¿Está usted contento con lo que tiene?
Hebreos 13:5-6.
“Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre.”
CONCLUSIONES.
Iniciamos esta reflexión citando este texto bíblico que dice: “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.”. 1 Timoteo 6:10. Es bien claro que todos los males del mundo tienen una raíz y esa es el amor al dinero, el cual posteriormente se convierte en poder económico y muchas veces hasta en poder político. En el huerto del Edén no había ninguno de los problemas del mundo moderno porque allá no había dinero y así mismo no había que competir por los recursos para la manutención del hombre; pues todo lo creó Dios con el propósito de que el hombre tuviera una vida apacible, llena de gozo y de bienestar, solo que todo esto se acabó cuando el pecado logró entrar en el huerto, entonces cesó la bendición y el hombre fue expulsado del Edén.
Hoy la vida material se reduce a una competencia por quiénes logran tener los mejores estudios, quiénes logran tener los mejores negocios, quiénes logran tener los mejores puestos de trabajo, quiénes logran tener los mejores salarios, quiénes logran vivir relajados sin necesidad de trabajar mucho, quiénes logran conseguir bienes y riquezas, quiénes se logran sostener en los tiempos de crisis, etc. Todo esto hace que el mundo viva en una horrible competencia para obtener una estabilidad económica, acaparando con ello la mayor cantidad de recursos posibles, para poder vivir con holgura y con todas las necesidades satisfechas como humano y además con proyecciones futuristas. Pero la competencia no queda sola, pues genera la avaricia para aquellos que no se contentan con lo que tienen ahora. Y como reza el dicho popular “la avaricia mata”, pero el dinero no, pues se han encontrado personas ricas que, en vez de acaparar más, ayudan a satisfacer las necesidades de los demás e incluso crean fundaciones para ayudar a la gente más pobre y con menos acceso a la educación o al trabajo.
¿Cuál es el antídoto de la avaricia? Es la gratitud a Dios, pues si estamos contentos con lo que tenemos hoy, entonces jamás seremos tentados por la avaricia, la cual llega incluso a hacernos incursionar en negocios ilegales para poder obtener dinero fácil y en cantidades alarmantes. Si no está contento hoy con lo que Dios le ha dado, entonces seguramente nunca lo estará, ni se sentirá auto realizado en un cien por ciento y es posible que cada que consiga algo nuevo, que cada que llegue a una nueva meta, siempre venga a su mente la idea de que le falta algo y esta es la inconformidad, la cual le impedirá ser feliz completamente.
En este orden de ideas, el horizonte para el ser humano inconforme siempre estará lejos y a pesar de que se materialicen muchos objetivos en su vida, el horizonte para estos hombres siempre se verá lejano y en este transitar de la vida se consumen su vigor y fortaleza y su salud desaparece cuando aún no han alcanzado sus objetivos; por eso es mejor estar contentos con lo que tenemos, pues Dios estará presto a satisfacer todas nuestras necesidades, siempre que nosotros busquemos primero su reino y su justicia: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”. Mateo 6:33.
La inconformidad con lo que tenemos nos lleva también a padecer el afán y la ansiedad, problemas que llevan a la gente a correr y andar apresuradamente para todos lados. Haga un pequeño ejercicio cuando salga a la calle y mire hacia ambos lados de la vía y verá motos y carros corriendo en todos los sentidos y se dará cuenta que todo mundo lleva afán, afán por llegar temprano, afán por entregar los pedios a tiempo, afán por entregar las mercancías a tiempo, afán por hacer el mayor número de carreras, afán por aprovechar lo mejor del día para su beneficio, otros sencillamente quieren “volar” y ser el foco de atención de muchas personas y otros viajan impulsados por los efectos del alcohol o de algún tipo de droga alucinante; y esto también es perjudicial para nuestras vidas, tanto para el hombre común como para el cristiano, pues este afán puede traer todo tipo de problemas físicos y mentales, que naturalmente alejan al hombre de la paz y la gratitud que deben acompañar su vida: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.”. Filipenses 4:6.
No es que no podamos aspirar a mayores o mejores cosas, sino que, si convertimos ese deseo en algo enfermizo, entonces aparecerá la inconformidad y la avaricia, las cuales nunca nos dejarán vivir en paz. Pero lo más grave de todo es que ningún avaro entrará en el reino de los cielos. “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”. Colosenses 3:5-6. La avaricia es tan mala, que es comparable con la idolatría que consiste en el hecho de fabricar, tener y honrar imágenes de metal, de madera o de yeso; es decir, ambos pecados producen el mismo rechazo de parte de Dios y el hecho de acaparar bienes y riquezas por causa de la avaricia, hace que estas cosas finalmente se conviertan en ídolos, en los cuales el hombre pone su esperanza y resulta así apartándose de Dios.
Además de tener gratitud con Dios, debemos recordar su promesa que dice: “No te desampararé, ni te dejaré”, y mucho más se deberá cumplir en nosotros esta promesa, si le estamos sirviendo a Dios. Otra cosa es que debemos pensar que lo que consigamos aquí en la tierra no lo podemos llevar a la eternidad cuando muramos físicamente y es allí donde debemos pensar que nuestro esfuerzo podría resultar en vano si un día fallecemos y aún no hemos llenado nuestras expectativas, si aún no hemos alcanzado nuestros proyectos de vida, pues lo que hayamos conseguido de nada servirá frente a la salvación de nuestras almas: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” Mateo 16:26.
Más bien tengamos avaricia de la buena por el conocimiento de Dios, por su verdad y por su justicia; pues este tipo de deseos si pueden conllevar al hombre a la vida eterna: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Mateo 5:3. Pobre de espíritu es el que está deseoso del conocimiento de Dios porque siente que es pobre espiritualmente y cree que allí en Dios es donde están las riquezas para su vida.
Hoy es cuando los verdaderos cristianos podrán proclamar que: El “Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre”. La verdad es que hay una promesa muy grande para los justos y por esa misma razón no debemos cobijar la avaricia dentro de nuestras vidas, pues Dios sabe de qué tenemos necesidad y Él estará presto a satisfacer cada una de ellas, siempre y cuando nosotros le sirvamos a Dios y no al mundo: “Joven fui, y he envejecido, Y no he visto justo desamparado, Ni su descendencia que mendigue pan.” Salmos 37:25. Y si usted aún no es cristiano, ya es hora de correr arrepentido a los pies de Cristo y de recibirle como su Señor y Salvador y así encontrará salvación para su alma.
Que Dios los bendiga grande y abundantemente.
Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario. Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu. A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad. Amen”. Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.
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