El que practica el pecado es del diablo.
1 Juan 3:8-10.
“El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.”
CONCLUSIONES.
En reflexión anterior tratamos el tema: El que permanece en Dios no peca, cuya razón principal es que el que permanece en Dios debió ya morir al viejo hombre con sus pasiones y deseos y que por tanto estos ya no se podrán enseñorear del hombre para hacerlo caer en pecado y la segunda razón es que Dios es poderoso para librarlo de las tentaciones y de las insinuaciones del mundo y de la carne, si está bajo su amparo. Ahora toca mirar a los que permanecen en pecado, no necesariamente aquellos que continuamente están robando, matando, violando, secuestrando, etc.; sino también aquellos que siguen haciendo cosas pequeñas pero que son desagradables a Dios como: Mentir, hablar vulgaridades, tomar licor, desobedecer a la Palabra y sobre todo ignorar a Dios para vivir sus vidas como mejor les parece.
Si el que no peca es de Dios, indudablemente el que peca es del diablo; pues hay solo dos opuestos en este universo: Dios representando el bien y satanás representando el mal, entonces si no estás agrandando a Dios, indudablemente estás agrandando a las tinieblas en cabeza del diablo: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio”. Pero si el hombre está en esta deplorable situación, no quiere decir que no pueda salir de allí, pues para esto vino Jesucristo, para derramar su sangre en propiciación por los pecados de todo el mundo y solo basta que el hombre decida arrepentirse y acudir a Jesucristo para recibirle como su Señor y Salvador, para que sea limpiado, transformado en una nueva criatura y sea hecho un verdadero hijo de Dios: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”.
También es de aclarar que aquí no entran los pecados involuntarios, los cuales surgen a partir de reacciones instintivas y que por consiguiente no se entienden como “prácticas” del pecado, para lo cual solo basta con entrar ante la presencia de Dios arrepentidos, para recibir la limpieza y el socorro oportunos.
El diablo por su parte pertenecía al reino de los cielos como Luzbel o querubín protector; sin embargo, a causa de su orgullo y altivez de corazón fue expulsado a la tierra junto a los ángeles que también se corrompieron con él, donde continúa su trabajo corrompiendo a los hombres para que no le sirvan a Dios, sino para que le sirvan al pecado. Y por el hecho de que el hombre le sirva al pecado, entonces está desagradando a Dios porque se está poniendo en contra de sus mandatos, hecho por el cual no puede heredar la vida eterna en el reino de los cielos.
El diablo tiene cierto poder, pero el poder de Dios es tan maravilloso que es capaz de convertir las maldiciones del diablo en bendiciones para el hombre y un ejemplo de esto es que el diablo, cuando crucificó a Jesucristo a través de los principales sacerdotes, creyó que iba a acabar completamente con el Hijo de Dios; pero no contaba con que al tercer día iba a ser resucitado de entre los muertos (por el Padre) y a ser convertido en “el camino, la verdad y la vida” para que el hombre alcanzase la vida eterna con solo acudir a Jesucristo. Y también con su resurrección le arrebató el imperio de la muerte a las tinieblas y hoy para que alguien se muera debe estar en los planes de Dios y si no está programado, puede estar en estado de coma y volverá a la vida, porque Dios es vida.
Pero he aquí lo más difícil para el hombre, y es el hecho de convertirse de sus malos caminos, sobre todo cuando el hombre está amañado con el pecado, cuando el hombre está contento viviendo para el mundo con sus pasiones y deseos, cuando el hombre está contento con su vida religiosa, vacía e infructuosa. Si el hombre recapacita y decide escapar de la muerte espiritual (porque está viviendo en tinieblas y estas son sinónimo de muerte), entonces habrá cambiado de muerte a vida: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”. Juan 5:24.
“Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. Diríamos que esta es una tercera razón por la cual el que permanece en Dios no peca, porque la simiente de Dios, o sea el Espíritu Santo de Dios, entra a vivir en el corazón del hombre y a gobernar toda su vida, de ahí que es tan importante que el hombre se niegue a sí mismo para que dé paso a la voluntad de Dios: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Mateo 16:24. Esto significa que el hombre ya ha rendido su voluntad a la voluntad de Cristo y que por ende el hombre ya no puede pensar en pecar ni en cometer infracciones, máxime cuando también en su vida ya se refleja la mente de Cristo y no la mente carnal que antes tenía el hombre y como esa mente carnal ya fue sustituida, entonces ya no hay lugar o vehículo donde el pecado pueda gestarse y consumarse.
“En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios”. Es duro reconocer quién es nuestro padre cuando se es un hombre natural, solo evaluando estas dos virtudes: La justicia y el amor. Si estas virtudes permanecen y se manifiestan en el hombre, entonces el tal es hijo de Dios; en cambio si estas virtudes están ausentes se es un hijo del diablo.
Suena duro, pero es mejor que lo escuche ahora y no cuando sienta que el castigo es insoportable y peor aun cuando no tiene forma de arrepentirse y volver atrás, por eso es mejor que conozca la realidad hoy mismo: Si usted continua diciendo mentiras es del diablo, si continua diciendo vulgaridades es del diablo, si ve a su prójimo con necesidades y no le ayuda es del diablo, si anda en parrandas y no buscando de Dios es del diablo, si en vez de ir a la iglesia prefiere irse de paseo es del diablo, si busca cualquier oportunidad para obtener ganancias deshonestas es del diablo, si continua haciendo trampa y buscando la oportunidad para tumbar al prójimo es del diablo, si continua colándose en las filas es del diablo, si continua venerando imágenes y estatuas es del diablo, si continua siendo infiel con su pareja es del diablo, etc.
Dirán algunos que pasear no tiene nada de malo y en verdad así lo es; pero cambiar a Dios por un paseo si lo es porque viola el primer gran mandamiento que indica que Dios debe ser nuestra prioridad y que debemos amarlo con “todo”: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. Mateo 22:37. Pasear o vacacionar generalmente lo hacen las personas para descansar y cambiar de ambiente, pero Dios nos dice que estamos buscando el descanso en el lugar equivocado, pues en la presencia de Dios es donde hay descanso y gozo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.”. Mateo 11:28.
Es necesario entonces que busquemos las cosas de arriba y no las del mundo, si en verdad somos hijos de Dios: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”. Colosenses 3:1. Si seguimos embelesados, fascinados y gozosos con las cosas del mundo, sin duda alguna estamos ausentes del reino de los cielos, pero activos en el reino de las tinieblas, reino que está al mando de satanás, quien gustosamente ayudará a entrar en el infierno a aquellos incautos, desobedientes o incrédulos.
Que Dios los bendiga grande y abundantemente.
Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario. Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu. A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad. Amen”. Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.
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