¿Dónde esperas pasar la eternidad?


Hay una realidad de la cual no podemos escapar como seres humanos y es la muerte física, ella no nos pide permiso, no espera a que estemos preparados, no espera a que disfrutemos de la vida, tampoco nos pregunta en dónde queremos vivir la eternidad luego de esta transición.

Texto: Juan 3:3.

Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”.

CONCLUSIONES.

Desde el punto de vista bíblico, la muerte no es algo definitivo, más bien es el comienzo de una nueva vida más allá de la muerte física, pues nuestra alma y espíritu son inmortales y por tanto pasarán la eternidad en alguno de los dos sitios que nos muestra Dios en su Palabra (cielo o infierno); pero este tipo de vida depende de lo que hayamos hecho aquí en la tierra: Si nacimos de nuevo (por estar muertos a causa del pecado), nuestro destino es el reino de los cielos; pero si nunca nos preocupamos por morir al pecado y ser una nueva creatura, entonces nuestro destino es el lago de fuego y azufre.

Muchos piensan ir al cielo y hasta están plenamente convencidos de que todo se hará según su elección, pero recordemos que solo mientras estemos vivos es que podemos elegir (y no con palabras, sino con hechos) y que cuando hayamos muerto, ya perdemos la capacidad de decidir y nuestra alma y espíritu será acompañada por ángeles o demonios, según donde corresponda ir: Al cielo o al infierno. Allá no se nos preguntará: ¿A dónde quieres estar en esta eternidad? Nada de eso, pues aquí en la tierra tuvimos la oportunidad de caminar con Cristo si queríamos ir al cielo, o seguir caminando con el mundo y su pecado para ir al infierno.

¿Y cómo saber entonces si estamos caminando por el sendero de la vida o de la perdición? Si caminas según los designios del Espíritu Santo, es decir que el Espíritu gobierna tu vida, entonces eres de Dios; pero si caminas conforme a los designios de la carne, entonces eres de las tinieblas: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.  Romanos 8:1.

Hay que morir al pecado y nacer de nuevo para poder entrar al reino de los cielos: “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Y si no sabes qué es eso de nacer de nuevo, ya de por sí es una prueba de que vas por el camino equivocado, pues no has dedicado tiempo a escudriñar la Palabra de Dios y mirar qué es lo que Dios demanda de nuestras vidas, para poder reinar a su lado por una eternidad.

El hombre cuando nace adquiere automáticamente la naturaleza pecaminosa heredada de Adán y Eva; por tanto, está muerto espiritualmente, dado que el pecado mata espiritualmente al hombre y es necesario que nazca de nuevo, para que pase de muerte a vida y entre a morar en su corazón el Espíritu Santo de Dios y sea sellado como verdadero hijo de Dios, para que de esta forma esté preparado para entrar al reino de los cielos.

Este nuevo nacimiento consiste entonces en morir a la vieja naturaleza pecaminosa y recibir en su corazón la presencia del Espíritu Santo de Dios; quien habitará allí mientras la persona viva una vida de obediencia y santidad.  Es muy claro el hecho de que el Espíritu Santo solo habitará en aquellos que viven en obediencia a Dios: “Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen”.  Hechos 5:32. Y si una vez se recibió al Espíritu Santo, este tiene que abandonar nuestro corazón a causa del pecado, entonces la persona vuelve a su estado original: “muerto espiritualmente”.

Es crucial entender que, si no hay un nuevo nacimiento, es decir, que el Espíritu Santo de Dios no entra a morar en nuestro corazón, no podremos tener el sello de redención y por tanto tampoco tenemos el boleto de entrada al reino de los cielos: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención”.  Efesios 4:30

La Palabra de Dios hace más precisiones en cuanto a cómo es ese proceso de nacer de nuevo y nos lo detalla en este texto siguiente: “Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”.  Juan 3:5.

Ciertamente el agua a que se refiere este texto es la Palabra de Dios, la cual lava y purifica completamente nuestro ser a medida que ella penetra hasta los tuétanos y los huesos (por eso hay que escudriñarla, meditarla y obedecerla): “Para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra”. Efesios 5:26. También el siguiente texto es más específico al hablar del nacimiento a través de la Palabra: “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas”. Santiago 1:18.

Y el Espíritu indudablemente se refiere a la tercerea persona de Dios, que cuando nuestro templo está limpio (el cuerpo), entrará a morar en nuestro corazón y a gobernar desde allí todo nuestro ser completo; solo si el hombre nació de verdad, se humilló delante de Dios y entregó su voluntad en manos de Altísimo, para que Dios haga su voluntad en él. Esto significa que, si alguien sigue pecando voluntariamente, está de continuo en rebelión contra Dios y no ha podido nacer de nuevo; pues el Espíritu Santo no habita en templos sucios de pecado, sino en templos santos: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”. 1 Corintios 3:16.

Este nuevo nacimiento debe ser tal que el hombre sienta que ya no vive él (por sí mismo), es decir, que su ego ya no existe ni está gobernando su ser y que en cambio el Espíritu Santo de Dios está haciendo según su voluntad en sus vidas: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Gálatas 2:20.

Estimado hermano y amigo, pregúntate a ti mismo si has nacido de nuevo y si no sabes de qué se trata eso, seguramente tu eternidad será lamentable. Y no es por lo que usted piense o lo que le prometa su religión, es más bien por lo que diga Dios y Él dice que si no naces de nuevo no puedes ver el reino de los cielos; y si estás muy amañado con el mundo pecaminoso y no deseas saber nada de Dios, ni mucho menos del nuevo nacimiento, tu situación es aún más lamentable; pues, aunque no lo crea le espera el lloro y crujir de dientes por una eternidad. 

Si crees esta palabra, entonces corre arrepentido a los pies de Cristo y recíbele como su Señor y Salvador hoy mismo porque mañana podría ser tarde, mañana podrías estar ya tieso en una morgue, listo para enterrar y sin posibilidades de salvación. Y si piensa que esto es demasiado extremista, le cuento que es mejor que sepa la verdad ahora que puede hacer algo para cambiar su futuro eterno, pues después de muerto no podrá hacer absolutamente nada; después de muerto no sirven oraciones, ni velones, ni marchas, ni ningún tipo de tradiciones.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21. 

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