¿Sabe usted cuándo morirá?
¿Sabe usted cuándo morirá? Si supiera cuándo y en qué circunstancias va a suceder esto en su vida, seguramente usted cambiaría muchas cosas antes de este acontecimiento, y posiblemente se daría cuenta que necesita la salvación para su alma.
Texto:
Eclesiastés 8:8.
“No hay hombre que tenga
potestad sobre el espíritu para retener el espíritu, ni potestad sobre el día
de la muerte; y no valen armas en
tal guerra, ni la impiedad librará al que la posee”.
CONCLUSIONES.
Partimos de una verdad irrefutable, consistente en que
solo el Creador de cada ser humano sabe cuándo y cómo terminará nuestra vida y
estos misterios no son revelados al hombre: “Y Jesús se acercó y les habló
diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Mateo
28:18.
Y en la misma medida de su potestad, Dios también puede
determinar quién nace y quién muere: “Jehová mata, y él da vida; Él hace
descender al Seol, y hace subir”. 1 Samuel 2:6.
No es circunstancial el hecho del nacimiento, ni mucho
menos el de la muerte; pues ambos sucesos han sido programados por Dios con
mucho tiempo de antelación; aún si una persona se suicida, o muere en un
accidente, o muere calcinado por un rayo, o muere mediante un paro cardiaco, o
muere de una enfermedad terminal; pues estos son solo instrumentos que Dios usa
para llevar a cabo sus propósitos; aunque si hablamos de su poder, Dios fácilmente
podría apuntar con su dedo y de allí salir un rayo fulminante para matar a una
persona; pero ese no es su estilo y ya vimos que Él tiene sus propios
instrumentos.
En el principio, Jesús era el Verbo (entiéndase como
palabra creadora) y por su intermedio fueron hechas todas las cosas y los seres
que están arriba en los cielos y abajo en la tierra; y por tanto tiene potestad
sobre la vida y también sobre la muerte de cada criatura: “En el principio
era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el
principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo
que ha sido hecho, fue hecho”. Juan 1:1-3.
Algunos grandes hombres de la historia han sido
notificados de su muerte antes que esta suceda, pero son hechos muy poco
comunes, como el caso de rey Ezequías a quien Dios le dijo que se preparara
porque iba a morir y a causa de su posterior humillación, le fueron concedidos
otros quince años de vida: “En aquellos días Ezequías cayó enfermo de
muerte. Y vino a él el profeta Isaías hijo de Amoz, y le dijo: Jehová dice así:
Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás”. 2 Reyes 20:1.
Y dado que este hombre era fiel y que también lloró y se
humilló delante de su presencia, entonces fue sanado de su enfermedad y Dios le
añadió quince años más de vida, lo que indica claramente que Dios quita y pone
la vida: “Vuelve, y di a Ezequías, príncipe de mi pueblo: Así dice Jehová,
el Dios de David tu padre: Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he
aquí que yo te sano; al tercer día subirás a la casa de Jehová. Y añadiré a tus
días quince años, y te libraré a ti y a esta ciudad de mano del rey de Asiria;
y ampararé esta ciudad por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo”. 2 Reyes 20:5-6.
Antes de la crucifixión de Jesucristo, el imperio de la
muerte estaba en manos del diablo; pero esto cambió al ser vencido en la cruz
del calvario; hecho que “destruyó” al diablo, que en forma simbólica significa
que le quitó todo poder entre ellos el que tenía sobre la muerte: “Así que,
por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo
mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la
muerte, esto es, al diablo”. Hebreos 2:14.
Este acontecimiento también confirmó el juicio anticipado
de satanás, que indudablemente se produjo antes de ser expulsado del reino de
los cielos, por cuanto Jesús le demostró al diablo que se podía ser santo aún
en las situaciones más adversas como la crucifixión: “Y de juicio, por
cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado”. Juan 16:11.
