un
amargo y perverso pecado que atrae la ira de Dios. El hombre que infama a su hermano, Dios lo
destruye (Salmo 101:5; Proverbios 18:8).
Al chismoso le deleita generar y participar de chismes, le deleita
separar familias y amigos porque es una persona perversa; la perversidad es su
estilo de vida; además, donde no hay chismoso, no hay contienda ni pelea
(Proverbios 16:28; 26:20).
A esa clase de personas no
podemos prestarles oídos, ni darles la bienvenida a nuestra casa y menos a
nuestra vida porque nos pueden dañar, nos pueden corromper, nos pueden
contaminar (Proverbios 20:19; 1 Timoteo 5:22).
LLEVA A LA REBELIÓN.
La inconformidad, la queja, la
murmuración nos llevarán a otro pecado: la rebelión, que ha sido uno de los pecados
más graves delante de Dios; que ha originado la caída de muchos, la destrucción
de hogares, de ministerios, y ha sido la tumba de muchos que Dios quiso usar.
La rebelión abre las puertas a
la influencia directa de los demonios.
Esa influencia diabólica nos lleva a no tener temor en el corazón para
sublevarnos, para levantarnos en contra de las autoridades que Dios ha
delegado.
Autoridad en griego significa el
derecho o libertad para actuar, pero también el poder con que se le inviste,
que se le da a alguien para dirigir o gobernar.
El trono de Dios se fundamenta en la autoridad; todas las cosas han sido
creadas por la autoridad de Dios; la autoridad de Dios representa a Dios mismo. Dios no depende de nada ni de nadie para ser
autoridad, por eso Él es Omnipotente, Todopoderoso.
Toda autoridad en el universo
sea de ángeles, arcángeles o seres humanos, es autoridad delegada. El apóstol Pablo en su carta a los Romanos
nos dice que debemos someternos a las autoridades superiores porque esa autoridad
fue delegada por Dios; además, quienes no se someten a la autoridad, se están
resistiendo a Dios y de ese modo acarrean condenación para sí mismos (Romanos
13:1-2). El apóstol Pedro también nos
advierte que debemos someternos a toda autoridad porque ha sido delegada por
Dios para castigo de los malos y alabanza de los que hacen el bien (1 Pedro
2:13-14).
El levantarnos contra una
persona que Dios ha investido de autoridad es levantarnos contra Dios mismo (1
Samuel 8:7).
ES UN ARMA MORTAL.
Siempre ha existido una guerra
espiritual lanzada por Satanás contra los hombres de Dios que han sido puestos
por Él mismo como autoridad, utilizando como arma la murmuración. El apóstol Pablo no se escapó de un ataque
como estos (2 Corintios 10:8; 1 Corintios 9:2-3).
Qué triste es cuando los que
deberían valorar, no valoran; los que deberían respetar, no respetan; los que
deberían honrar un ministerio, no honran y no lo hacen en muchas ocasiones.
En el caso de Moisés, ese hombre
fue víctima de murmuración a causa de su esposa porque era cusita (Números
12:1). La gravedad de este ataque está
en que los que hablaron, los que murmuraron contra Moisés no eran desconocidos,
sino que eran líderes del pueblo: María,
su hermana, profetisa, líder entre las mujeres de Israel; y Aarón, su hermano,
el sumo sacerdote, líder religioso.
Lo que ocurría era
incomprensible; criticaban, murmuraban del hombre que Dios había utilizado para
darles una posición de honra; no les importó el dolor que causaban en el
corazón de este siervo de Dios. Ellos
cuestionaban el llamado, el ministerio de Moisés; para ellos, Moisés era otro
cualquiera, era uno más que hablaba.
Moisés fue herido desde adentro, por los que estaban llamados a
apoyarlo, a valorarlo, a llevar la carga en lugar de hacerla más pesada. Personas a quien él mismo había extendido la
mano, había elegido, en las cuales había depositado su confianza. La crítica, la murmuración que más duele, que
más hiere es la que procede de las personas más cercanas a nosotros porque se
espera lo peor de los de afuera, pero no de los de adentro.
Pero el Señor oyó esta
murmuración; Dios oye todo, nada de lo que se dice o se hace en la Tierra pasa
por alto. El oye y ve cada murmuración,
cada crítica (Números 12:3-8). Dios
mismo peleando por su siervo, defendiéndolo, defendiendo su ministerio, Dios
mismo valorando a su siervo. Cuando se
murmura o critica a un siervo de Dios, no es porque estemos muy llenos de Dios,
es porque falta temor de Dios en nuestro corazón, es estar descarriados aun
estando en la Iglesia.
Dios les habló: “¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de
hablar contra mi siervo Moisés?” (Números 12:8). Si hubiese habido temor de Dios, no lo
habrían hecho. Pero qué diferente el rey
David; él tuvo en sus manos la oportunidad de acabar con su “enemigo”, el rey
Saúl, que le persiguió hasta el cansancio para matarlo; sin embargo, David
nunca habló mal de él, nunca lo menospreció, nunca intentó siquiera hacerle
daño físico. Su expresión era: “Guárdeme Jehová de extender mi mano contra
el ungido de Jehová” (1 Samuel 26:11).
El verdadero hijo de Dios respetará siempre la autoridad.
La murmuración nos llevará a
perder la presencia y la gloria de Dios.
Será la peor pérdida que pudiéramos sufrir los hijos de Dios.
Es hora de levantarnos, de
ponernos de pie contra todo chisme, es hora de cerrar las puertas, los
portillos al pecado de la murmuración y el chisme, y de abrirle el corazón solo
a Dios, a su Palabra. Es tiempo de
ponernos de pie y decirle no al que vaya en contra de la Obra de Dios y sus
instrumentos.