La segunda voluntad de Dios.

1 Tesalonisenses 4:2-8.

 “Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús; pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios; que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado. Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo.”

CONCLUSIONES.

¿Qué desea Dios de nosotros en estos días?  Debido a que hay un mandamiento que como todos es de estricto cumplimiento, entonces, primeramente, hay que buscar la reconciliación con Dios, esto para los que aún no se han convertido y seguidamente buscar la santidad: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.” Hebreos 12:14. La primera voluntad de Dios es que todos seamos salvos y para eso debemos llegar arrepentidos delante de Jesucristo: “el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” 1 Timoteo 2:4.  Y como segunda voluntad es que nos santifiquemos; pues si no alcanzamos dicha santidad, no habrá forma de entrar al reino de los cielos y si aún no hemos nacido de nuevo en Cristo Jesús, en vano tratamos de santificarnos.  

Miremos que el amor de Dios se ha manifestado para salvación y para esto tiene que haber primero reconciliación con Dios y como segundo santificación: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres” Tito 2:11.

Veamos algunas de las instrucciones que dio nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos, como requisitos para alcanzar la santificación.

Que nos apartemos de fornicación. El hecho de una pareja estar conviviendo sin ningún vínculo matrimonial, se convierte en pecado de fornicación y si alguno de los dos ya tiene con anterioridad un vínculo matrimonial con otra persona, entonces los dos están cometiendo adulterio y debemos recordar que ni los fornicarios ni los adúlteros podrán entrar en el reino de los cielos.

Tener su propia esposa en santidad y honor, no en pasión de concupiscencia.  Dios ha puesto gozo en la intimidad de una pareja y también le ha dado descendencia para que en su vejez no estén solos; pero aún en las relaciones de pareja tiene que haber santidad; nada de pasiones desordenadas, ni mucho menos el mal uso de los órganos del cuerpo.

Que ninguno agravie ni engañe a su hermano; pues el Señor es vengador de todo esto.  Esto significa que no se debe tolerar las iras, ni las contiendas, ni los odios, ni las venganzas, ni los engaños, ni las mentiras., ni las agresiones verbales, ni las palabras vulgares, ni las calumnias.  Debemos recordar que Dios es el juez de los justos y que el dará el pago a cada uno según su obra.

Que nos alejemos de la inmundicia y más bien nos acerquemos a la santificación.  Inmundo es todo aquel o aquello que viola o contradice los mandamientos de Dios.  En Israel se aplicaba mayormente a cierta clase de animales que eran prohibidos para el consumo humano; pero el hombre que peca deliberadamente, que se arrastra en las pasiones y los deseos de la carne, también se considera inmundo.

Que recibamos estos mandatos del Señor y no los desechemos como si fueran palabra de hombre.  No pensemos que porque esos mandatos vinieron a través del apóstol Pablo, que entonces son de voluntario cumplimiento; no es así, pues los apóstoles recibieron de Jesús o de su Santo Espíritu las instrucciones que debían dar a su pueblo.  Y el problema es que quien desecha estos mandatos, no está desechando al hombre sino a Dios mismo.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.


Comentarios

Entradas populares de este blog

El sueño espiritual. Romanos 13:11-14

El poder del evangelio (Romanos 1:16-17)

En ningún otro hay salvación. Hechos 4:11-12