¿Quiénes servirán a Dios en su reino?

Son muchos los caminos del hombre, ¿Pero será que todos ellos le agradan a Dios? Si miramos nuestros caminos a la luz de la Palabra, ¿Estaremos seguros de que a través de estos le estamos sirviendo al Señor y que también ellos nos conducirán a la eternidad gloriosa de los hijos de Dios?

Texto: Salmos 101:6-7.

“Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para que estén conmigo; El que ande en el camino de la perfección, éste me servirá. No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; El que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos.

CONCLUSIONES.

Empezaremos transcribiendo este texto de la Palabra que dice: “Hay camino que al hombre le parece derecho; Pero su fin es camino de muerte”. Proverbios 14:12. Este texto advierte que el hombre en su propia forma de pensar cree que está caminando derecho, conforme a la voluntad de Dios, pero que su camino finalmente lo conducirá a la muerte espiritual. Esto por supuesto excluye el camino de los verdaderos hijos de Dios.

Es indudable que el hombre siempre ha caminado bajo sus preceptos, bajo sus argumentos y bajo sus propios ideales; pero no se ha dedicado a pensar si sus caminos sí son agradables delante de Dios. Esto refleja en primera instancia un problema muy grande y es que en la mente del hombre común no está el servir a Dios, sino más bien el servirle al mundo y a la carne con sus pasiones y deseos. El hombre busca hacer lo que le agrade a sí mismo (buscando ganar, salvar o sacarle provecho a su vida) y no lo que le agrade a Dios, que consiste en servirle a Él para de esta forma hallar la vida eterna: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”.  Mateo 16:25.

Pero si la mayoría piensan en la salvación de sus almas como un derecho, aunque anden perdidos, deberían tener en cuenta que al reino de los cielos vamos es a servir y no a ser servidos, pues allá como mínimo tenemos la obligación de alabar a Dios, así como lo hacen todos los seres celestiales como ángeles, serafines y querubines; entonces pensar en un cielo donde vamos a vivir de maravilla sin ningún tipo de obligación, es un concepto muy pobre sobre la vida eterna; pues sería muy aburrido deambular por el cielo sin tener absolutamente nada por hacer, y si eso es aburrido aquí en la tierra, lo será mucho más arriba en el cielo.

Hay un dicho popular que reza: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”. Y es muy razonable, pues el hecho de servir a nuestro prójimo es lo único que nos llena el corazón de regocijo, dado que a través del prójimo estamos sirviendo y amando a Dios. Contrario a esto están los que no sirven, sino que más bien quieren ser servidos y estos no tienen gozo en su corazón, sino más bien celos, orgullo, odios y rencores que los imposibilitan para amar al prójimo y por lo tanto no están preparados para servir a Dios; sino para participar en los propósitos destructivos de las tinieblas.

Muchos se elogian así mismos diciendo que no le sirven a nadie, pero si no le estamos sirviendo a Dios, inevitablemente le estaremos sirviendo al diablo, y esto sucede tan sutilmente que el hombre no se da cuenta; pues el solo hecho de reunirse con sus amigos a tomar unos tragos, le está sirviendo al diablo, quien tiene como uno de sus propósitos el expandir los vicios como el alcoholismo, para que el hombre pierda la razón y el buen juicio y que cometa otros pecados más grandes, que finalmente llevarán sus almas a perderse en el infierno. Veamos que solo hay dos señores a quien servir y si no sirves a Dios, entonces estarás contra Dios: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama”. Mateo 12:30.

Si no servimos aquí en esta tierra, indudablemente tampoco podemos servirle a Dios en el reino de los cielos y esto lo mostró explícitamente el hijo de Dios, quien es nuestro máximo ejemplo para seguir (exceptuando el ser crucificado) y quien nos mostró que para ser grande hay que servir: “Como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. Mateo 20:28.

Ahora, si nuestra esencia como cristianos es el servicio (el cual es un fruto del amor), ¿Entonces qué características debe tener dicho servicio para que pueda agradar a Dios? Este texto lo expresa claramente: “El que ande en el camino de la perfección, éste me servirá”. ¿Y entonces qué es la perfección? Sin duda alguna, lo perfecto es lo que no anda torcido, lo que se desarrolla conforme a los mandamientos de Dios.

Y esa medida de la perfección la colocó Jesucristo el Hijo de Dios: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. Efesios 4:13. La estatura de Cristo es el tope de la medida de la perfección, hasta allí debemos crecer tanto en fe, como en sabiduría, conocimiento y obediencia y hasta allí solo podemos llegar recorriendo el camino marcado por Jesucristo y poniendo en práctica todos sus consejos: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Mateo 11:29.

Y esto de la perfección indudablemente va ligado a una virtud que es infaltable en todo cristiano fiel y verdadero y esta se llama la obediencia; pues si Jesucristo necesitó aprender la obediencia siendo Hijo de Dios, ¿Cuánto más nosotros si queremos crecer hasta su estatura?: “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia”. Hebreos 5:8. Y lamentablemente esa obediencia se obtiene mediante las aflicciones y los padecimientos; pues a una persona que viva bueno y que no le falte nada, le costará mucho obedecerle a Dios, pues dirá en su corazón que tampoco le hace falta Dios y que su dios son las riquezas, su sabiduría, sus fuerzas o su fama.

¿Y quién evaluará nuestro crecimiento espiritual para saber si andamos en el camino de la perfección o no? Debemos saber que Dios tiene los ojos puestos sobre cada ser humano que camina sobre la tierra y que conoce aún lo más íntimo de sus pensamientos: “Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para que estén conmigo”. Y de allí de los fieles o los perfectos de la tierra, entonces tomará los hombres que le van a servir arriba en el reino de los cielos.

Y para que no quede dudas de qué es la perfección, esta es sinónimo de la santidad (que es el apartarse del pecado y guardarse para Dios) y por eso este mismo texto nos pone dos ejemplos de personas que no podrán servir allá en el cielo y se refiere a los ladrones y los mentirosos: “No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; El que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos”. Y hay muchos más tipos de personas que no podrán servir a Dios, porque le sirvieron al pecado produciendo los frutos de la carne y esta lista la podemos ver en Gálatas 5:19-21.

La mayoría del mundo anda en pecado y por ende le están sirviendo al mundo y no a Dios y el hecho de servirle al mundo con sus pasiones y deseos, hace que el hombre esté en pecado permanente y que por consiguiente esté destituido como siervo y como hijo de Dios: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. Romanos 3:23.

Estimado hermano y amigo, hay que andar en el camino de la perfección, primero para que podamos entrar al reino de los cielos y segundo para que podamos servirle a Dios por una eternidad. Y eso solo es posible si abandonas el pecado, si recibes a Jesucristo como señor y salvador y si vives una vida de obediencia a la Palabra de Dios; pues no hay otro camino, porque los ídolos y los falsos dioses solo lo llevarán al infierno, porque fuera de Dios solo hay muerte, solo hay castigo eterno.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21. 

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