A nosotros nos parece mala la muerte, pero a diferencia
del nacimiento este hecho no debería tener incertidumbre como sí la tiene el
nacimiento; es decir, que nuestra vida eterna debe estar totalmente definida
cuando llegue este momento para que no nos coja desprevenidos; pues si estamos
con Cristo, entonces estaremos esperando este momento de redención con ansiedad
y con gozo, momento en el cual el alma y el espíritu se liberan de la carne y caminan
libremente hacia el cielo, guiados por los ángeles de Dios: “Mejor es la
buena fama que el buen ungüento; y mejor el día de la muerte que el día del
nacimiento”. Eclesiastés 7:1.
Los que son guiados luego de la muerte por demonios como
el que se muestra en la imagen, es porque nunca rindieron sus vidas a
Jesucristo y siguieron viviendo para el mundo con sus placeres y sus pecados; esto significa que estas personas estarán llenas de miedos y de temores ante la muerte, sencillamente porque no están preparadas para tal acontecimiento.
En cambio, el nacimiento es una total incertidumbre,
porque en muchos años pueden pasar innumerables acontecimientos y no sabemos
cómo va a ser nuestra vida, si vamos a poder llegar al estado de adultez, si
vamos a tener descendencia, si vamos a tener acceso a una carrera
universitaria, si vamos a tener nuestro propio negocio, si vamos a tener una
economía estable, si vamos a ser fuertes o enfermizos, etc.; en cambio si somos
responsables con nuestras almas delante de Dios, estaremos esperando
ansiosamente la muerte física, para reunirnos con nuestro Padre Celestial.
La diferencia entre estar preparados o no para la muerte física
es la fidelidad a Dios y a sus mandamientos, es vivir en obediencia y santidad
a Dios hasta el último día; de tal forma que antes de morir ya tengamos los
méritos suficientes para alcanzar la salvación y estar completamente gozosos
ante el llamamiento de Dios para estar en su presencia: “No temas en nada lo
que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la
cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel
hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”. Apocalipsis 2:10.
Dios en su infinita potestad puede suspender la muerte
como lo hizo con Ezequías y este poder también podrá ser visible durante los
juicios apocalípticos que Dios enviará sobre la tierra, en los cuales los
hombres serán atormentados sobremanera, tanto que aún desearán morir, pero la
muerte huirá de ellos: “Y en aquellos días los hombres buscarán la muerte,
pero no la hallarán; y ansiarán morir, pero la muerte huirá de ellos”. Apocalipsis
9:6.
También Dios determinará cuántas personas deben morir en
cada uno de estos juicios, en este caso (del texto siguiente) acabará con la
cuarta parte de la población mundial: “Miré, y he aquí un caballo amarillo,
y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue
dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con
hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra”. Apocalipsis 6:8.
Estimado hermano y amigo, no hay nadie que pueda quitar
el espíritu de la carne, para que esta muera y esa potestad solo está en manos
de Dios; allí no vale tener un ejército para luchar contra la muerte, porque no
es un enemigo visible, tampoco servirá ser más malo que la muerte, porque ella
no se impresionará por nada. Aquí solo vale haber rendido nuestra vida a
Jesucristo y estar en sus manos, para que, durante la transición de la muerte,
estemos seguros de que vamos a reinar con Él por una eternidad. “No hay
hombre que tenga potestad sobre el espíritu para retener el espíritu, ni
potestad sobre el día de la muerte; y no valen armas en tal guerra, ni la
impiedad librará al que la posee”.
Esto significa también que mientras haya espíritu, que es
el tercer componente de un ser humano, habrá vida dentro del cuerpo; pues el
espíritu es el que sostiene la vida, y este espíritu del hombre es el que ha
puesto Dios en nosotros, para que seamos a imagen y semejanza suya; y por eso
una persona aún en estado de coma no morirá si su dueño no retira el alma y el
espíritu del cuerpo.
Que Dios los bendiga grande y abundantemente.
Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario. Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu. A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad. Amen”. Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.
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