¿Dónde está su tesoro?

Filipenses 3:7-8.

 Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.  Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”.

CONCLUSIONES.

El apóstol Pablo fue una persona muy estudiada, muy capacitada.  Si en ese momento de la historia hubieran contado con maestrías y postgrados, podríamos asegurar que Pablo era doctor en teología, en derecho y en ciencias políticas y además de eso era un fanático religioso.  Antes de que conociera a Cristo, Pablo era perseguidor de la iglesia e iba por todos los pueblos y sinagogas tomando prisioneros a los cristianos y encarcelándolos, pensando que le hacía un favor a Roma; de esta misma forma consentía en la muerte de algunos de ellos como ocurrió con Esteban.  En cierta oportunidad iba a cumplir su tarea a Damasco y en el camino tuvo un encuentro personal con Cristo; allí fue quebrantado su orgullo, fue enceguecido, tumbado del caballo y en ese instante esto fue lo que pasó: “El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.” Hechos 9:6. Creyó instantáneamente que era Jesús con quien hablaba, no se puso a discutir con Él, ni mucho menos a hacerle reclamos, lo que hizo fue rendirse totalmente ante su autoridad.

Ciertamente este encuentro cambió el rumbo de su vida, ahora ya no le interesaban sus letras, sus títulos, su posición en el gobierno; ahora solo le interesaba hacer la voluntad de Jesucristo.  En su corazón ya no había amor por las cosas del mundo; sino amor por Jesucristo, por el cual lo perdió todo y lo desechó como se hace con la basura.  No significa que nosotros tengamos que hacer lo mismo que hizo Pablo; pero sí podemos hacer algo mucho mejor: Poner nuestros dones, nuestros conocimientos y nuestras habilidades al servicio de Cristo.  Seguramente, así como ha sucedido con todos los servidores de Cristo, cuando su amor llene nuestro ser completo, entonces también pensaremos como Pablo, que el amor de Cristo es lo máximo y que el resto pasa a un segundo plano.  No en vano dice la escritura: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” Mateo 6:33.

Hay dos tesoros invaluables que se reciben mediante la comunión con Dios:

1.  El amor de Cristo.

Cuando decidimos ser discípulos de Cristo, su amor llena todo nuestro ser y así mismo este amor se irradia a otras personas; esto es porque Dios en su esencia es amor y nosotros como verdaderos hijos también tenemos que estar llenos de esa virtud.

2.  La excelencia del conocimiento de Cristo.

La revelación de Cristo se encuentra en la Biblia y el estudio de esta palabra mediante la asesoría del Espíritu Santo nos lleva a un estado de conocimiento supremo: Conocimiento del bien y del mal, conocimiento sobre la vida y sobre la muerte, conocimiento sobrenatural, etc.; de tal forma que este conocimiento pasa a ser NUESTRO SEGUNDO TESORO después de CRISTO, el cual sobrepasa la vida y la muerte.  Esta riqueza es superior a todas las riquezas que se puedan obtener en el mundo; pues todo lo del mundo es temporal, en cambio lo espiritual es eterno.

Pero es necesario poner a Cristo en primer lugar; de resto no podemos ganar a Cristo.  Y si no podemos hacer que Cristo llene nuestro ser, entonces nuestro ser seguirá lleno por las vanidades del mundo, las cuales inevitablemente nos llevarán al castigo eterno.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a dejar de practicar el pecado, a leer tu palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que mi nombre esté inscrito en el reino de los cielos para siempre.  Amen

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