¿Será que Dios si nos escucha?
El hombre se acuerda que existe un Dios para clamarle cuando las necesidades tocan a su puerta, cuando tiene problemas familiares y alguien está entre la vida y la muerte, cuando están a punto de ser desalojados de su vivienda por el no pago del alquiler o cuando solo hay agua en la nevera; y también es cierto que parece que muchas de sus peticiones a Dios no fueran escuchadas.
Texto:
Isaías 59:1-4.
“He aquí que no se ha acortado la
mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras
iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros
pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír. Porque vuestras
manos están contaminadas de sangre, y vuestros dedos de iniquidad; vuestros
labios pronuncian mentira, habla maldad vuestra lengua. No hay quien clame por
la justicia, ni quien juzgue por la verdad; confían en vanidad, y hablan
vanidades; conciben maldades, y dan a luz iniquidad”.
CONCLUSIONES.
Sería fantástico que nos ganáramos la lotería sin
comprarla y a esto recurren los amigos de lo ajeno, enviándonos mensajes que
dicen que nos ganamos un vehículo o cierta cantidad de dinero y que, para poder
reclamarlo, debemos consignar alguna suma para gastos administrativos y de
envío. Esta es una posición facilista, de tener las cosas sin hacer ningún
esfuerzo y de esta misma manera actuamos frente a Dios, pues queremos primeramente
que Él nos escuche y segundo, que nos responda en el menor tiempo posible, sin
volvernos sus amigos, sin haber corrido a entrar por la puerta del
arrepentimiento que Él tiene abierta para nosotros, sin hacer diariamente su
voluntad, etc.
Si cumplimos con los requisitos que Dios nos exige,
podemos tener la plena certeza de que su mano es infinitamente poderosa para sanar
y salvar y que también Él sigue escuchando tanto nuestras peticiones, como los
pensamientos que aún no han salido por nuestra boca: “He aquí que no se ha
acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír”.
¿Pero cuál es la causa de que nuestras peticiones no sean
escuchadas? La respuesta consiste en que el pecado ha hecho división entre Dios
y los hombres, y que mientras el hombre no se haya arrepentido, permanecerá
alejado de su creador y aunque llore y clame por sus necesidades, Dios no lo
escuchará: “Y sabemos que Dios no oye a los
pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ese oye”.
Juan 9:31.
La iniquidad ha abierto una brecha entre Dios y los
hombres y también el pecado ha hecho que Dios oculte su rostro de nosotros para
no escucharnos: “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros
y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para
no oír”.
Y dirá el hombre, que generalmente se cree bueno: ¡Pero es que yo no le hago mal a nadie!
Y Dios mismo responde en forma general a estas inquietudes y nos muestra qué
tipos de pecado hay en esta humanidad, por los cuales Dios no puede estar cerca
de nosotros; y nos dice:
1. Que nuestras
manos están contaminadas de sangre.
“Porque vuestras manos están contaminadas de sangre”.
No todos son asesinos, pero el hecho de aborrecer u odiar a un ser humano
también convierte al hombre en homicida: “Todo aquel que aborrece a su
hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente
en él”. 1 Juan 3:15.
2. Que nuestros
dedos están contaminados de iniquidad.
Las manos con sus dedos son unos preciosos instrumentos
conque podemos servir a Dios o también le podemos servir al pecado; por
ejemplo, los que hurtan lo hacen con las manos, el empleado deshonesto usa la
habilidad de sus manos y de su mente para adueñarse de algunos recursos de su empresa, el idólatra
carga estatuas con sus manos, etc.: “y vuestros dedos de iniquidad”.
3. Que nuestros
labios pronuncian mentira.
En este tiempo, hasta los niños son enseñados a decir
mentiras y estas abundan en las conversaciones diarias de los adultos, hasta
tal punto que mienten como parte de su trabajo y de su vida diaria: “vuestros
labios pronuncian mentira”.
4. Que nuestra
lengua habla maldad.
La lengua es uno de los mayores instrumentos para hacer
el mal; pues con ella tratamos mal a los demás, con ella calumniamos, con ella
desagradamos a nuestros semejantes, con ella damos rienda suelta a la soberbia
y al orgullo, con ella prometemos cosas que no vamos a cumplir, con ella
hablamos vulgaridades, con ella gritamos y maldecimos, con ella renegamos de
Dios, etc.: “habla maldad vuestra lengua”.
