¿Por qué Dios no escucha nuestras oraciones?


El mundo entero quisiera tener un dios que escuche y responda inmediatamente las oraciones que se le hagan, pero ¿es esto posible en nuestros días?

Texto: Proverbios 28:9.

El que aparta su oído para no oír la ley, Su oración también es abominable”.

CONCLUSIONES.

El profeta Elías oró y bajó fuego del cielo y consumió el holocausto y hasta lamió las piedras del altar: “Entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja”. 1 Reyes 18:38. ¡Qué respuesta tan inmediata y poderosa! Ese es el tipo de respuestas que necesitamos; sin embargo, tenemos que escudriñar nuestro tipo de oraciones para ver si son agradables y acordes con la voluntad de Dios.

Cuando hablamos de la oración y sus respuestas, hay varios principios que debemos tener en cuenta:

1.  La mayoría de los dioses del mundo no son reales (porque solo hay uno real) y por lo tanto no pueden escuchar y mucho menos responder al hombre: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”. 1 Timoteo 2:5.

2.  Solo existe un Dios que puede escuchar y su nombre es Jehová; sin embargo, debemos cumplir ciertos requisitos para ser escuchados y para obtener respuestas y uno de ellos es “oír su ley”.

3.  Otro principio es que debemos pedir conforme a la voluntad de Dios; pues si pedimos castigo para nuestros enemigos, indudablemente no habrá respuesta porque la Palabra dice que debemos amar a nuestros enemigos; y de esta forma Dios se encarga de hacernos justicia y vengar nuestra causa; pero no pidiendo mal para nuestros enemigos: “Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”. Romanos 12:20.

¿Y de qué se trata eso de apartar nuestros oídos para no oír? Es simple, la Palabra de Dios se predica en todo el mundo, dado que existen medios de comunicación masiva en todos los idiomas y que llegan a todos los rincones del planeta; pero no siempre la Palabra encuentra terreno fértil donde pueda crecer y dar frutos; pues si esta cae en un pueblo musulmán o budista, seguramente la acusarán de atentar contra su ley, contra sus principios y aún contra la seguridad nacional, porque no son tierra fértil en el sentido espiritual: “Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno”. Mateo 13:8.

Si la Palabra de Dios llega a personas que viven y se deleitan bajo el pecado y los placeres del mundo, de seguro no querrán escucharla, porque los incita a dejar el pecado y es algo que muchos no quieren hacer, y algunos dicen “renunciar a los placeres jamás”.  Si la Palabra llega a fanáticos de algún deporte, seguramente la tratarán de religiosidad y más bien alabarán a sus estrellas (de futbol, de tenis, de fórmula uno, etc.) que alabar al Dios que les dio la vida.

Si la Palabra llega a un grupo de empresarios, que se mantienen ocupados día y noche planificando sus negocios, seguramente la colocarán en el último eslabón de sus prioridades, porque esta no les genera ingresos económicos. Si la Palabra llega a un grupo de científicos, ellos la tildarán de misticismo, pues no pueden probar nada de Dios en sus laboratorios y aunque tampoco pueden probar la teoría de la evolución, la han creído más fácilmente que creer la Palabra de Dios, por tratarse de una mentira.

Si esta Palabra llega a un grupo de cantantes famosos o actores de Hollywood, seguramente será desechada, porque esta no les va a dar fama y tampoco con ella pueden reunir a multitudes de personas. Y a ellos definitivamente no les importa el alma, para ellos su vida es tener millones de seguidores que puedan dejarles regalías viendo sus videos y películas o escuchando sus canciones; pero ellos no están conscientes que un día morirán y su alma tendrá que dar cuentas en el juicio final y allá no servirán de nada sus películas ni sus canciones, aunque digan que son buenas y que solo buscaban el sano esparcimiento de sus fans.

Por eso, ese dicho popular que citan ante la tumba de un cantante ya fallecido y que dice así: “Ya está en el cielo cantándole a Dios”, es un despropósito y una mentira para calmar su angustia, pues si aquí le cantaba al mundo, es imposible que al otro lado le pueda cantar a Dios; porque nunca se preparó para ello, tampoco sabe cómo hacerlo, no conoce la música celestial y peor aún, cuando se muera estará en el infierno, y no en el cielo donde al menos pudiera tener la oportunidad de alabar a Dios; pues una vez muertos y sin Cristo en el corazón, se acaba toda posibilidad de salvación.

También el que visita una iglesia aún siendo cristiano y se para en la puerta a ver qué sucede, o se sienta y se duerme escuchando la predicación, o está pensando en los problemas que dejó en la casa o en el trabajo, o está atento al celular; estos tampoco están oyendo la Palabra y están demostrando un menosprecio por ella.

En síntesis, todos estos tipos de personas están apartando su oído para no escuchar la Palabra de Dios: “El que aparta su oído para no oír la ley”; y esto por supuesto trae grandes consecuencias como la que se cita en este pasaje bíblico y consiste en que, si algún día se acuerdan de Dios y le claman por cualquier motivo, su oración será como pecado de idolatría y de rebelión, es decir, será abominación al mismo Dios: “Su oración también es abominable”; a no ser que antes se hayan arrepentido de verdad y tengan la Palabra de Dios como un verdadero tesoro, el cual desean escudriñar día y noche.

Abominable es algo “repugnante y despreciable”, y colocando un ejemplo práctico sería equivalente en el tiempo del antiguo testamento, cuando se presentaban sacrificios de animales en el altar, el llevar ante el altar un animal muerto y en descomposición; imagínese a Dios tapándose las narices ante ese olor nauseabundo; y lo peor de todo es que así es la oración delante de Dios de aquellos que no quieren leer la Palabra de Dios, ni mucho menos obedecerla.

En cambio, para los verdaderos cristianos, el escudriñar la Palabra de Dios es una delicia interminable, porque esta Palabra es fuente de vida eterna: “He deseado tu salvación, oh Jehová, Y tu ley es mi delicia”. Salmos 119:174. Y el hecho de deleitarnos en los mandamientos de Dios, no solamente escuchándolos, sino poniéndolos por obra, nos libra de las aflicciones y también de la condenación: “Si tu ley no hubiese sido mi delicia, Ya en mi aflicción hubiera perecido”. Salmos 119:92.

El deleitarnos en la Palabra es fuente de misericordia y también de vida y la razón de ello es que Dios abre la ventana de los cielos y derrama bendición sobre los oidores y hacedores de la ley: “Vengan a mí tus misericordias, para que viva, Porque tu ley es mi delicia”. Salmos 119:77.

Y no basta con solo escuchar, también hay que ser hacedores de la ley, o en palabras más sencillas lo que se llama aplicar los mandamientos para poder ver los frutos: “Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados”. Romanos 2:13. Algunos dirán que son muchos los mandamientos y que es difícil memorizarlos; pero si al menos cumples con el segundo gran mandamiento, los otros quedan ya cobijados: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley”. Romanos 13:8.

Estimado hermano y amigo, si deseas que tus oraciones no tengan estorbo y que también sean una delicia a los oídos de Dios, debes primero preocuparte por escuchar su Palabra y como segundo también deleitarte en ella, sobre todo en su cumplimiento y de esta forma Dios tiene el compromiso de escuchar y de dar respuesta en su tiempo; de lo contrario sus oraciones serán abominables delante de Dios.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21. 

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