El que permanece en Dios no peca.

1 Juan 3:5-6.

“Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido.”

CONCLUSIONES.

Jesucristo el Hijo de Dios, quien se encarnó en un cuerpo humano para sentir en carne propia las debilidades y las tentaciones a que era sometido el hombre y quien nunca pecó, pasó a ser autor de eterna salvación para quienes le aman de verdad: “Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”.  Hebreos 5:9. Y por eso dice el texto: “Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados”, y ese fue el cumplimiento del maravilloso plan de Dios para redimir al hombre.

¿Pero qué es lo más importante de todo esto? Es que no pecó y “No hay pecado en él”, aunque los hombres de aquella época como los fariseos, escribas y principales sacerdotes siempre estaban buscando cómo sorprenderlo para acusarlo de infringir la ley y fueron muchos los problemas que tuvo por hacer milagros en el día de reposo, mandamiento del antiguo testamento que guardaban rigurosamente los fariseos.  Nosotros como humanos, mediante este cuerpo de pecado estamos sometidos permanentemente a tentaciones y a seducciones por parte del mal, porque el cuerpo es débil: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”.  Mateo 26:41.

Pero siendo la carne débil y Jesucristo manifestándose en carne, aun así Él no desfalleció ante las tentaciones, no sucumbió ante las invitaciones a pecar; es así como cuando estuvo frente a la mujer que fue sorprendida en adulterio, no mandó a que la apedrearan, sino que usó su sabiduría para librarla sin interponer uno de sus mandamientos (no matarás), más bien acudió a la moral de cada uno, para que su conciencia los hiciera sentir pecadores y les invalidara el derecho a apedrearla según la ley de Moisés.

Jesucristo definitivamente no pecó, porque él vivía en el Espíritu y no en la carne y es por eso que afirma el texto que: “Todo aquel que permanece en él, no peca”.  Si nosotros permanecemos en Él, quiere decir que nuestra vida está dirigida y gobernada por el Espíritu y no por la carne, así como lo fue la vida de Jesus; pues el hecho de que estemos gobernados por el “ego”, es decir la carne con sus pasiones y deseos, entonces estaremos complaciendo permanentemente todas las insinuaciones del mundo y de la carne, por lo que no habrá límites para el hombre en cuanto a qué está dentro de la moral, las buenas costumbres y las leyes divinas y qué no, pues la carne no respeta estas barreras y mucho menos se acordará de los mandamientos de Dios, si el que está gobernando la vida del hombre es su ego. 

Todo esto trae como resultado que si somos gobernados por el Espíritu como sucedió con Jesucristo, entonces no habrá lugar al pecado puesto que debimos ya haber nacido del Espíritu y mediante el bautismo ya debimos también haber muerto al antiguo hombre de pecado: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”.  Romanos 6:6. En síntesis, si el cuerpo de pecado es destruido, entonces ya no existirá ese vehículo donde se planea y se ejecuta el pecado.

Todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido”.  Indiscutiblemente los que aún viven en la carne, no han visto ni han conocido a Dios; pues cuando uno le conoce realmente, esto es mediante la obediencia a su Palabra y la comunión con su Santo Espíritu, entonces el vacío que hay en nuestras vidas es llenado y luego de esto se completa el nuevo nacimiento, mediante el cual pasamos a ser verdaderos hijos de Dios y gozaremos de su protección para que el mal no nos tiente y no nos haga caer nuevamente: “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría”.  Judas 1:24.

A pesar de lo anterior, todavía actuamos en forma instintiva, aunque seamos cristianos convertidos, es decir que, ante circunstancias especiales, nuestro cerebro actúa solo, sin pedir consentimiento a nuestro raciocinio, como en situaciones donde peligran nuestra vida, nuestra integridad y nuestros bienes; y de aquí se pueden desprender pecados involuntarios para los cuales tenemos a disposición la sangre de nuestro Señor Jesucristo, a la cual acudimos para ser limpiados diariamente.  Por ejemplo, un caso simple, donde podemos mentir, es cuando alguien nos pide ayuda en la calle y decimos que no tenemos dinero y esto lo hacemos para no exponernos a un robo, para no poner en evidencia nuestra situación económica o simplemente porque no queremos ayudar; sin embargo, quedamos expuestos al pecado delante de Dios (al violar este mandato: No mentirás). 

Pero se entiende la frase “no peca” como un acto voluntario de no buscar el tiempo, el lugar y la ocasión para pecar y “no caer en pecado” como un acto involuntario en el cual se cae empujados por el instinto de conservación, mas no por el instinto pecaminoso que hay en el hombre común, pues la Palabra expresa que para el pecado voluntario ya no hay más sacrificio, es decir que el sacrificio de Jesucristo ya no puede limpiar el pecado voluntario, a no ser que se llegue a un arrepentimiento verdadero:  “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados”.  Hebreos 10:26. Esto denota claramente que, para los pecados involuntarios, podemos seguir acudiendo a la gracia de Dios: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.  Hebreos 4:16

Estimado compañero y amigo, es tiempo de reflexionar y dictaminar su situación frente al pecado; pues si continuas mintiendo, si continuas diciendo vulgaridades, si continuas en vicios, si continuas tras las pasiones del mundo, si continuas ignorando a Dios, si continuas desobedeciendo su Palabra, solo hay un veredicto para usted y es que todavía está muerto espiritualmente, pues si continua pecando seguramente ni ha conocido a Dios, ni ha entregado su corazón a Jesucristo, por lo cual solo le espera el lloro y crujir de dientes por una eternidad.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.


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