¿Quieres que Dios te mire?
Isaías 66:1-2
“Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis
pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi
reposo? Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice
Jehová; pero miraré a aquel que
es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra.”
CONCLUSIONES.
El pueblo de Israel construyó un tabernáculo o sitio de
reunión, donde estaba la presencia permanente de Dios. Este tabernáculo tenía un lugar santísimo,
donde entraban los sacerdotes cada año.
Allí estaban dos querubines cubriendo el arca del pacto, la cual tenía
en su interior la tabla de los diez mandamientos entregada por Dios a Moisés y
la vara de Aaron que Dios hizo reverdecer.
Suena desproporcionado que Jehová de los Ejércitos, siendo un Dios
infinitamente grande, pudiera habitar en un tabernáculo, donde solo caben un
puñado de personas. Es por eso que Dios
expresa lo siguiente: “El cielo es mi trono y la tierra estrado de mis pies”. Es tal su grandeza, que la tierra solo le
alcanza para colocar sus pies, cosa que nosotros no podemos ver con nuestros
ojos físicos; pero que en el ámbito espiritual es cierto, porque Dios así mismo
lo asegura. Basado en estas dimensiones,
es imposible que el hombre construya una morada para el Dios Altísimo; sin
embargo, Él se comprometió a tener sus oídos atentos y sus ojos abiertos allí
sobre aquel tabernáculo, para recibir la oración de su pueblo y responder a sus
peticiones. Además de esto debemos
considerar que Dios fue el que hizo todas estas cosas, en donde incluyó un
tercer cielo especialmente para Él: “Mi mano hizo todas estas cosas, y así
todas estas cosas fueron, dice Jehová”.
Hoy en nuestros días, ya no es indispensable un templo
físico, a través del cual poder ofrecer sacrificios de alabanza y de adoración
a Dios. Cada uno de nosotros, los
nacidos de nuevo, fuimos constituidos en un templo del Espíritu Santo y es por
eso que nuestro corazón tiene que estar limpio y santificado, para que allí
esté la presencia de Dios, para que allí estén sus oídos atentos y sus ojos
abiertos. “¿O ignoráis que vuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis
de Dios, y que no sois vuestros?”. 1 Corintios 6:19. En el tabernáculo
había que santificar tanto el lugar, como los sacerdotes y el pueblo que
ofrecía holocaustos y para eso se usaban sacrificios de animales, cuya sangre
era rociada en sitios especiales de personas o cosas para lograr su
purificación. El sacerdote tenía que
prepararse durante un año para entrar al lugar santísimo y tenía que entrar
amarrado a una cuerda y con una campanita colgada de su vestido, esto porque
podía no estar bien santificado y morir ante la presencia de Dios. Cuando la campanita dejaba de sonar, entonces
era porque había muerto en la presencia de Dios y entonces sus servidores
usaban la cuerda para sacarlo de lugar santísimo.
Era muy riguroso el proceso de purificación y santificación
en aquellos tiempos; hoy también lo es, pero la diferencia es que hoy no se
usan sacrificios de animales. Hoy solo
tenemos que acudir a Jesucristo y pedirle que nos lave con su sangre derramada
en la cruz del calvario y una vez hecho esto, seremos santificados y podremos
pedir que este nuestro templo sea ocupado por el Espíritu Santo. Cuando allí no está el Espíritu Santo,
entonces dicho templo está ocupado por demonios, los cuales están encargados de
dirigir la vida del hombre. Hoy el hombre común está gobernado por su Ego, el
cual está acompañado de espíritus inmundos que lo aconsejan y le disfrazan el mal,
para que todo lo vea como bueno y así se convierta en un enemigo de Dios.
¿Pero a dónde quiero llegar?
Cuando la persona ha nacido de nuevo y el Espíritu Santo gobierna su
corazón, entonces la persona empieza a producir frutos de vida eterna. Allí nace una preciosa virtud, muy estimada
por Dios que es la humildad. “Los
sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y
humillado no despreciarás tú, oh Dios.”. Salmos 51:17. Esta humildad es uno
de los mayores sacrificios que se pueden presentar a Dios y de los cuales Él se
agrada, sobre todo si va acompañado con el arrepentimiento, el cual debe ser
continuo también como la humildad; pues si partimos del principio de que somos
pecadores, entonces a cada momento debemos estar arrepentidos, no solo por lo
que hicimos durante el día, sino por nuestra condición humana. Esta virtud también debe estar acompañada por
la pobreza espiritual, que es el sentimiento permanente de que necesitamos de
Dios, de que necesitamos de su unción, de su bendición y de su ayuda: “Bienaventurados
los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.”. Mateo
5:3.
Y si a estas virtudes le agregamos una extraordinaria virtud
denominada el temor a Dios, entonces no habrá infierno que nos pueda frenar
en nuestro caminar hacia el reino de los cielos. “El temor de Jehová es aborrecer el mal;
La soberbia y la arrogancia, el mal camino, Y la boca perversa, aborrezco.”.
Proverbios 8:13. Este temor debe ser tan real, que podamos decir que temblamos
ante la palabra de Dios. Pero no
temblamos porque esta nos infringe temor, sino porque nos damos cuenta de que
hemos desobedecido continuamente a Dios y que, si no fuera por su infinita
misericordia, entonces estaríamos aún lejos del reino de los cielos. Este temor a Dios es el que nos incita
permanentemente a alejarnos del mal y a deleitarnos en la justicia de
Dios. ¿Quieres ser sabio e inteligente?
Entonces pon en práctica el temor de Jehová, que él te hará sabio y como
consecuencia del conocimiento de Dios entonces serás inteligente: “El
temor de Jehová es el principio de la sabiduría, Y el conocimiento del
Santísimo es la inteligencia.” Proverbios 9:10.
¿Quieres que Dios te mire?
Si realmente lo deseas, entonces debes anhelar, pedir y buscar estas
tres virtudes: Pobreza espiritual,
humildad y temor a su Palabra. Pero si
en vez de esto, sigues en tu loca carrera por el mundo, viviendo para la carne,
haciendo injusticias e ignorando a Dios, entonces Dios no te mirará, sino que
más bien te desechará y serás destituido definitivamente del reino de los
cielos.
Que Dios los bendiga grande y abundantemente.
Estimado
amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en
voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti
arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz
del calvario. Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te
pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques,
porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu. A partir de hoy me
comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y
sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por
una eternidad. Amen”.