La obligatoriedad de los tributos a Dios.
Si al hombre común le cuesta seguir a Dios por causa de los mandatos que debemos cumplir para poder gozar de la vida eterna y de muchas otras bendiciones terrenales, ¿Cuánta más dificultad le dará si sabe que Dios también tiene unas exigencias económicas?
Texto: Malaquías 3:8-12.
“¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y
dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros
diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación
toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al
alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora
en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os
abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta
que sobreabunde. Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os
destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice
Jehová de los ejércitos. Y todas las naciones os
dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los
ejércitos”.
CONCLUSIONES.
Para sensibilizar su corazón sobre el tema, diremos que
al mundo llegamos sin nada, y como mínimo al nacer nuestros padres nos regalaron
un pañal desechable, un vestido enterizo, unas medias y de pronto hasta unos
zapaticos de tela; pero sigue estando claro que no teníamos absolutamente
nada. Y en nuestra etapa de la niñez, la
adolescencia e inicios de la adultez, recibimos la alimentación, el vestuario,
el techo, los medicamentos para el cuidado de nuestra salud, los útiles
escolares y una provisión diaria para el transporte y los refrigerios en la
escuela, colegio o universidad.
Hasta aquí pareciera que fueron nuestros padres los que
suplieron todas estas necesidades, pero hay un Dios que está por encima,
supliéndoles a ellos, para que ellos a su vez puedan sostener a sus hijos.
Ya cuando la persona termina sus estudios y toma un
empleo en alguna empresa o forma su propio negocio, pareciera que todos sus
logros los obtuviera mediante su inteligencia, su conocimiento y sus propias
fuerzas; pero aquí también está la mano de Dios supliéndole de todo lo
necesario, máxime cuando dicha persona está caminando de la mano de Dios: “Porque
los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que
tenéis necesidad de todas estas cosas”. Mateo 6:32.
En síntesis, todo lo que recibimos proviene de la mano de
Dios, incluyendo nuestra economía y por esta misma razón es que Dios tiene una
exigencia económica, que consiste en que debemos hacer partícipe a su obra de
una parte de lo que hemos recibido de su mano.
Pero, el hombre por desconocimiento o más bien por
negligencia al no escudriñar las escrituras, es que ha resultado robándole a
Dios y por eso Dios mismo se pregunta: “¿Robará el hombre a Dios?”. Y su
respuesta es: “Pues vosotros me habéis robado”. Y el hombre añade: “¿En
qué te hemos robado?” A lo cual Dios responde nuevamente: “En vuestros
diezmos y ofrendas”. Diezmo es la décima parte de todo lo que recibimos de
Dios, sea en dinero o en especie; y la ofrenda es lo que voluntariamente damos
cuando nos presentamos a los servicios en el templo, con el fin de cubrir los
gastos de estos. De los bienes se debe entregar el diezmo de su valor
equivalente en moneda local; pues no sería lógico aparecer en el templo con un
ternero o un becerro.
El pueblo de Israel era conocedor de las leyes de Dios y aun
así las estaba infringiendo, entonces ¿Qué podemos esperar del mundo de hoy que
no conoce los mandatos de Dios y de mucho pueblo cristiano que ignora estas
exigencias económicas? Aquí podemos recordar la cita bíblica que sirvió de base
para una reflexión anterior, donde se demuestra que el que peca por
desconocimiento igualmente será castigado como los demás: “Finalmente, si
una persona pecare, o hiciere alguna de todas aquellas cosas que por
mandamiento de Jehová no se han de hacer, aun sin hacerlo a sabiendas, es
culpable, y llevará su pecado”. Levítico 5:17.
La maldición divina.
Definitivamente no hay abundancia económica sino
estrechez en muchos hogares, porque allí opera la maldición de Dios, por cuanto
están faltando al mandato del diezmo: “Malditos sois con maldición, porque
vosotros, la nación toda, me habéis robado”. Y si falta la bendición
material, indudablemente la vida eterna también estará en riesgo de perderse,
si el hombre no camina en obediencia a los mandatos de Dios, antes que parta de
esta tierra.
