Escogidos para salvación.

2 Tesalonicenses 2:13-14

“Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo.”

CONCLUSIONES.

Todos estamos en los planes de salvación de Dios; pero la mayoría no escoge seguir el bien, sino el mal o la injusticia, pasándole de esta forma la escritura de propiedad de sus almas al diablo y quedando espiritualmente perdidos por una eternidad: “Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.” Josué 24:15. De esos pocos que escogieron servir a Dios, se puede decir que son los escogidos de Dios desde el principio para salvación. Miremos que el plan de Dios es que todos lleguemos al arrepentimiento y que nadie perezca en el infierno: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.”. 2 Pedro 3:9. 

Estos escogidos por Dios, los cuales luego obedecen a su llamado, vienen a ser los predestinados desde antes de la fundación del mundo: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” Romanos 8:29-30.  Estos predestinados no es que tengan que salvarse obligatoriamente; sino que Dios en su infinita sabiduría, ya conocía de antemano quienes de ellos iban a escuchar su llamado e iban a llegar arrepentidos a los pies de Cristo; por eso dice: “a los que antes conoció”.  Aquí sigue activo este principio, que Dios es justo y que bajo ningún pretexto violaría la libertad que le dio al hombre; por tal razón son predestinados solo los que atendieron o atenderán el llamado de Dios al arrepentimiento; el resto de personas son solo pecadores que sirven al mundo y al diablo; pero que también desean ser salvos.

Y a esta salvación se llega mediante la santificación a través de estos dos principios: El Espíritu Santo y la fe en la verdad.  Y esto tiene una estrecha relación con el siguiente texto, dado que el agua es la palabra de vida o el evangelio de salvación dado por Jesucristo, quien en sí mismo es la verdad y la vida:  “Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Juan 3:5.  En síntesis, mediante la fe en Jesucristo y en su palabra (ya que ambos son la verdad), obtenemos el nacimiento del agua, y mediante el Espíritu Santo nacemos del Espíritu, así llegamos a ser una nueva criatura y estos dos principios también nos llevan a la santificación (sin la cual nadie verá a Dios), sin dejar de lado la obediencia, la cual nos hace abundar en frutos espirituales, hasta alcanzar la estatura de Cristo, con quien seremos partícipes de su gloria eterna.  Esto es pues para los que amamos el bien y no la injusticia; para los que servimos a Dios y no al mundo con sus pasiones y deseos.

Dice también que fuimos llamados a esta santificación mediante el evangelio de Jesucristo (pues el evangelio nos presenta su obra redentora y nos llama al arrepentimiento) y que su finalidad es alcanzar la misma gloria que tiene hoy nuestro Señor Jesucristo (pues fuimos llamados a crecer espiritualmente hasta alcanzar la estatura de Cristo).  Muchos en realidad piensan que son justos y buenos y hasta aseguran que han decidido seguir a Dios; pero siguen practicando el pecado.  El hombre quiere disfrutar de la vida terrenal; pero también quiere tener vida eterna y estas dos cosas son incompatibles; pues o vive para Dios o vive para el mundo; pero no puede hacer las dos cosas a la misma vez: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro...” Mateo 6:24.  Por esta falsa concepción del hombre es que “no hay muerto malo”, y el dicho popular para cualquiera que se muera, así sea un homicida, es que “Dios lo perdone y lo tenga en su santa gloria”; pero no hay forma de llegar al cielo mientras el hombre siga practicando el pecado.

En síntesis, todos fuimos escogidos para el mismo propósito, para que obtengamos la salvación de nuestras almas; sin embargo, sigue existiendo el libre albedrío del hombre y por eso muchos de estos hombres llamados no atenderán la voz de Dios, sino la voz del diablo quien también los ha llamado a la injusticia.  Pero no piense que si está viviendo en pecado, entonces de todas formas se salvará porque está escogido para salvación; pues esto sería una violación a la libertad de hombre de escoger su camino y también una violación a la justicia de Dios, quien pagará a cada uno conforme a sus obras. Ahora, si todavía dice mentiras, si todavía dice vulgaridades, si todavía honra imágenes o ídolos, si todavía roba aunque sea cosas pequeñas, si todavía es indolente ante la necesidad del prójimo, si todavía se deleita en los placeres de la carne y del mundo, si todavía odia, si aún no lee la biblia, si aún es desobediente a los mandatos de Dios, si aún es incrédulo, si aún no ha recibido a Jesucristo como su Señor y Salvador, etc.; no piense que va en el camino de la santificación, cuando lo cierto es que va en el camino de la perdición.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.

 

 

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