El propósito final de la fe.

1 Pedro 1:6-9

“En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas

CONCLUSIONES.

El hombre está formado por una parte material y otra espiritual, la parte material está constituida por carne, sangre y hueso, por lo cual es la parte más débil del ser humano, tanto que luego que muere físicamente, estos elementos entrarán en descomposición y finalmente solo quedarán los huesos, que bien preservados podrán durar mucho más tiempo.  El hombre en su parte espiritual está conformado por el alma y el espíritu dos componentes que son eternos; el alma a su vez está compuesta por el corazón, la mente y las emociones y su espíritu es una porción de Dios colocada sobre el hombre o el “aliento de vida” o el “soplo de vida” que Dios puso en cada embrión al momento de producirse la concepción, pues si allí no hay soplo de vida, entonces no habrá concepción: “Yo que hago dar a luz, ¿no haré nacer? dijo Jehová. Yo que hago engendrar, ¿impediré el nacimiento? dice tu Dios” Isaías 66:9.  

Si Dios puso allí la vida e hizo engendrar, entonces cualquiera que interrumpa esta gestación estará afrentando al mismo Dios y por consiguiente si el mayor esfuerzo y la mayor contribución la puso Dios, entonces debemos reconocer que nosotros como humanos solo somos instrumentos de Dios y administradores de sus recursos y que por lo tanto no tenemos ningún derecho a “truncar” o suspender la vida que Él en su sola potestad determinó crear.

Ya enfocados nuevamente en el tema que nos corresponde y el cual queremos destacar, es que el alma y el espíritu son eternos y que una vez muerto el cuerpo, estos dos componentes revestidos de un cuerpo espiritual (“Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual” 1 Corintios 15:44), tendrán que vivir el algún lado del universo y que para eso Dios ha dispuesto dos caminos, para que el hombre desde su naturaleza humana, pueda escoger en dónde vivir su eternidad.  Pero para que el hombre comprenda esto, primero debe tener en cuenta que en esencia es un ser espiritual y que necesita de una dirección superior que le ayude a tomar el mejor camino.  A simple vista uno podría decir que el mejor camino es ir al reino de los cielos (eso decimos los sensatos); pero los malos no piensan lo mismo, y ellos con su mente y su moral corrompidas y ya cauterizadas, solo tienen la idea de ir al infierno a seguir gozando allá, a continuar con los deleites de una vida llena de la satisfacción de los deseos de la carne y del mundo. 

Muchos piensan que allá en el infierno habrá baile, que habrá licor, que habrá mujeres todas las que quiera, que habrá comodidades al estilo de los testaferros en las cárceles y algunos incluso piensan que allá habrá aire acondicionado, dado que “dicen por ahí” que el infierno es un sitio muy caluroso; pero no se imaginan la horrenda crueldad conque se encontrarán en el infierno.

Entonces para que el hombre pueda discernir entre lo bueno y lo malo, tiene que despertar ya y ese despertar significa inevitablemente que tiene que acudir a Jesucristo quien es el único que podrá quitar ese velo de ceguera espiritual que impide que el hombre pueda ver la realidad, su realidad física y espiritual.  Una vez el hombre pueda discernir entre el bien y el mal, estará capacitado para escoger responsablemente el futuro de su existencia y seguramente en ese estado, escogerá la vida eterna en el reino de los cielos, lo cual conlleva a cumplir con ciertos requisitos:

1.  La fe tiene que ser probada.

Una vez usted deja la incredulidad y empieza a tener fe en Jesucristo y su obra redentora, entonces su fe tiene que entrar en un proceso en el que se prueba para determinar si el hombre se fundamenta solo en palabras o lo que está haciendo realmente sale de su corazón.

Aquí encontramos varios principios referentes a la fe que nos da este texto bíblico: 1. La fe es más valiosa que el oro terrenal (“mucho más preciosa que el oro”); 2. Así como el oro se coloca en un horno de fuego para sacarle las escorias, también nuestra fe debe ser puesta en un horno de fuego espiritual (“para que sometida a prueba vuestra fe”), para que también puedan salir las impurezas, o sea el pecado, la injusticia, los vicios, las trasgresiones, la incredulidad, la indiferencia, etc.; 3. Ese fuego espiritual está compuesto por aflicciones y tribulaciones (“tengáis que ser afligidos en diversas pruebas”) y 4. Ese fuego espiritual también se extingue como el fuego del horno físico, es decir que perdura mientras estemos vivos físicamente o hasta tanto haya necesidad de ser probados (“aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas”).  