El
mandato divino.
Dice Dios en
su mandamiento: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi
casa”. Y uno de los propósitos del diezmo y las ofrendas es que estas sirvan
para el sostenimiento de la obra de Dios; constituida por templos, pastores,
líderes, evangelistas, misioneros, etc., los cuales tienen también necesidades
para suplir, cuya primera es el alimento y por eso presenta esta necesidad
(haya alimento en mi casa) como primer beneficio del diezmo en la obra de Dios.
El hombre se
cree bueno porque no mata, no roba y no le hace mal a nadie; pero seguramente
le está robando a Dios y no se ha dado cuenta, o se hace el desentendido.
Y si el
hombre desea probar que esto es cierto, entonces Dios lo invita a hacerlo para
que vea los resultados: “Y probadme ahora en esto, dice Jehová de los
ejércitos”. Y solo mediante la obediencia continua a este mandato, es que
logramos tener una vida llena de abundancia económica, recordando que la
intención de Dios no es hacernos ricos, sino suplirnos de todo lo necesario y
un poco más de tal forma que tengamos holgura y no estrechez.
Bendiciones
del diezmo.
En este
texto bíblico Dios nos muestra varias de las múltiples bendiciones a que
conlleva esta práctica:
1. La multiplicación de nuestros ingresos.
El darle a
Dios una parte de lo que recibimos de su mano, hace que Dios se vea obligado a
multiplicar nuestros ingresos y todo aquello que signifique bendición para
nuestra vida, nuestra familia y nuestro hogar: “Si no os abriré las ventanas
de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”.
2. El cuidado de nuestros bienes.
El devorador
es todo aquello que quiere acabar con nuestros recursos, con nuestra bendición,
con nuestras propiedades, con nuestra salud, etc.; siendo el principal
devorador el diablo y su combo, porque ellos vinieron al mundo a hurtar, matar
y destruir; entonces Dios se compromete también a cuidar de nuestras
pertenencias, de nuestra economía, de nuestra empresa, de nuestra finca, de
nuestros cultivos, de nuestros hijos: “Reprenderé también por vosotros al
devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo
será estéril, dice Jehová de los ejércitos”.
3. Nos hará tierra deseable.
Tierra
deseable es donde hay bendición, abundancia, justicia y donde hay muy pocos
enemigos de lo ajeno; y en esto convertirá Dios nuestras regiones, ciudades y
naciones, si sus habitantes le cumplen a Dios con sus diezmos y ofrendas: “Y
todas las naciones os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable,
dice Jehová de los ejércitos”.
El diezmo y
las ofrendas son un secreto revelado para la prosperidad del hombre y mientras
el mundo siga pensando que dar es sinónimo de empobrecer, entonces será más
pobre aún; sin embargo, unos pocos afortunados hacen de esta práctica una
fuente inagotable de ingresos.
Y dice el
texto “probadme ahora”, incitando al hombre a que inicie con esta
práctica, para que vea como Dios empieza a actuar en favor de sus finanzas, de sus
bienes, de sus negocios, de sus hogares, de su familia, etc.
Finalmente,
la desobediencia a este mandato trae maldición a nuestras finanzas y nuestros
bienes; y también trae castigo eterno, dado que ningún ladrón podrá entrar en
el reino de los cielos: “Ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos,
ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”. 1
Corintios 6:10.
Cabe
recordar que el diablo también maneja sus recursos, y los reparte entre los
suyos, lo que se evidencia en muchos ricos que no viven para Dios; pero que, si
viven en abundancia, los cuales involuntariamente han vendido su alma al
diablo.
Que Dios los bendiga grande y abundantemente.
Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta
sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y
me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada
en la cruz del calvario. Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi
vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me
santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu. A partir
de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar
en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los
cielos por una eternidad. Amen”. Y si estás en peligro de
muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro
Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que
invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21
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