Nada trajimos y nada nos llevaremos.

1 Timoteo 6:6-7

“Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar.”

CONCLUSIONES.

Sin duda una de las mayores preocupaciones del hombre es la supervivencia y luego que puede conseguir para suplir sus necesidades básicas, entonces el hombre comienza a gestionar sus proyectos de vida como: Una buena profesión, una familia, un negocio, un trabajo estable, etc.  Y muchos de los hombres piensan en otras metas más altas como: Empresas, fama, poder, riquezas, política, recorrer el mundo, ir de vacaciones a los lugares más exóticos, etc.  ¿Pero qué es lo realmente necesario para el hombre?

Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee... Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” Lucas 12:15,20.  Es muy elocuente este texto donde podemos resaltar que la vida no está en los bienes que posee el hombre y que estos bienes como tal no podrán cambiar el destino final de nuestra alma y espíritu, sino más bien el buen o mal uso que de ellos hacemos; en síntesis, un rico no podría esperar clemencia de Dios al momento de su muerte, solo porque era un poderoso sobre la tierra. Así mismo el gozo y los placeres terrenales derivados de las riquezas, son como los helados para un enfermo de diabetes, y lo que hacen es agravar más la situación pecaminosa del hombre frente a Dios. 

Al diablo le interesa corromper a la humanidad mediante las riquezas y las posesiones; pues estas pueden generar todo tipo de injusticia y pecado que terminarán llevando al hombre al castigo eterno, es por eso que dice la palabra: “Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.” Mateo 19:24. Para Dios, las riquezas pueden ser buenas o malas según el uso que de ellas esté haciendo el hombre; pero ninguna de ellas influirá o causará que el alma llegue al reino de los cielos; dado que Dios es el dueño de las riquezas y que de ninguna forma podríamos comprar la salvación. Al cielo se entra por méritos y no por la cantidad de bienes que tengamos.

Pero mientras el hombre está ocupado buscando como suplir sus necesidades básicas o como conseguir cosas suntuosas, la vida corre, la vida se va y lo más importante que es la vida eterna, es dejada a un lado, la que solo puede dar nuestro Señor Jesucristo, quien nos reveló el misterio de la piedad a través de su padecimiento, muerte y resurrección.  Lo único que representa ganancia para el hombre es la piedad, manifestada principalmente en la obediencia al primer y segundo gran mandamiento, los cuales encierran la esencia del amor de Dios, el cual llega a nosotros desde el cielo y se transmite hasta nuestro prójimo, si nosotros nos convertimos en vasos útiles para Dios, de tal forma que recibamos de su amor y que también lo demos a otros. 

Esta piedad, si se lleva a cabo con amor, también estará llena de contentamiento, del gozo de Dios, el cual es una riqueza que traspasa las barreras de la vida y de la muerte y con la cual también podemos recibir gloria de nuestro Padre Celestial: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.” Romanos 8:18. ¿Quieres gloria aquí en la tierra? Mejor espera la gloria que te será dada en el reino de los cielos, si vives en obediencia y santidad a la palabra de Dios.

Estimado amigo, las riquezas materiales no dejan de ser materiales y un día desaparecerán.  Nuestra finca, nuestro apartamento, nuestro negocio y nuestra casa podrían desaparecer en un terremoto y en una crisis económica de un país, la moneda perdería totalmente su valor y qué decir de una pandemia, en la cual podría desaparecer nuestra familia completa.  Por eso es que no debemos poner nuestra mirada en las cosas materiales sino en Dios y en su hijo Jesucristo quien es eterno y quien también nos promete vida eterna y abundancia de bienes en el reino de los cielos:  “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” Hebreos 12:1-2.

Aun nuestro cuerpo tampoco lo trajimos; pues este fue gestado por nuestra madre terrenal, luego que Dios colocara el alma y el espíritu en un embrión y de la misma manera, este cuerpo tampoco podrá traspasar la barrera de la muerte física, a no ser que antes ocurra el arrebatamiento de la iglesia, en cuyo caso nuestros cuerpos serán transformados en cuerpos incorruptibles en un abrir y cerrar de ojos.  Y si nada nos vamos a llevar, entonces ¿Para qué nos preocupamos por los bienes terrenales? Preocupémonos por el pan de cada día, pero mayormente por nuestra salvación, pues nuestra vida más allá de la muerte física será eterna y el lugar donde vamos a estar depende de si corrimos o no arrepentidos a los pies de Cristo y si lo aceptamos o no como nuestro Señor y salvador.  “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.” 1 Timoteo 6:8.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.

  

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