El fuego del horno natural generalmente sigue encendido después que se saca el oro en estado líquido, no así el horno espiritual el cual se apaga en el momento que ya no hay cuerpo físico o que ya no haya necesidad de pruebas.  Una vez muerto el cuerpo, el hombre espiritual es liberado y toma el camino de la salvación o de la perdición, allí ya no son necesarias las pruebas y de nada servirían, pues nuestras oportunidades están reservadas solo mientras el alma y el espíritu conviven con el cuerpo; pues si el cuerpo desaparece ya no hay horno en dónde encender el fuego y probar la fe.

En síntesis, el horno es el cuerpo físico y si este se muere ya no habrá forma de probar la fe; por lo tanto la oportunidad de salvarnos es ahora mientras estamos vivos físicamente, luego de esto, la fe pierde su fundamento, pues lo que no veíamos y en lo cual creímos ya lo podemos ver con nuestros ojos; es decir, ya no hay necesidad de fe ni esperanza.

2.  El horno tiene que dar frutos.

Para que el oro sea auténtico, el proceso tiene que dar frutos (“el cual aunque perecedero se prueba con fuego”); pues al final lo que supuestamente era oro podría desaparecer, entonces significa que lo que brillaba no era oro y que al final todo se convirtió en escoria, en cuyo caso no hubo un producto que tuviera algún valor.  Algo así sucede cuando se prueba la fe, pues si esta se desvanece durante el proceso, entonces la fe de aquel creyente carecía de fundamentos y pronto se convirtió en “neblina” y dejó de ser una virtud preciosa, con la cual se podía obtener la vida eterna. Generalmente cuando el seudo cristiano es sometido al horno de fuego, entonces se da cuenta que no fue hecho para eso, se da cuenta que es más del mundo que de Dios y entonces se retira, se echa atrás, abandona la meta de ser un verdadero hijo de Dios y de seguir las pisadas de su Salvador Jesucristo hasta la eternidad. 

Allí generalmente sucumben muchos cristianos y vuelven al mundo, a practicar los vicios y pecados del viejo hombre, que en ellos aún no habían muerto y que por eso posiblemente la aflicción del fuego los hizo retroceder; pues pensará el hombre común que donde estaba podía disfrutar de la vida y que ahora solo tiene problemas; pero esto es necesario para que el verdadero cristiano se forme y llegue a su meta:  “Confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”.  Hechos 14:22.

El oro para el cristiano que cumplió con la prueba al ser pasado por el horno, debe cumplir con este requisito:  Su fe debe encontrarse pura cuando Jesucristo venga por su iglesia o cuando el cristiano sea llamado a la presencia de Dios: “sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”.  Esto quiere decir que al pasar el tiempo a través de las pruebas, el cristiano tiene que ir aumentando sus frutos de alabanza y adoración, al glorificar a Dios y honrar su Santo nombre, aún estando bajo el fuego de las pruebas.

3.  Durante el proceso en el horno, el amor debe permanecer.

A quien amáis sin haberle visto”.  Si el amor permanece, entonces también permanecerán el resto de virtudes como la fe y la esperanza y por lo tanto el cristiano tendrá asegurada una morada en el reino de los cielos. El primer fruto del Espíritu es el amor y si este desaparece entonces también lo hará la fe y el supuesto cristiano quedará fuera de combate, es decir que vuelve a hacer parte del mundo, de donde partió un día para tratar de llegar a Dios.

4.  Durante el proceso en el horno,  la fe no se puede desvanecer.

En quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso”.  Si la fe se desvanece en el proceso, entonces no era una fe viva, sino una fe muerta, aquella que no tiene obras de arrepentimiento y que tampoco tiene obras de justicia.  Aún en las aflicciones tenemos que seguir creyendo en Jesucristo, para que nuestro corazón sea lleno de gozo, nuestras fuerzas se aumenten y nuestros ánimos no decaigan.

Estimado hermano y amigo, es necesario comprender que no basta solo con creer y que debemos demostrarle a Dios que nuestra fe proviene del corazón y no de nuestra boca y que tenemos un deseo vivo de morar juntamente con Dios toda una eternidad. Y aunque Dios conozca nuestro corazón, nuestra mente y nuestros propósitos, es necesario que el cristiano pase por el horno de fuego compuesto por aflicciones y tribulaciones de tal forma que cuando venga Jesucristo por su iglesia, halle verdaderos frutos en nuestra vida y que ya estemos totalmente limpios de la escoria del pecado; pues sin una fe pura y con un corazón aun sucio no podremos entrar en el reino de los cielos.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21. 

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