La única fuente de paz y reconciliación.
Colosenses 1:20-23
CONCLUSIONES.
Multitudes en el mundo claman por justicia y paz; ¿Pero a
quién le claman? Lo hacen ante el
gobierno, ante las instituciones públicas, ante organismos de carácter mundial
y también lo hacen ante ídolos de metal, madera o yeso. La realidad es que el gobierno es instituido
por Dios, pero no es Dios; la verdad es que las organizaciones mundiales tienen
mucha cobertura y mucha solidez, pero ellos tampoco son Dios; la verdad es que
muchos ídolos, aunque parezcan mover multitudes, tampoco son Dios, sino
creación de manos de hombres. ¿Entonces,
en dónde podremos encontrar la paz y la reconciliación?
Si el hombre está apartado de Dios, entonces sobrevendrán
juicios para llamar la atención del hombre y peor aún, al no tener la cobertura
y la protección de Dios, entonces las tinieblas en cabeza de satanás tienen el
camino abierto para ejercer potestad sobre la humanidad y ejecutar su plan
diabólico que siempre ha sido “hurtar, matar y destruir”. ¿Y cómo lo hace el diablo? Sencillo, el diablo y su ejército de demonios
trabajan sembrando el pecado en el corazón del hombre y al tentarlo y hacerlo
caer, entonces acaba con la justicia, la paz, el amor y la unidad.
Dios nos dice que la paz está solo en su Hijo Jesucristo, a
quien Él puso, para “reconciliar consigo todas las cosas”, tanto las
visibles como las invisibles, las que vemos en la tierra, como las que están en
los cielos. Pero el elemento principal
de esta paz es SU SANGRE DERRAMADA EN LA CRUZ DEL CALVARIO, sacrificio que fue
aceptado por el Padre; por eso es que esto no tiene sustitutos; pues Dios tiene solo
un Hijo Primogénito y solo Jesús fue el que murió en la cruz del calvario. El mundo podrá hacer muchos esfuerzos por
buscar la paz, pero no la encontrará fuera de JESUCRISTO. Solo habrá tiempos cortos de aparente paz, sobre
todo cuando el anticristo comience a gobernar todas las naciones y las someta a
sus principios; esto será en la primera mitad de la gran tribulación, porque en
su segunda mitad, él se manifestará al hombre tal cual como es, como el mismo
diablo y entonces vendrán los juicios sobre la tierra. Por esto es que Jesucristo es el único
reconciliador entre Dios y todas las cosas existentes en su creación.
También Jesucristo es el reconciliador entre Dios y los
hombres, quienes éramos extraños y enemigos para Dios a causa del pecado y de
las malas obras, mediante su cuerpo de carne, el cual cargó con todas nuestras
rebeliones y pecados en la cruz del calvario.
Él mediante su cuerpo, con su posterior muerte y resurrección,
reconcilió con Dios a todos los que acudimos arrepentidos a los pies de
Cristo. Jesucristo cargó con todos
nuestros pecados en la cruz del calvario y allí fueron crucificados igual que
su cuerpo; por esta razón todo el que acude a Jesucristo es justificado, porque
Jesucristo ya pagó por nuestras iniquidades, entonces nosotros somos libres de
culpabilidad delante de Dios. Esta
resurrección del Hijo de Dios, también la experimentan sus verdaderos hijos,
cuando voluntariamente abandonan el pecado y convertidos en nuevas criaturas
(por el mismo poder que resucitó a Jesucristo), deciden andar en obediencia y
santidad a la palabra de Dios. Por medio
de la muerte de Jesucristo, entonces somos presentados santos, sin mancha e
irreprensibles delante de Dios; esto es, si realmente estamos fundados en la fe,
si permanecemos firmes en la fe y si no nos movemos de los fundamentos del
evangelio de Jesucristo.
En síntesis, no podemos esperar paz de los gobiernos, ni de
las religiones, ni de las organizaciones mundiales; solo si acudimos a
Jesucristo, entonces Él podrá reconciliar al mundo con Dios. Tampoco podemos esperar salvación a través de
las religiones, ni mucho menos de sus líderes; solo podemos ser reconciliados
con Dios a través de su Hijo Jesucristo, quien por su padecimiento, muerte y
resurrección fue constituido como el único mediador entre Dios y los hombres.
Que
Dios los bendiga grande y abundantemente.
Estimado
amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en
voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti
arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz
del calvario. Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te
pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques,
porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu. A partir de hoy me
comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y
sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por
una eternidad. Amen”