El que es de Dios oye su Palabra.

Juan 8:47

El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.”

CONCLUSIONES.

Este texto explica la grave condición del hombre, un hombre que anda sin la dirección Dios y que desborda de maldad, de injusticia, de iniquidad y de pecado.  Y aunque muchos se crean buenos, también ellos están llenos de incredulidad e indiferencia delante de Dios, a excepción de un pequeño remanente que de corazón cree y obedece a Dios.  Y aunque muchos sigan otros credos y otras religiones, el único que creó el universo se llama Jehová de los Ejércitos, quien también es el único que vive y reina para siempre.  Los demás supuestos dioses son líderes ya fallecidos a los cuales rinden culto o ídolos hechos de metal, de madera, de yeso o de piedra; y seguramente allí habrá muchos que se crean buenos por cuanto siguen los preceptos de su religión.

Como el hombre se encuentra apartado de Dios, entonces por consiguiente no oye las palabras de Dios.  Mucho se ha predicado sobre el evangelio de Jesucristo, pero la gente no escucha activamente y aunque oyen, su mente está ausente y ocupada en otros asuntos de su vida.  ¿Pero por qué no oyen? La explicación de Dios es simple, “no las oís vosotros, porque no sois de Dios”. ¿Qué necesitamos entonces para ser de Dios y poder escuchar su Palabra?  Necesitamos poner atención a la voz de Dios, guardar y obedecer sus mandamientos: “Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra.”.  Deuteronomio 28:1. 

Cuando en nosotros haya la verdadera intención de escuchar y obedecer, entonces Dios hará su parte y dispondrá nuestra mente y nuestros oídos para deleitarnos en su Palabra; pero, mientras sigamos reacios a recibir su consejo, seguramente tampoco escucharemos, pues hay un adagio popular que reza: “No hay peor sordo que el que no quiere oír”.

Si usted es uno de los que se deleita en escuchar la Palabra de Dios, la guarda en su corazón y la pone por obra, eres bienaventurado, pues eres un verdadero hijo de Dios.  Si por el contrario, escucha la palabra y no la entiende, ni la retiene, ni le interesa entenderla, entonces eres un hijo del diablo: “¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra.  Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.” Juan 8:43-44.  

Alguno dirá entonces, ¿Por qué usted es tan radicalista?  El asunto es este: En el ámbito espiritual no hay términos medios, o es de Dios o es del diablo; pero no puede ser de ambos a la misma vez, ni hay un tercera persona a la cual se pueda servir.  Dios nos creó a todos, pero el hombre mediante el pecado le traspasa la propiedad de su alma al diablo y él podrá disponer de ella cuando quiera; pues ya no es propiedad de Dios.

En términos generales, el problema es simple:  Si oyes las Palabra de Dios, entonces eres de Dios; si oyes las insinuaciones del mundo con sus pecados y sus deleites, entonces eres del diablo.  Entonces ¿Cuál es la solución para los que no son de Dios?  Ellos deben creer que Jesucristo murió en la cruz del calvario para con su sangre redimirnos del pecado y de la maldad, y por consiguiente deben correr arrepentidos a los pies de Cristo y recibirle como su Señor y Salvador, de esta forma tendrán un nuevo nacimiento, serán llamados verdaderos Hijos de Dios, tendrán asegurada la vida eterna y sus palabras escucharán:  “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.” Juan 10:27-28. 

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21. 

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