¿Está usted bajo el poder engañoso?

2 Tesalonicenses 2:11-12.

Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia.”

CONCLUSIONES.

¿Por qué la gente se aferra a las religiones, sectas y filosofías, descartando por completo el evangelio de Jesucristo?  Es simple, en principio las personas no creen en Jesucristo por causa de la rebelión que hay en sus corazones; pues el hombre quiere ser libre y por tanto no quiere estar sujeto a nada ni a nadie, el hombre quiere ser artífice de su propio destino, como dicen algunos; sin embargo, no puede ser señor de sus propios caminos: “Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos.” Jeremías 10:23. El hombre quiere vivir sin Dios y sin ley, supuestamente porque aquellas cosas lo atan y no le permiten disfrutar de la vida; pero el hombre está ciego espiritualmente y puede ver lo presente; pero no puede percibir lo que hay después de la muerte.  Y este pecado de incredulidad y de obstinación genera automáticamente una respuesta de parte de Dios y consiste en recibir un “poder engañoso” que le hará sentirse bien de la forma como está viviendo, así esté perdido.

El hecho de vivir fuera del cristianismo se convierte en injusticia delante de Dios; porque allá afuera el hombre vive de acuerdo con sus creencias y no de acuerdo con los preceptos de Dios.  El pueblo de Israel fue un ejemplo de este poder engañoso; pues mientras Dios los bendecía por causa de su misericordia, esperando que sus corazones se volvieran a Él, ellos se dedicaban a hacer sacrificios, libaciones y ofrendas de paz a sus ídolos, creyendo mediante el “poder engañoso” que todo lo que estaban recibiendo provenía de sus ídolos.  Así fue como finalmente Dios los destruyó: Una parte murió de hambre y de pestilencia, otra parte murió a causa de la espada de sus enemigos y otra parte fue llevada cautiva a Babilonia y todos los campos y ciudades donde vivían quedaron casi desolados, exceptuando algunos pobres que dejaron para cuidar y cultivar la tierra.  Dios cesó de bendecir a su pueblo a causa del castigo por su idolatría y los que quedaron esparcidos dejaron de adorar a sus ídolos y entonces pensaron que el mal que les había sobrevenido era por dejar de adorar a sus ídolos y no por hacer cosas abominables delante de Dios.

Miremos aquí en este texto como el pueblo de Israel que huyó a Egipto (una pequeña parte que quedó luego del cautiverio de Babilonia), aun no querían oír palabra de Dios, porque toda su prosperidad anterior la atribuían a sus ídolos y no al Dios verdadero: “La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová, no la oiremos de ti; sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo, derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros príncipes, en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y tuvimos abundancia de pan, y estuvimos alegres, y no vimos mal alguno.  Mas desde que dejamos de ofrecer incienso a la reina del cielo y de derramarle libaciones, nos falta todo, y a espada y de hambre somos consumidos.” Jeremías 44:16-18. 

Luego de que el hombre ha rechazado en varias veces el evangelio de Jesucristo, entonces viene un poder engañoso de parte de Dios, poder que lo convence de que lo que está pensando, lo que está haciendo y lo que está viviendo espiritualmente es la única verdad, para que finalmente todos aquellos que no creyeron en Jesucristo sean condenados: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.” Juan 3:18. ¿Qué más condenación que recibir un poder engañoso que lo mantendrá entretenido hasta que despierte en el infierno?  ¿Y por qué hace esto Dios, si Él es amor?  Dios ama al hombre, pero no ama su pecado y su rebelión, máxime cuando no quiere escucharlo y es por esto que dictaminó lo siguiente: “A fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia.”

Como consecuencia de este poder engañoso, muchos de los que andan en religiones, sectas o filosofías, creen que allí se profesa la única verdad y la defienden a “capa y espada”.  Por esta misma causa es que el que honra imágenes, estatuas o ídolos, sigue llevando flores, rezando y prendiendo cirios a sus ídolos, creyendo que el evangelio que se les predica es mentira y finalmente se pierden en el infierno: “Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios.” Efesios 5:5. Esto sucede también dentro del pueblo cristiano, para aquellos que quieren un evangelio fácil, sin compromisos y adaptado a los caprichos del hombre; para ellos también existe ese poder engañoso, que les hace pensar que lo que están viviendo es el verdadero evangelio y que no hay necesidad de vivir el evangelio de la cruz.  En este lugar ya es muy difícil que las personas reaccionen y se vuelvan a la verdad del evangelio.  Es por eso que cuando nos hablen del evangelio de Jesucristo, hay que creer y acudir diligentemente arrepentidos a los pies de Cristo; porque si lo rechazamos en forma reiterada, entonces la situación se complica frente a la salvación de nuestras almas.

Si está usted bajo ese poder engañoso, reaccione ya y pídale a Dios que le perdone y que quite el velo de ceguera espiritual que ha colocado el diablo en sus ojos, para que ya no sea incrédulo; sino un verdadero hijo de Dios, apto para entrar en el reino de los cielos.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.

 

 

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