Bendiciones de la obediencia.

Levítico 26.

Son innumerables las bendiciones que Dios le concede al hombre, si este le busca de verdad y obedece sus mandamientos.  Aquí en estos cortos versículos de Levítico 26, porque en realidad son muchos, se dará cuenta de algunas de las bendiciones que Dios está dispuesto a darnos si andamos en comunión con Él.

Así como son innumerables sus mandamientos, en la misma proporción son innumerables sus bendiciones, yo diría que infinitas, pues apenas podemos apreciar lo que hay escrito en su Palabra, pero cuando estemos en el reino de los cielos, nos daremos cuenta de que lo que estaba escrito realmente era un abrebocas.

¿Y por qué el mundo no anda entonces disfrutando de las bendiciones de Dios? Cierto es que el mundo anda apartado de Dios y por esa misma razón vive en oscuridad espiritual; unos porque no le conocen, otros porque han reemplazado a Dios por ídolos y otros que a pesar del conocimiento que tienen, no quieren saber nada de Dios porque son rebeldes y no quieren que nadie gobierne sus vidas; pues para que realmente la comunión con Dios se active, debemos entregar nuestra voluntad a Él y permitir que más bien su voluntad sea la que opere en nuestras vidas y esto es lo que algunos sienten como si los estuvieran despojando de sus derechos; pero si alguien tiene derechos sobre el hombre es el mismo Dios, quien nos creó y que por esa misma razón también tiene potestad y dominio sobre cada uno de nosotros.

Veamos pues algunas de sus bendiciones si andamos en obediencia a su Palabra. Es de anotar que antes de describir sus bendiciones, describe varios de sus mandamientos más importantes: La prohibición de la idolatría, el guardar sus días de reposo, la reverencia en su santuario y poner por obra sus decretos y mandamientos.

Es de anotar también que una de sus mayores bendiciones y la que anhela el mundo entero de hoy es la paz sobre la tierra “Y yo daré paz en la tierra” versículo 6.  La realidad es que esto no se puede dar mientras el hombre siga en su desenfreno de pecado, de maldad, de vicios, de corrupción y de rebelión en contra de Dios; y aun así el hombre espera paz, mientras sigue ensuciándose en el pecado.

El mundo quiere la paz, pero no quiere saber nada de Dios, quien es el que da la paz; el mismo hombre trata de conseguirla con tratados, a través de organizaciones de carácter mundial, a través de los gobiernos, a través de la intercesión de las iglesias, a través de grupos pacifistas e incluso con métodos de persuasión, esto es avanzando en el mundo armamentista para persuadir a los demás países de que no se vayan a meter con ellos; pero nada de esto ha funcionado ni funcionará, porque el dueño de la paz es Dios y porque detrás de todos esos conflictos hay un ejército de las tinieblas trabajando en contra de la humanidad y ese ejército solo puede ser derrotado por Dios, pero Él no puede quitar nada hasta que el hombre no enderece sus caminos.

Y andaré entre vosotros” versículo 12. Muchos se quejan de la ausencia de Dios y preguntan: ¿Dónde está Dios que permite todas estas cosas? Ciertamente nuestro pecado ha hecho separación entre Dios y nosotros, y por tal razón nos hemos hechos abominables delante de Dios; sin embargo, Dios en su infinita misericordia sigue esperando que el hombre se arrepienta, para venir y hacer morada permanente con el hombre, así como estuvo con el pueblo de Israel hasta el día en que Dios se tuvo que ir debido al desprecio de su pueblo. Y esa misma actitud la tenemos hoy, pues despreciamos a Dios sacándolo de los gobiernos, aprobando leyes que van en contra de los mandatos divinos, sacándolo de las instituciones educativas, de las empresas y hasta lo sacamos de muchas iglesias y lo reemplazamos por ídolos. 

Veamos pues algunos de los versículos de Levítico 26:

1. No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinaros a ella; porque yo soy Jehová vuestro Dios.

2. Guardad mis días de reposo, y tened en reverencia mi santuario. Yo Jehová.

3. Si anduviereis en mis decretos y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra,

4. yo daré vuestra lluvia en su tiempo, y la tierra rendirá sus productos, y el árbol del campo dará su fruto.

5. Vuestra trilla alcanzará a la vendimia, y la vendimia alcanzará a la sementera, y comeréis vuestro pan hasta saciaros, y habitaréis seguros en vuestra tierra.

6. Y yo daré paz en la tierra, y dormiréis, y no habrá quien os espante; y haré quitar de vuestra tierra las malas bestias, y la espada no pasará por vuestro país.

7. Y perseguiréis a vuestros enemigos, y caerán a espada delante de vosotros.

8. Cinco de vosotros perseguirán a ciento, y ciento de vosotros perseguirán a diez mil, y vuestros enemigos caerán a filo de espada delante de vosotros.

9. Porque yo me volveré a vosotros, y os haré crecer, y os multiplicaré, y afirmaré mi pacto con vosotros.

10. Comeréis lo añejo de mucho tiempo, y pondréis fuera lo añejo para guardar lo nuevo.

11. Y pondré mi morada en medio de vosotros, y mi alma no os abominará;

12. y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo.

13. Yo Jehová vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto, para que no fueseis sus siervos, y rompí las coyundas de vuestro yugo, y os he hecho andar con el rostro erguido.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21. 

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