¿Por qué viene la ira de Dios?


Colosenses 3:5-6.

“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”.

CONCLUSIONES.

Hay una gran diferencia entre ser criaturas de Dios y ser hijos de Dios; también existe una gran diferencia entre ser hijos de obediencia o hijos de desobediencia.  Todos somos creados por Dios, lo que nos da la connotación de criaturas; pero solo el nuevo nacimiento nos da derecho a ser verdaderos hijos de Dios y el nuevo nacimiento conlleva a la obediencia: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” Mateo 7:21. Es entonces la obediencia la que define nuestra calidad de hijos y un hijo desobediente es lo mismo que un hombre natural, quien no ha conocido a Dios, ni se ha acercado a Jesucristo para que lo transforme en una nueva criatura, para que, a través de la muerte y resurrección de Cristo, el hombre de pecado se transforme en una nueva criatura nacida de Dios, cuando antes era nacida del mundo.

Si una persona no ha nacido de nuevo o ya pasó por este proceso, pero sigue incurriendo en el pecado y en la desobediencia, entonces no es hijo; sino una criatura sin derechos en el reino de los cielos.  Este mundo anda mal, pero no se pregunta el por qué están sucediendo todas estas cosas: Pandemias, terremotos, hambre, desempleo, pobreza, erupciones volcánicas, explosiones, accidentes aéreos, guerras entre naciones, polución ambiental, homicidios, enfermedades catastróficas, etc. El mundo está así, porque Dios dio señorío al hombre sobre la naturaleza y a causa del pecado, entonces el hombre también contaminó la naturaleza y todo lo bueno que Dios puso a nuestra disposición. Y es que muchos ya están amañados con el pecado y creen que de pronto Dios ya hizo lo mismo, y que, por su misericordia entonces ya no está tomando en cuenta nuestros pecados; pero no es así, pues Dios es inmutable, no cambia de parecer y si dijo al principio que eso era pecado, ahora no se va a retractar: “Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.” Malaquías 3:6. Y es esta virtud de Dios denominada la inmutabilidad, por la cual el mundo no ha sido destruido aún; pues Dios por su infinita misericordia, ha venido extendiendo el tiempo de los juicios finales, esperando que el hombre entre en razón y se arrepienta de sus malos caminos. 

En este texto se mencionan algunos de los pecados que causan la ira de Dios, sin embargo la lista de los frutos de la carne, los que produce el hombre natural o el hijo de desobediencia, es aún más grande: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.” Gálatas 5:19-21. Hay que recordar que la idolatría es quitarle la gloria a Dios para dársela a otras criaturas, o a cosas como las imágenes o esculturas, o a personas muertas que fueron elevadas al estatus de santos por el mismo hombre.  Estos pecados tienen dos connotaciones importantes: Primero, causan la ira de Dios en cualquier tiempo y segundo, causan la muerte segunda; es decir, el castigo eterno en el lago de fuego y azufre para todo hombre que practique alguno de ellos y que no se haya arrepentido y no haya aceptado la obra redentora de Cristo.  ¿Qué dice Dios entonces?  Él dice: “Haced morir lo terrenal en vosotros”, esto quiere decir alejarse de pecado y vivir en obediencia y santidad a la palabra de Dios; solo así se terminarán los tiempos de la ira de Dios y pasaremos a tener hermosos días llenos de paz, de seguridad y de la bendición de Dios.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.



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