Como revestirse de Cristo.
Gálatas 3:25-29
Hay tres etapas en la vida cristiana del hombre:
1. Cuando el
hombre está alejado de Dios.
En esta situación el hombre cree que es un hijo de Dios, a
no ser que sea ateo; pero realmente es un hijo del mundo o del pecado; pues las
personas sin Cristo viven para los deseos de la carne y del mundo y son
gobernados por su propio ego, el cual está bajo el control y dominio de las
tinieblas. En esta condición, el hombre
una vez muere físicamente, también lo hace espiritualmente, quedando confinado a
permanecer en un lugar de castigo por toda la eternidad; primeramente, en el
infierno y luego en el lago de fuego y azufre, a donde irá luego del juicio
final.
El hecho de alguien ser una persona del común, ya es
pecadora, por cuanto heredamos el pecado del primer hombre, Adán y este se
mantendrá en nosotros, hasta que llegue Jesucristo a nuestro corazón y nos limpie
de toda maldad.
2. Cuando el
hombre acude a Jesucristo arrepentido y hace el paso de fe.
Este paso de fe consiste en confesar públicamente con la
boca que somos pecadores, que estamos arrepentidos y que aceptamos a Jesucristo
como nuestro Señor y Salvador. No es
posible hacerlo en silencio ni mucho menos solo, pues lo primordial es confesar
con nuestra boca, lo que significa hablar en voz alta delante de muchas
personas, preferiblemente en una iglesia de sana doctrina. Este acto tiene su fundamento en la cita de
Romanos 10:10: “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la
boca se confiesa para salvación.”
Una vez superado este paso, podemos decir inequívocamente
que somos verdaderos hijos de Dios y que este título lo adquirimos por la fe en
nuestro Señor Jesucristo. No funciona el
hecho de autoproclamarnos hijos de Dios, pues es indispensable cumplir con los
requisitos previos. Esto es similar a
cuando prestamos dinero en un banco, donde tenemos que presentar una
documentación, con la cual hacen un proceso y finalmente nos llaman a firmar;
pero de ninguna manera el banco consignará el dinero en nuestra cuenta, sin
cumplir unos requisitos. Tampoco podemos
ser hijos de Dios si nos encomendamos a los ídolos o a los “santos” creados por
el mismo hombre; pues solo Jesucristo es real y también su sacrificio en la
cruz del calvario fue real y poderoso para limpiarnos de todo pecado y
justificarnos delante de Dios. Solo
Jesucristo es el camino hacia la salvación y no hay otro camino.
Luego de este paso de fe, el hombre empieza a empaparse de
la palabra de Dios, si su conversión fue genuina y a multiplicar su
conocimiento, lo que conlleva a un crecimiento espiritual, proceso que se
conoce como nacimiento del agua y en el cual debe recibir el bautismo en agua
que es un sacramento en el cual el cristiano es sumergido en agua, como parte
de un compromiso con Dios de seguir sus caminos. Si esto no se cumple, ese convertido a
Cristo, pronto regresará a su mundo, a su situación pecaminosa, convirtiéndolo
en uno más del montón, en una persona del común, ya no hijo de Dios, sino hijo
del pecado.
Y si somos de Cristo mediante la fe, entonces también somos
descendientes de Abraham; por cuanto Jesucristo tomó cuerpo en la descendencia
de Abraham y por ende heredamos todas las promesas hechas al patriarca. El hecho de ser hijos de Dios mediante la fe
hace que delante de Dios seamos iguales y que ya no habrá entre sus hijos
diferencias de sexo, raza, ideología, posición social o nivel intelectual.
3. Cuando el
hombre recibe el bautismo del Espíritu Santo.
Este bautismo es indispensable, para que el hombre pueda
recibir uno o varios dones del Espíritu Santo y así pueda desarrollar su propio
ministerio y edificar el cuerpo de Cristo, es decir la iglesia donde se
congrega. También estos dones le
ayudarán a ser testigo de Cristo y a llevar salvación a todas las almas
perdidas como lo reza el siguiente texto de Hechos 1:8: “pero recibiréis
poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis
testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la
tierra.” Este es el nacimiento del
Espíritu, que se recibe mientras el cristiano esté en plena comunión con Dios.
Es en esta condición de hombre bautizado por el Espíritu
Santo, que el hombre ya está revestido de Cristo y su vida gira en torno
a Cristo y a los designios de Dios. En
estas circunstancias, la persona ya no obedece a la carne con sus pasiones y
deseos; sino que obedece a Cristo y se convierte en un siervo de Dios, aquel
que sirve en su obra redentora, que participa en la evangelización y salvación
de las almas.
En síntesis, para revestirse de Cristo, tenemos que
acercarnos a Él arrepentidos y hacer el paso de fe. Luego debemos nacer del agua, mediante el
conocimiento de la Palabra de Dios. Y finalmente debemos nacer del Espíritu,
mediante la unción del Espíritu Santo y su derramamiento de poder sobre
nosotros. Así se cumple la palabra de
Dios en cuanto a que deben darse dos nacimientos en nuestra vida cristiana para
podernos garantizar la salvación: “Respondió
Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” Juan 3:5.