¿Ya te reconciliaste con Dios?
2 Corintios 5:18-19
“Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en
Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres
sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.”
No obstante, Dios en
su infinita sabiduría no se iba a quedar quieto ante el intento de satanás de
acabar con la máxima manifestación de su creación, que es el hombre. Satanás entró el pecado al Edén valiéndose de
artimañas engañosas para hacer caer a Eva, poniéndola a dudar de los
mandamientos de Dios. Si comieres del
árbol del bien y del mal, de cierto morirás, les dijo Dios a ambos; pero el
diablo puso a dudar a Eva diciéndole que no era cierto, que más bien al comer
de ese fruto, serían abiertos sus ojos y quedaría con conocimiento del bien y
del mal. Dios que visitaba al hombre
todos los días en el Edén, no pudo hacerlo de nuevo, pues el Edén ya estaba
vacío; por su parte el hombre ahora estaba afuera trabajando y sudando para
poder conseguir el sustento diario.
Ahora la descendencia humana estaba sometida a la enfermedad, al dolor,
a la tristeza, al envejecimiento por causa del pecado y mayormente a la muerte
espiritual.
Ante este panorama,
Dios envió a su Hijo Jesucristo a tomar cuerpo de hombre, para que, en la
posición de hombre, pudiera sentir los mismos sufrimientos y necesidades, para
que en la posición de hombre pudiera sentir las mismas tentaciones, pero sin
cometer pecado. En esta situación, su
Hijo cargó con todos nuestros pecados y nuestras enfermedades en la cruz del
calvario, para revelar el gran misterio de la reconciliación entre Dios y los
hombres. Pues Dios estaba y está en
Cristo, o mejor dicho Cristo era y es Dios; y a través del sacrificio de su
Hijo, reconcilió a cada hombre consigo mismo, dado que Cristo permitió la
crucifixión de su cuerpo juntamente con los pecados y las enfermedades que
había recibido del mundo. Allí fue
sellada la victoria de Dios contra satanás, allí fue demostrada la culpabilidad
de diablo, por cuanto Cristo estuvo en el mundo, pero nunca se contaminó de
pecado. Cuando Cristo murió, se rasgó el
velo del tempo en dos partes, indicando que ahora el camino hacia el lugar
santísimo estaba abierto y que nosotros podríamos entrar confiadamente hasta el
Padre, justificados por el lavamiento en la preciosa sangre de Jesucristo. Ahora lo que causó la separación entre Dios y
nosotros, el pecado, fue clavado en la cruz del calvario junto a Jesucristo;
quitando del medio la barrera que impedía al hombre acercarse a Dios.
Ahora tenemos
abierto el camino de la reconciliación, el cual están transitando ahora muchos
verdaderos cristianos; pero para llegar al Padre tenemos que arrepentirnos,
tenemos que ser limpiados por la sangre de Jesucristo y tenemos que acercarnos
al Padre a través de ese único camino que es Cristo ya resucitado de entre los
muertos.
El hecho de que Dios
sacrificara a su único Hijo Jesucristo, para reconciliar al mundo consigo
mismo, sigue siendo un misterio, pues el hombre no dio nada a cambio para
recibir ese magnífico regalo; sin embargo, esto dio origen al ministerio de la
reconciliación, el cual debe ser predicado en todas las naciones del mundo por
sus hijos. El castigo de nuestros
pecados recayó sobre Jesús, no sobre nosotros, a no ser que nosotros rechacemos
el sacrificio de Jesucristo, en cuyo caso seremos culpables y reos de
condenación eterna. “Mas Él herido fue
por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz
fue sobre él, y por su llama fuimos nosotros curados.” Isaías 53:5.
Que Dios los bendiga
grande y abundantemente.