No hay quien haga lo bueno.


Muchos se creen buenos delante de Dios, aun cuando estén practicando el pecado; pero ¿Qué nos dice Dios frente a la realidad espiritual de hombre? Si escudriñamos las escrituras, seguramente vamos a quedar sorprendidos como estas tres verdes ranitas de la imagen.

Texto: Salmos 14:2-3.

Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, Para ver si había algún entendido, Que buscara a Dios. Todos se desviaron, a una se han corrompido; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”.

CONCLUSIONES.

Nos dice el texto que “Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido, que buscara a Dios”, y ¿Cuál fue el hallazgo de Dios? La respuesta divina nos dice que todos nos hemos corrompido a causa del auge de la maldad sobre el mundo: “Todos se desviaron, a una se han corrompido”. Pero no solo Dios “miró”, sino que hoy con su virtud de omnisciencia ve y conoce lo que hace cada criatura en particular.

Esto lo dijo Dios en el tiempo de Israel, pero también aplica para nuestros días (pues el pueblo de Israel es el tipo de la generación moderna), máxime cuando la corrupción del mundo ha aumentado con la ayuda de la ciencia, la tecnología y la sabiduría humana; y si en ese pueblo que convivía con Dios (porque tenía su presencia permanente en el lugar santísimo del tabernáculo de reunión) y veía sus milagros, maravillas y prodigios; y no se halló ningún justo, entonces ¿Qué se podrá esperar del mundo moderno, donde la presencia de Dios se ha alejado a causa de nuestras iniquidades y de nuestra indiferencia?

La verdad como lo declara el profeta Ezequiel es que no hay un solo justo sobre la tierra, que no peque, ya sea hijo de Dios o hijo del mundo: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque”. Ezequiel 7:20. La definición de un hombre santo según la Palabra, es todo aquel que fue lavado con la sangre de Jesucristo y que vive en obediencia y santidad a Dios; pero aún estos santos están siendo bombardeados continuamente por el pecado mientras estén viviendo en un cuerpo de carne y hueso; por lo cual desagradar a Dios es muy fácil y esto puede provenir de un simple acto involuntario.

Si se trata del hombre impío, que a veces se cree muy bondadoso, pero que no ha buscado de Dios ni ha entregado su vida a Jesucristo, este como mínimo está pecando por rechazar el ofrecimiento de vida eterna que le ha hecho el Hijo de Dios y esto de por sí es un pecado gravísimo, tanto que ya tiene juicio anticipado: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”. Juan 3:18.

Miremos el veredicto para las personas que no conocen a Dios, que le ignoran o que desobedecen al evangelio de Jesucristo, para ellos habrá pena de eterna perdición (o infierno): “Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”. 2 Tesalonicenses 1:7-9.

Y si se trata de los verdaderos hijos de Dios, se debe entender que mientras estemos viviendo en este cuerpo de carne y de hueso, estamos sometidos a la presión de los pecados involuntarios, a los malos pensamientos que desagradan a Dios y aún durante el sueño nocturno pueden ocurrir pecados sobre los cuales no tenemos el control; por lo cual casi a diario debemos acudir a Jesucristo arrepentidos, para que Él nos limpie de nuevo; por lo tanto, aun los verdaderos hijos de Dios somos susceptibles de pecar, pero no lo practicamos como sí lo hace la gente del mundo, la cual está bajo el gobierno del diablo y del régimen de las tinieblas: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”. 1 Juan 3:8.

Entonces la gran diferencia entre el hombre impío y el hijo de Dios son los pecados voluntarios, pues el impío sigue deleitándose en ellos, mientras el cristiano ya se liberó de dicha esclavitud, sabiendo que, si continúa pecando, estaría menospreciando el sacrificio de Jesucristo y exponiéndose al juicio: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados”. Hebreos 10:26.

La gente del mundo los sigue practicando en forma voluntaria, aunque saben que es pecado, pues primeramente se los declaró su conciencia, luego la Palabra de Dios a través de cualquier medio de comunicación; por ejemplo, el que practica el adulterio sabe que es malo, pero se sigue deleitando en él; por el contrario, el cristiano que un día lo practicaba ya se arrepintió y murió al pecado; que en otras palabras quiere decir que cuando se trata de pecar, el cristiano está tan muerto que no puede mover ni siquiera un dedo para hacer lo malo: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro”. Romanos 6:11.

Estimado hermano y amigo, si no fuera por la misericordia de Dios que nos limpia cada día de nuestros pecados (hablo del pueblo cristiano), no tendríamos forma de ser justificados y de entrar al reino de los cielos, pues el veredicto es uno solo: “No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”; y por eso los cristianos debemos estar perseverando constantemente en la búsqueda del reino de Dios y su justicia, para poder alcanzar misericordia.

Y si el pueblo cristiano con dificultad se salva (porque hay momentos en que se ensucia de pecado y debe buscar nuevamente a la limpieza mediante la sangre de Jesucristo), entonces ¿Qué les espera a los impíos y pecadores que siguen violando los mandamientos de Dios? Seguramente ellos quedarán excluidos del reino de los cielos para siempre: “Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?”.  1 Pedro 4:18.

Como dice Juan 3:18 “El que no cree ya ha sido condenado”, entonces a la generación de incrédulos y de indiferentes delante Dios, solo les espera el “llanto y crujir de dientes” por una eternidad. Dirán que esta palabra es muy “cruel” y que ellos, aunque estén alejados de Dios no le están haciendo daño a nadie; pero la sentencia de Dios es muy clara y no se presta para interpretaciones, ya que ellos no se han acercado a Jesucristo porque no creen, no les interesa o no quieren compromisos; y ese es el pecado más grande que puede cometer el hombre y que consiste en despreciar a Jesucristo y a su obra redentora; y por esto muchos como respuesta ante el evangelio, mejor optan por decir: ¡Qué pereza, mejor me quedo con mi religión tradicional!

La generación de Noé murió en el juicio del diluvio universal porque no creyeron, a excepción de Noé y su familia, y aunque tuvieron la oportunidad de ver cómo se construía el arca durante muchos años, aun así, permanecieron inmutables y seguramente se burlaban de Noé, de ese “viejito” que todos los días colocaba una viga o una tabla a dicha barca.  La generación de hoy hace rato está viendo las señales de un mundo corrupto, que anda en caos, en destrucción, en vicios y en maldad; y también está escuchando que Jesucristo el hijo de Dios tiene un plan de salvación a través del cual las personas podrán escapar del juicio; pero la gente no quiere escuchar que hay un Dios y un Salvador que nos puede guardar de los juicios venideros y el problema es que solo despertarán a una realidad estrepitosa cuando les caigan los juicios encima.

En la época de Noé se burlaron del arca y todos perecieron ahogados; en forma similar hoy rechazan el evangelio de Jesucristo y se burlan de sus predicadores, y por dicha razón los juicios vendrán sin falta alguna sobre la tierra y sus pobladores, ya que no se trata de profecías de hombre alguno, sino de los veredictos de Dios: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Lucas 21:33.

En síntesis, todos somos pecadores, pero el que se arrepiente y busca la ayuda de Dios alcanza misericordia y también tiene la bendición de ser declarado como un verdadero hijo de Dios: “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. Proverbios 28:13.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21. 

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