¿Las tentaciones son buenas?

Santiago 1:12

Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.”

CONCLUSIONES.

La tentación es una instigación o estímulo a hacer lo malo, a cometer pecado, a hacer lo contrario a los mandamiento de Dios y generalmente viene de parte de las tinieblas.  La tentación en sí no es mala, sino más bien nuestra respuesta a ella; pues si resistimos se convierte en una prueba superada la cual recibirá bendición y si sucumbimos a ella entonces se convierte en una caída frente al mal.  Esto es como el dinero, que en sí no es malo, sino más bien el uso que hagamos de él, pues lo podemos usar para el bien o para el mal y la tentación también. Veamos primero de donde provienen las tentaciones, que son actores que se convierten en los mayores enemigos del alma:

1. Hay un tentador, el diablo.

Sin duda alguna, hay un enemigo de la creación, que es el diablo o satanás y su deseo es tentar y por consiguiente hacer caer al hombre de la gracia de Dios, para que este se pierda eternamente:  “Por lo cual también yo, no pudiendo soportar más, envié para informarme de vuestra fe, no sea que os hubiese tentado el tentador, y que nuestro trabajo resultase en vano”.  1 Tesalonicenses 3:5.  Y la labor del diablo es permanente, quien está mirando y evaluando lo puntos débiles de cada hombre, para ver por dónde lo ataca.  Pero él no trabaja solo, pues a su alrededor hay millones de ángeles caídos que le sirven en su gran propósito.  Es menester recordar que el diablo no está interesado en tentar a los suyos, lo que andan haciendo maldad, pecado e injusticia; pues ya son suyos y por lo tanto no necesita que caigan.

2.  El hombre se tienta así mismo.

La carne con sus pasiones y deseos es el segundo gran enemigo del hombre: “sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido”.  Santiago 1:14.  La concupiscencia se define como “apetito desordenado de placeres deshonestos”, lo que indica que un hombre en ese estado es un “caldo de cultivo” donde puede florecer cualquier tipo de tentación que lo inducirá fácilmente al mal, pues pensará él como muchos que “esta vida es para disfrutar” y que no puede negarse un placer que satisfaga su corazón.  Otros más moderados opinan que “una vez al año no hace daño” y entonces con este tipo de excusas dan rienda suelta a sus pasiones y ahí es donde caen ellos mismos.

Pero no solo hay tentaciones para satisfacer los apetitos carnales, sino también de toda índole como la avaricia:  “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición”. 1 Timoteo 6:9.

¿Y para qué tenemos carne con pasiones y deseos? Mientras vivamos tendremos que estar supeditados a un cuerpo físico hecho de carne, sangre y huesos, el cual fue sujetado a pasiones una vez que Adán y Eva cayeron de la gracia de Dios y fueron expulsados del Edén; por tanto tenemos que soportar las aflicciones de la carne junto con sus pasiones, mientras esperamos la salvación de nuestras almas, esto para aquellos que creemos en la vida eterna a través de Jesucristo.  No es posible obtener la salvación en otro estado; pues solo aquí en el mundo material, podemos tomar la determinación de servir al bien o al mal; pues una vez hayamos muerto, nuestros caminos ya están trazados y ya no hay forma de decidir a donde ir: si al cielo o al infierno, pues eso lo decidimos desde la tierra, acorde con nuestras decisiones y nuestros actos.

¿Entonces para qué son las tentaciones?  Podríamos decir que tienen dos grandes propósitos dependiendo del punto de vista de donde se mire:  Del lado de las tinieblas es un arma para hacer caer a los cristianos y del lado del reino de la luz, es un instrumento para probar nuestra fe, acrecentarla y purificarla.

Si el hombre cae en la tentación, entonces esa victoria es para el diablo o para la carne.  Si el hombre resiste la tentación entonces esa victoria es para el hombre, porque de la mano de Dios “recibirá la corona de vida que Dios ha prometido a los que le aman”.  ¿Será que con una sola tentación que supere entonces recibirá la corona de vida?  Indudablemente que no, pues esto es una lucha constante, porque el cristiano supera una tentación y no tarda en llegarle otra y mientras esté viviendo en este mundo no estará exento de tentaciones; pues si el diablo no logra su objetivo por un lado, entonces usa otras estrategias y otros puntos de ataque y él seguirá insistiendo hasta que el hombre caiga o parta hacia la eternidad; estado en el cual ya estará exento de tentaciones, por cuanto dejó la carne aquí en la tierra.

El acto de persuasión del enemigo para que el hombre peque se llama devorar: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”.  1 Pedro 5:8.  El problema es que el hombre cae una vez y si no se levanta rápido, entonces le sobrevendrá otro ataque y si el hombre vuelve a caer, entonces quiere decir que se está alejando de la gracia de Dios y en este punto existe el peligro de que el diablo le de una “estocada final”, es decir, que le quite la vida, cuando el hombre ya no tenga posibilidades de salvación o cuando haya perdido por completo su comunión con Dios.  Sabemos que mientras le sirvamos a Dios, el guardará nuestra vidas; pero cuando aparece el pecado, entonces el hombre se vende nuevamente al diablo, quien tendrá de nuevo potestad sobre la vida de los caídos.

Por otra parte las tentaciones constituyen un horno donde se prueba la fe, pues si el hombre resiste las tentaciones, entonces su fe será hallada perfecta cuando venga Jesucristo por su iglesia o cuando el hombre sea llamado a la presencia de Dios: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” 1 Pedro 1:6-7.  Esa fe debe ser hallada en gloria, honra y alabanza para poder encontrarnos con nuestro Señor Jesucristo. 

Si eres uno de los que aún no tienen a Jesucristo como Señor y Salvador, hoy tienes la oportunidad de correr arrepentido delante de Él, de pedirle perdón y de invitarlo a que entre a morar en su corazón a través de su Santo Espíritu.  Recordar que cuando Dios está de nuestro lado, el no permitirá que nos lleguen tentaciones que puedan sobrepasar nuestros límites:  “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”.  1 Corintios 10:13. También la oración nos ayuda en el propósito de evitar las tentaciones:  “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”.  Mateo 26:41. Y finalmente Dios también nos ayudará a seguir adelante sin desmayar:  “Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio” 2 Pedro 2:9. 

En síntesis con Cristo las tentaciones no nos harán daño, sino que más bien nos traerán bendición.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.

 

  

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