La poderosa palabra de Dios
“¿No es mi Palabra como fuego, dice Jehová, y como
martillo que quebranta la piedra?” Jeremías 23:29
Por Carmen Valencia
de Martínez
El mundo está saturado de libros,
pero no hay ninguno como la Biblia, que es el mensaje de Dios, verdadera
sabiduría. Esta Palabra fue escrita por hombres sencillos, que no tenían la
aprobación de la sociedad de su tiempo, pero que fueron aprobados por Dios.
Está escrita en un lenguaje tan sencillo, que se encuentra al alcance de todos;
el científico la entiende, el hombre iletrado también la puede entender.
Esta Palabra la hace diferente a
otras, y esto se debe a su autor, y su autor es nuestro Señor Jesucristo. Esta
Palabra es cayado para el peregrino, es brújula para el piloto, es espada para
el soldado, es agua para el sediento, pan para el hambriento, luz para el que
anda en tinieblas, consuelo para el triste, mina de riqueza para hallar la
verdadera felicidad.
Antes que Cristóbal Colón
descubriese que la tierra era redonda, ya en Isaías 40:22 nos dijo el Señor: “Él está sentado sobre el círculo de la
tierra”; la Biblia nos habla que la tierra estaba en el espacio, leemos: “Él extiende el norte sobre vacío, cuelga la
tierra sobre nada” ( Job 26:7); en el libro de Levítico nos dice que la
vida del hombre está en la sangre, “la
vida de la carne en la sangre está” (Lv. 17:11); Dios profetizó que “los carros se precipitarán a las plazas,
con estruendo rodarán por las calles...” (Nah. 2:4).
La Palabra de Dios es
maravillosamente poderosa, Dios mismo actuando en ella; por eso dice: “¿No es mi Palabra como fuego, dice Jehová,
y como martillo que quebranta la piedra?” (Jer. 23:29); “Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz,
y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y
el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón” (He. 4:12).
“Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve
allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al
que siembra, y pan al que come, así será mi Palabra que sale de mi boca; no
volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en
aquello para que la envié” (Is. 55:10- 11); la Palabra de Dios que es
predicada no será dada en vano, en su tiempo dará frutos.
Esta Palabra ha sobrevivido ante
todos los enemigos que han intentado destruirla. Diocleciano ordenó quemar
todas las copias del Nuevo Testamento; Antíoco Epífanes destruyó ejemplares que
encontró del Antiguo Testamento, el emperador romano en el año 303 de la era de
Cristo decretó quemar todos los libros escritos de la Biblia. Y en diferentes
tiempos intentaron acabarla, pero a pesar de todos los ataques, Dios ha
preservado Su Palabra.
“Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro
permanece para siempre” (Is. 40:8). “El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt. 24:35). “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz,
y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y
el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón” (He. 4:12).
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de
Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim.
3:16-17). “Jesús respondió y dijo:
Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de
la boca de Dios” (Mt. 4:4). “Ya
vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Juan 15:3).