¿Qué cosas pide Dios de nosotros?
En reflexiones anteriores hablamos de que Dios quiere que seamos sus verdaderos hijos, y que para eso es necesario un nuevo nacimiento del agua y del Espíritu. Sin embargo, mantener una buena relación con Dios significa practicar ciertas actividades, que son las que se describen en este documento.
Texto:
Miqueas 6:6-8.
“¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios
Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil
arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis
entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha
declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu
Dios”.
CONCLUSIONES.
En los tiempos antiguos se presentaban holocaustos,
ofrendas de paz y ofrendas por el pecado, entre otros; con varios objetivos
como adorar a Dios, purificar al pueblo y mantenerlo en comunión con su
creador; sin embargo, llegó un día en que Dios estaba cansando de los
sacrificios, pues el pueblo los presentaba como una costumbre, pero no se
alejaban del pecado y seguían irritando a Dios con sus abominaciones: “¿Para
qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy
de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de
bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos”. Isaías 1:11.
Podríamos decir que el equivalente de esto en nuestros
días son las costumbres paganas y las fiestas idolátricas; que, en vez de
agradar a Dios, están alejando cada día más al hombre de su presencia; pues aún
en la antigüedad Dios se cansó de este tipo de fiestas: “Vuestras lunas
nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son
gravosas; cansado estoy de soportarlas”. Isaías 1:14.
Hoy en día muchos celebran la navidad, pero lo hacen por
mera costumbre y no porque realmente en su corazón tengan la idea de
convertirse a Dios de verdad y de crucificar al hombre de pecado, para
convertirse finalmente en una nueva criatura, en un nuevo hombre nacido del
agua y del Espíritu Santo; pues la navidad lo que significa es un “nuevo
nacimiento”. Más bien el deseo del hombre es tener un tiempo para festejar,
para ir de vacaciones, para reunirse con su familia, para hacer bullicio, para
quemar pólvora, para comer natilla y buñuelos, para compartir comidas
exquisitas, para bailar y emborracharse, para comprar los estrenes del año,
para dar y recibir aguinaldos, etc.; pero ¿Dónde está la búsqueda de Dios?
De seguro que Dios no está por ningún lado, y lo más
cercano que han estado de algún dios, es cuando se reúnen ante un pesebre a
cantarle y hacerle oraciones a un muñeco que tienen acostado allí en el medio;
en síntesis, un tiempo que debería ser para buscar a Dios, un tiempo que
debería ser de arrepentimiento, lo están invirtiendo en actividades
idolátricas, que sumergen al hombre en el pecado y lo apartan cada día más de
Dios.
La máxima prueba de que estas festividades no son de Dios,
ni le agradan, es que la siguen millares de personas en todo el mundo; pues si
estas fiestas fueran de Dios, ya nadie las recordaría y todos los hombres le
sacarían el cuerpo para no participar de ellas, esto debido a que el mundo
entero está bajo el maligno y al diablo no le interesa alabar a Dios y que,
como consecuencia de ello, hará todo lo posible para alejar al hombre de Dios:
“Y el mundo entero está bajo el maligno”. 1 Juan 5:19b.
Según el texto principal podemos concluir que ya no es
necesario este tipo de actividades:
1. Ya no es
necesario presentarnos delante de Dios con algún tipo de ofrenda, animal o cosa
para adorarle: “¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios
Altísimo?”.
2. Ya no es
necesario presentarnos con animales para sacrificar holocaustos: “¿Me presentaré ante él
con holocaustos, con becerros de un año?”.
3. Ya no es
necesario ofrecer miles de carneros, ni grandes ofrendas de masa de trigo y de
aceite: “¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos
de aceite?”
4. Tampoco es
necesario llevar al tabernáculo nuestros primogénitos o el equivalente de su
precio, para que Dios nos libere del pecado: “¿Daré mi primogénito por mi
rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?”
Dios a través de la historia le ha declarado al hombre lo
que es bueno y también lo que es necesario que éste le tribute a Dios, y lo
hace mediante este texto bíblico pidiendo solo tres cosas sencillas: “Oh
hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente
hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”:
1.
Hacer justicia.
Justicia es actuar conforme la voluntad de Dios la cual
está escrita en su Palabra (ya que su voluntad es justa, santa y perfecta),
siendo una de sus voluntades el cumplir con el segundo gran mandamiento, que es
amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos; y el cumplir con este
mandamiento es la prueba fiel de que estamos haciendo justicia; pues cualquier
cosa que vaya en contra de nuestro prójimo es maldad.
El hacer justicia también implica apartarnos
completamente del pecado; es decir que la persona justa ya no dice mentiras, no
adula a nadie, no dice palabras vulgares ni soeces, no se embriaga, no
participa en bailes ni rumbas, no es infiel, no es adúltera, no es deshonesta,
no es ladrona, no es altiva ni vanagloriosa, no defiende al perverso y condena
al justo, no es desleal, no practica la avaricia, no participa de negocios
ilegales, ni de ganancias deshonestas, no toma ventaja de su prójimo, entre otros.
2.
Amar misericordia.
Misericordia es compadecerse de las necesidades de
nuestro prójimo y hacer lo que esté a nuestro alcance para que ellos tengan las
mismas oportunidades, los mismos recursos y el mismo trato que queremos que nos
den a nosotros.
Debido a que Dios es amor y que Él ha derramado de esta
virtud sobre sus hijos, entonces sus hijos también deben llevar la misericordia
en sus corazones (porque la misericordia es uno de los pilares del amor) y deben
ponerla por obra cada vez que se presente la oportunidad; esto también es una
prueba fehaciente de que estamos cumpliendo con el segundo gran mandamiento.
3.
Humillarte ante tu Dios.
Humillarnos delante de Dios es reconocer su grandeza, su
poderío, su majestad y su santidad; y también reconocer que nosotros somos sus
criaturas y que Él ha puesto propósitos en cada uno de nosotros, declarando siempre
que somos sus siervos, creados para su gloria, honra y alabanza; y que Él es
quien nos da la vida y quien nos sostiene.
Y para poder que realmente tengamos humildad delante de Dios, entonces debemos desechar nuestra grandeza, nuestro orgullo, nuestra altivez, nuestra arrogancia y otros pecados que nos pueden llevar a sentirnos iguales a Dios (como sucedió con Lucifer), o que nos pueden llevar a ignorar o desechar a Dios, dado que podríamos pensar que lo tenemos todo y que no necesitamos de Dios en nuestras vidas. Humillarnos ante Dios es también renunciar a hacer nuestra voluntad y dar paso a que se haga la voluntad de Dios en nuestras vidas.
En conclusión.
Podemos decir que para mantenernos cerca de Dios y en
permanente comunión con Él, debemos estar practicando la justicia, la
misericordia y la humildad; y de esta forma Dios derramará de su amor en
nuestras vidas y este amor también llegará a nuestro prójimo a través de la
justicia y la misericordia y así Dios verá nuestros frutos y nos considerará
sus verdaderos hijos; esto porque el que no ama no ha conocido a Dios y por
tanto es propiedad del diablo: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque
Dios es amor”. 1 Juan 4:8.
Que Dios los bendiga grande y
abundantemente.
Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta
sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y
me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre
derramada en la cruz del calvario. Yo te acepto hoy como el Señor y
Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me
purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo
Espíritu. A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a
leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda
estar en el reino de los cielos por una eternidad. Amen”. Y
si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la
misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por
salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.”
Hechos 2:21
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