Si dieres oído a mi voz. Éxodo 19:5


“Ahora pues, si dieres oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra”. Éxodo 19:5

Por Rev. Álvaro Garavito

 

Dios pone condiciones en las miles de promesas que usted encontrará en las Sagradas Escrituras; pero antes de la promesa, viene la condición, pues no hay bendición sin condición. Dios tiene en sus manos el poder, Él es el dueño de los cielos, de la tierra, del mundo, del oro, de la plata, y de todo lo que existe. Dios tiene la facultad de ejecutar lo que Él quiera. La promesa con la cual el Señor se compromete es veraz, verdadera y eficaz, mientras que todo hombre es mentiroso. El hombre se caracteriza por la facilidad de prometer, pero cuando se trata de Dios, las cosas cambian categóricamente. Cuando Dios promete, su promesa se cumple. Por tanto, “cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque Él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas” (Ec. 5:4-5). Si el Señor hiciera la promesa de llenar cierto lugar, la misma conllevará una condición y un compromiso, porque todos seremos partícipes de tal bendición. Si no nos movemos, no habrá promesa. Por tanto, las promesas no se cumplirán si nosotros no cumplimos la condición.

La Palabra comienza diciendo esta frase: “Si diereis oído a mi voz” (Éx. 19:5) Hay muchas iglesias, congregaciones y grupos a los que les gusta oír la música y las alabanzas porque son agradables, más cuando viene el compromiso de escuchar la Palabra de Dios, se levantan y se van, pero el Señor dice: “Si diereis oído a mi voz”. Si oyes atentamente su voz, algo ha de acontecer, si guardamos su Palabra y la ponemos por obra; entonces, se cumplirán esas promesas. Satanás, que conoce esto, siempre estorbará para desviar la atención. El compromiso comienza con la necesidad y la responsabilidad de oír a Dios, sea dura la voz, sea una orden, una exhortación, una reprensión, hay que estar dispuestos a oír su voz. La Palabra dice: “exhorta y reprende” (2 Ti. 4:2; Tit. 2:15). Pero las reprensiones no gustan a todo el mundo.

La segunda condición es “Si hicieres todo lo que yo te dijere” (Éx. 23:22). Hay personas que trozan la Palabra, que quitan la condición y añaden la bendición para ellos, diciendo cosas que Dios no ha dicho. Si usted está dispuesto a oír la voz de Dios y hacer lo que Él le diga, entonces su promesa se cumplirá en usted; no se preocupe de enemigos, ni de quién lo va a afligir, porque de ellos se encargará el Señor. En Éxodo 19:5, leemos: “Ahora pues, si dieres oído a mi voz, y guardareis mi pacto (hay dos condiciones), vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos porque mía es toda la tierra (esta es la promesa)”. ¿Está guardando el pacto, o está echando mano a la promesa como robando algo que no nos corresponde? Porque esto nos viene a corresponder cuando cumplimos la condición, que es cuando podríamos decir que somos su especial tesoro.

Deuteronomio 28:1 nos dice: “Acontecerá que, si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra”. Aquí se presenta una promesa en cadena, de muchas cosas que Dios promete, pero con fuertes condiciones. Hay personas que han honrado a Dios, que entraron como conserjes en una empresa y hoy son gerentes; jefes de personal que comenzaron limpiando baños en la empresa, y ahora tienen 40 o 50 personas bajo su cargo, porque honraron a Dios, y Él los exaltó poniéndolos por encima de otros.

En Deuteronomio 28:2, leemos: “Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios.” Mucha gente se ha perdido la bendición de Dios porque no tiene ningún interés de oír la voz de Dios. Van al templo a dormir, a hablar y a platicar con otros, hasta dicen chistes mientras el predicador imparte el mensaje; por tanto, están ahí, pero como no están oyendo, la mente está en otro lugar, y así la Palabra de Dios no puede producir efectos. Cuando oímos la Palabra, ella produce fe y efectos extraordinarios. De todo aquel que deje de escuchar a Dios, la bendición se apartará de él.

Cuando estamos prestos a oír, somos sanados, somos redargüidos, somos reprendidos, somos libertados, confrontados, sanados, liberados y levantados. El Señor coloca la condición: “Si diereis oído a mi voz”, porque Él sabe que el hombre que le oye no va a quedarse igual. Si oyes atentamente la voz de Dios, algo ha de acontecer, y si guardamos la Palabra, entonces, y solo entonces, se cumplirán esas promesas, y vendrán sobre ti esas bendiciones y te alcanzarán. Amén.

 

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