¿De dónde vienen las guerras y los pleitos?

Santiago 4:1-3.

¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.”

CONCLUSIONES.

Qué bueno sería vernos ante un mundo lleno de paz, donde no existieran guerras ni pleitos, donde no hubiera hambre ni miseria; ese es un mundo soñado para los justos, pero sabemos que muchos grupos al margen de la ley y sectas religiosas extremistas en todo el mundo solo tienen una consigna: “Destrucción”.  ¿Pero por qué muchas personas están interesadas solo en destruir? Es simple la explicación, la Biblia nos declara que este mundo está bajo el poder del maligno (exceptuando el pueblo cristiano):  “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno”.  1 Juan 5:19.  Y el hecho de estar gobernados por el diablo, entonces el mismo hombre se convierte en instrumento del maligno para hacer injusticias, para hacer violencia, para destruir la obra de Dios, para acabar con la naturaleza y en muchas veces para destruir el género humano:  “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”.  Juan 10:10.

Pero muchos dirán que si no pueden ver al diablo, él mucho menos podrá tener dominio sobre nuestras vidas; pero no debemos ignorar que el diablo es espíritu y que no le podemos ver, pero que actúa a través de instrumentos físicos los cuales maneja a través de su mente y que también actúa sobre nuestras mentes colocando tentaciones, malos deseos, codicias y envidias, que finalmente producirán fruto en aquellos que están gobernados por el diablo, pues los verdaderos hijos de Dios tienen armas espirituales con las que pueden combatir estas insinuaciones del enemigo:  “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno”. Efesios 6:16.

Entonces, ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos?  Según este texto bíblico, las guerras provienen de las pasiones que combaten en nuestros miembros; es decir, el hombre del común está gobernado por la carne y por el mundo con sus pasiones y deseos, los cuales son insaciables; es decir, que nunca pueden ser satisfechos completamente; pues el rico no se contenta con lo que tiene y quiere más, el adúltero no se contenta con una sola mujer, el mentiroso cada día aprende más artimañas para engañar, el maldiciente engrandece su vocabulario cada día más, el que conquista una nación quiere seguir conquistando otras más, el que es injusto trata cada día de perfeccionar sus injusticias, el que roba cada día perfecciona sus métodos y también aumenta la cantidad de ganancias que obtiene ilícitamente, el que logra exportar una pequeña cantidad de estupefacientes en la próxima oportunidad desea enviar el doble, el que ostenta poderío militar entonces quiere invadir otras naciones; es decir, que el malo nunca está contento con lo que hace u obtiene y quiere hacer más maldad.  Sin duda alguna, su carne a través de sus pasiones y deseos se vuelve cada día más exigente y por su parte el diablo cada vez lo incita a que aumente sus maldades.

Por todo lo anterior, hay unas pasiones que están permanente luchando por obtener atención de parte nuestra y de nosotros depende que le demos atención o no.  El hombre carnal seguramente no opone ninguna resistencia a las tentaciones y malas insinuaciones, porque esa es su vida, ese es su deleite; por el contrario, el cristiano verdadero tiene estas pasiones bajo control, porque él es dirigido por el Espíritu Santo de Dios y ya ha muerto al viejo hombre que estaba cargado de vicios y pecados, mayormente cuando sabe que el que vive para la carne cosechará muerte y el que vive para Dios cosechará vida eterna:  “Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”.  Gálatas 6:8.

¿Por qué estas pasiones nunca tienen un límite?  La Biblia nos declara cuáles son algunos de los problemas:

1.  Codiciáis, y no tenéis.  Codiciamos demasiadas cosas y por lógica no las podemos tener todas, pues si todos deseáramos estar llenos de riquezas y tener todo sin necesidad de trabajar, entonces nos moriríamos de hambre porque no habría quien cosechara los alimentos en el campo y tiene que haber alguien que produzca, o sino la cadena de abastecimiento colapsa.

2.  Matáis y ardéis de envidia y no podéis alcanzar.  La pereza y la envida son dos causas generadoras de violencia y de homicidios; pues el que no quiere trabajar entonces se pone a robar ya que requiere menos esfuerzo y el que tiene envidia, pues busca la forma de quitarle a otros lo que tienen por la vía de hecho.  Y esto es peor aún porque el que roba para sufragar sus necesidades o para malgastar, seguirá teniendo necesidad y esto es algo que nunca termina.  También el que hurta por envidia, va a seguir teniendo envidia porque los bienes aumentan y la tecnología también, lo cual lo llevará a seguir codiciando los bienes ajenos y a cometer hurtos.  En síntesis, se cumple lo que dice la palabra “y no podéis alcanzar”, porque cada vez el ladrón tiene objetivos más altos y costosos, hasta que llega el día que es sorprendido por la ley y allí cesan sus aspiraciones dentro de un sitio de reclusión.

3.  Combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis.  Muchas veces ni siquiera sabemos qué es lo que deseamos, podrían ser tantas cosas a la vez que nuestra mente se nubla; entonces si obtenemos algo, nos damos cuenta de que eso no era lo que necesitábamos o que nuestras aspiraciones de hoy han cambiado y que ahora ya no necesitamos una bicicleta, sino más bien una moto; que ahora no necesitamos un carro de una generación anterior, sino que necesitamos un último modelo con navegación asistida por computador.  Ahora nos dimos cuenta de que ya no necesitamos un apartamento, sino más bien una casa finca, etc., lo que hace que nuestros deseos siempre estén más allá del horizonte.

¿Y por qué somos insaciables en cierto sentido?  Dice la Palabra: “Porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”.  Todo se reduce a la vanidad, primero porque no le pedimos al que realmente es el dueño de todo, esto es a Dios, sino que muchas veces usamos la injusticia para adueñarnos de lo ajeno y segundo que, si le pedimos a Dios, lo hacemos para gastar en nuestros deleites y esos deleites son “un barril sin fondo” el cual nunca puede ser llenado completamente, porque hace parte del mundo con sus pasiones y deseos, los cuales son insaciables.  Para recibir de Dios, tenemos que pedir conforme a su voluntad y esta voluntad está escrita en su Palabra, y no hay mejor forma de confrontar nuestras peticiones que sometiéndolas a la Palabra, y por lo general nuestras peticiones deben tener amor y misericordia para que encajen dentro de la voluntad de Dios. Es muy diferente pedir riquezas para vivir holgadamente, que pedirlas para ayudar a los necesitados, pues lo primero conlleva a la vanidad y lo segundo a amar a nuestro prójimo.

¿Cuál es entonces la solución a este problema?  Dios nos declara en su Palabra que estemos contentos con lo que tenemos, además de que Él conoce nuestras necesidades y nos dará a su debido tiempo todo lo que necesitamos, así estaremos libres de esas pasiones y deseos que nos pueden llevar a la injusticia, las guerras y los pleitos: “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto”.  1 Timoteo 6:8. También el siguiente texto nos dice que no tengamos avaricia, y que estemos seguros de que Dios nos ayudará en todo: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre”.  Hebreos 13:5-6.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.

 

  

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