5. Que no hay
quien clame por justicia.
Solo los verdaderos hijos de Dios claman por justicia,
los demás quisieran aplastar a sus semejantes y por tal razón tienen que
existir tantas leyes, porque el que tiene forma de robar, entonces roba; el que
ve la forma de llevar a juicio a su prójimo para quitarle parte de sus bienes, entonces hace uso de los abogados corruptos; el que ve la forma de quedarse con
una buena tajada del patrimonio público, entonces demanda al gobierno local o
nacional; y en general los gobernantes de turno solo piensan en hacer negocio,
más que en administrar los bienes públicos: “No hay quien clame por la
justicia”.
6. Que no hay
quien juzgue con la verdad.
En los tribunales ya no se juzga por la verdad; sino que
se hacen grandes esfuerzos para buscar vacíos en la ley, o acuden a los
vencimientos de término o a los malos procedimientos, para con ellos tratar de
beneficiar a los verdaderamente culpables: “ni quien juzgue por la verdad”.
Pues aquí el fin de muchos de los encargados de hacer justicia es llenar sus
arcas; más no llenar el mundo de justicia y por eso hay tantos escándalos de
corrupción en los gobiernos.
7. Que el hombre
confía en vanidad y habla vanidades.
El hombre confía en la vanidad de la vida, más que en la
verdad y la justicia de Dios y por eso muchas mujeres hoy buscan ser bonitas,
atractivas, elegantes, de buen gusto y si tienen dinero entonces serán también
arrogantes y prepotentes; cuando lo que busca Dios en las personas es la
humildad y la mansedumbre: “confían en vanidad, y hablan vanidades”.
Pero muchos hombres tampoco se quedan atrás, pues buscan dinero fácil, ostentan
tener lujosas propiedades y vehículos, desean convertirse en el galán que
persiguen las mujeres, quieren tener el control de regiones completas, quieren
ejercer dominio y control sobre los gobernantes, etc.; aquí el hombre confía en
las riquezas y en el poder, más que en Dios, quien es el que hace posibles
todas las cosas.
8. Que el hombre
concibe maldad y da a luz iniquidad.
El hombre común vive pensando en cómo ser mejor que los
demás, en cómo apropiarse de parte de lo que otros han conseguido con sudor, en
cómo vivir mejor con el menor esfuerzo, en cómo saltarse la justicia para conseguir
lo que quiere, en cómo ser partícipe de aquello en lo que no tiene derecho, en
cómo ganar dinero fácil a través de los negocios ilícitos, en cómo ser
mantenidos por el gobierno de turno, en cómo ganarse el corazón de las mujeres más hermosas, etc.: “conciben maldades, y dan a luz
iniquidad”.
Todos estos numerales nos demuestran que aunque como seres humanos nos creamos muy buenos, siempre estamos pecando y desagradando a Dios en alguna cosa y que nuestro deber, si queremos ser verdaderos cristianos, es escudriñar diariamente las escrituras para confrontar nuestra vida con la Palabra de Dios, para que ella se encargue de escudriñar lo más profundo de nuestro corazón y de sacar a la luz nuestras iniquidades y también ella nos dará el valor suficiente para arrepentirnos y colocar nuestras vidas en las manos del único salvador que es Jesucristo.
Estimado hermano y amigo, Dios si escucha y, es más, está
atento al clamor de sus hijos: “Los ojos de Jehová están sobre los justos, Y
atentos sus oídos al clamor de ellos”.
Salmos 34:15.
¿Y qué se necesita entonces para que Dios escuche a una
persona común? Pues el hombre común debe temerle a Dios, debe entrar por la
puerta abierta que es Jesucristo, debe convertirse de la maldad a la justicia y
debe obedecer a la Palabra de Dios; y de esta forma será un verdadero hijo, y por
lo tanto también será escuchado en cualquier momento que clame a Dios.
Que Dios los bendiga grande y abundantemente.
Estimado amigo, si deseas
hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor
Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me
perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario. Yo
te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi
corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el
templo de tu Santo Espíritu. A partir de hoy me comprometo a no practicar
más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla,
para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad. Amen”.
Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la
misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por
salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.”
Hechos 2:21.
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