Si hubieras atendido a mis mandamientos.

Jeremías 48:18

¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar.”

CONCLUSIONES.

El pueblo de Israel fue enviado al exilio durante 70 años, bajo el yugo de Babilonia, por causa de sus múltiples pecados.  Principalmente se olvidaron de su Dios Jehová de los Ejércitos y rindieron culto a dioses paganos.  El pueblo se mezclaba con las naciones vecinas y tomaba para sí sus dioses y sus cultos, y de esta forma hacían enojar a su verdadero Dios.  Dios le dijo a través de su profeta: “¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos!”.  Y es que el pueblo se olvidó de su primer gran mandamiento, de amar a Dios por sobre todas las cosas y seguidamente empezaron a violar los demás mandatos y de esta forma le daban la espalda a Jehová, quien los rescató de la servidumbre de Egipto y los sustentó durante 40 años en el desierto con grandes prodigios y milagros, hasta el día que los entró a la tierra prometida.

¿Por qué sucedió esto?  Ellos podían sentir la presencia de Dios, podían verlo a través de sus manifestaciones de poder, podían escuchar su voz a través de sus sacerdotes y profetas, recibían diariamente de su provisión, entonces ¿Por qué estaba sucediendo esto?  La respuesta es simple, había REBELIÓN contra Dios en sus corazones.  Y esta misma rebelión es la que existe hoy en día en la humanidad; pues el hombre, aunque sepa que todo proviene de Dios, no le interesa seguir a Dios.  En su orgullo y soberbia, solo quiere ser independiente.  No le interesa vivir conforme a la voluntad de Dios, sino que quiere poner su voluntad por encima de la de Dios; no quiere saber que Dios es el creador de todo cuanto existe, sino que busca teorías humanas como la evolución para explicar el surgimiento de la vida y de las cosas; no quiere vivir para Dios, sino vivir para su propio ego, para complacer sus propias concupiscencias, sus propios apetitos, sus propios deseos, sus carnalidades y sus mundanalidades; no quiere sujetarse a Dios, porque quiere disfrutar de una supuesta “libertad verdadera”; no quiere seguir a Dios, supuestamente por anticuado y por controlador, más bien quiere seguir al mundo con sus pasiones y deseos, que porque según él, esa es la “verdadera vida”.  ¿Pero cuán equivocados están? Cuando despierten de su encantamiento, se darán cuenta que están en medio del infierno y que ya no habrá forma de arrepentirse.

Hoy nos dice Dios, “si hubieras atendido a mis mandamientos, tu paz fuera como un río y tu justicia como las ondas del mar”.   Un río no para de fluir y las ondas del mar no se aquietan, diciéndonos con ello que la paz y la justicia serían constantes y que vendrían de todas partes: De la salud, de las finanzas, del trabajo, del estudio, de la convivencia, de la vida social, del gobierno, etc.  Si hubiésemos atendido los mandatos de Dios, seguramente hoy no habría pestes, ni hambres, ni violencia, ni persecución, ni terremotos, ni injusticias, ni necesidades, ni pobreza.  Si Dios pudo hacer llover pan y carne del cielo para sustentar al pueblo de Israel, también lo puede hacer hoy para sustentar al mundo; el problema es que el mundo no quiere saber nada de Dios, a excepción de un pequeño remanente que gime y clama delante de Dios esperando la segunda venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.  Y a pesar del juicio actual, muchos no han vuelto su mirada hacia el Creador, sino que más bien, han volteado su mirada hacia sus dioses de metal, de madera o de yeso.  Muchos están aprovechando esta situación para enriquecerse o para hacer el negocio del siglo, otros están haciendo planes malévolos para tener el control sobre el mundo, sobre su economía y sobre los habitantes de la tierra. ¡Qué desgracia!  Cuando muchos entienden el llamado de Dios, otros aprovechan la oportunidad para incrementar la maldad; es por eso que no podemos esperar paz en el mundo, pues dijo el mismo Jesucristo: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.”  Mateo 10:34.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen

 

 

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