Secretos revelados sobre el amor de Dios.

Estamos ante un mundo convulsionado, donde el amor se ha ido apagando y ya no existe ni siquiera el más mínimo temor de acabar con la vida de nuestro prójimo.

Texto: Mateo 4:43:45.

Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”.

CONCLUSIONES.

Dios es amor, como lo manifiesta una de sus virtudes principales y ha hecho partícipe de este amor a sus verdaderos hijos, para que ellos sean la sal de la tierra; es decir, para que le den sabor a esta generación; pero cada vez los cristianos fieles son menos y el auge de la maldad ha apagado esa pequeña llama que debería arder en el pueblo cristiano: “y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará”. Mateo 24:12.

¿Pero de qué realmente se trata el amor de Dios? El amor en sí tiene una infinidad de características que en su conjunto conforman la piedad, la benignidad y la justicia. Por su parte, el amor de Dios tiene unas características que lo hacen muy especial y difícil de imitar como son:

1.  El amor de Dios no hace acepción de personas.

Normalmente la gente del mundo ama a quien le hace el bien y, por el contrario, aborrece a aquellos que le han hecho el mal: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo”. Qué difícil es pensar en servir y hacer el bien a quienes buscan hacernos el mal; pero si de verdad amamos, tenemos que mirar con la lupa de Dios y no seleccionar entre buenos y malos para saber a quién debemos amar, sino mirar a aquellos que necesitan de nuestra ayuda y de nuestro amor.

2. El amor de Dios debe llegar a nuestros enemigos.

Dios no creó esta gran virtud del amor para darlo solo a aquellos que nos caen bien, o a aquellos que procuran nuestro bienestar; definitivamente que no, porque Jesucristo mostró en la cruz del calvario su gran amor por los enemigos, que son todos aquellos que andan en contra de sus mandamientos: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos”. Y nosotros los que ya nos convertimos a Cristo también éramos por naturaleza sus enemigos, debido a que vivíamos en pecado: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida”. Romanos 5:10.

Entonces, si Dios ama a sus enemigos, ¿Por qué razón deberíamos odiar a nuestros enemigos?

3. El amor de Dios cambia la maldición por bendición.

Uno de los mandamientos anexos al amor, es que tenemos que procurar la bendición para aquellos que maldicen nuestra vida y todo lo que haya alrededor nuestro: “bendecid a los que os maldicen”. Generalmente el hombre aplica el dicho de “ojo por ojo y diente por diente” que tenía sustento bíblico en el antiguo testamento; pero el verdadero reino de Dios establecido en el periodo de la gracia opera en una forma muy distinta que consiste en dar: “bendición por maldición”.

4.  El amor de Dios hace el bien a los que nos aborrecen.

El hombre común paga mal por mal, e incluso llega a matar cuando no desea ver de nuevo a sus enemigos: “haced bien a los que os aborrecen”. En cambio, el amor verdadero procura el bien de todos aquellos que están en contra nuestra.

5.  El que ama, ora por aquellos que lo ultrajan y persiguen.

Una de las formas de defendernos de nuestros enemigos, sin hacerles mal, es orando por ellos para que Dios los transforme y los bendiga; ya que Dios está mirando desde los cielos y hará juicio sobre nuestros adversarios si fuese necesario: “y orad por los que os ultrajan y os persiguen”.

La finalidad del amor.

Y finalmente Dios con esto, que parece absurdo para el hombre, busca que seamos sus verdaderos hijos “Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”. Pues si hacemos lo que el mundo dicta, entonces seríamos hijos de las tinieblas o hijos del diablo, pero no hijos de Dios. Es cierto que Dios tiene unas ideas controversiales y que son cosas que ahora no entendemos, pero que cuando estemos en el reino de los cielos, ya con nuestro entendimiento abierto, veremos el por qué estas cosas tienen que ser así; es decir, encontraremos el verdadero sentido de amar a nuestros enemigos.

Y por eso hay otros mandatos con relación al amor de Dios, consistentes en permitir que el enemigo nos golpee y que tome lo que quiera de nosotros; es algo duro de admitir, pero seguro que Dios tendrá propósitos para cada una de estas cosas: “Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues”. Lucas 6:29. Lo cierto de todo esto, es que un día este cuerpo físico será destruido y que volveremos vacíos en la misma forma que llegamos y que lo que el enemigo nos haya arrebatado, si lo tuviéramos, tampoco nos serviría de nada en ese momento; ¿Entonces para qué pelear por lo que no es nuestro y que tampoco nos lo vamos a llevar?

En muchas cosas tenía que diferenciarse la respuesta a nuestros enemigos, pues si estamos con Dios, la respuesta será amor; pero si estamos con el diablo, la respuesta será maldad y hasta muerte; he aquí la gran diferencia entre los hijos de Dios y los hijos del diablo. Por eso si alguien sale con este dicho popular “me las vas a pagar”, está mostrando los frutos de un hijo del diablo; pero si en vez de eso clama a Dios por misericordia para aquel que lo está atropellando o haciendo injusticia, entonces sus frutos denotan que es un verdadero hijo de Dios.

Una verdad en el trato con nuestros enemigos es que tenemos que cuidarnos, mediante la práctica del verdadero amor, para que no resultemos profiriendo o haciendo juicio sobre ellos, ya que nosotros somos pecadores y no podríamos de ninguna manera suplantar a Dios en estos asuntos: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. Mateo 7:1.

El ejemplo de Dios es maravilloso, pues aún les da vida y también sustenta a aquellos perversos e injustos: “Que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”. La verdad es que Dios creó tanto a los unos como a los otros y en cierta medida el maldecir o atentar contra los malos, es un ataque directo contra la creación de Dios; máximo cuando Él ya los tiene reservados para el día del juicio: “Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio”. 2 Pedro 2:9.

Definitivamente amar es una forma de acumular juicio sobre nuestros enemigos; pues el amor inclinará la balanza de la justicia divina en favor nuestro y en contra de nuestros enemigos, librándonos a nosotros y enjuiciándolos a ellos: “Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”. Romanos 12:20.

Otro principio que debemos tener en cuenta es que justo solo hay uno y ese es Dios, entonces Él es el único que tiene autoridad para hacer juicio y venganza; y si nosotros somos sus verdaderos hijos, entonces tenemos que encomendar nuestras causas a Dios y esperar que Él actúe según su bendita y santa voluntad: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”. Romanos 12:19.

Estimado hermano y amigo, para ser un verdadero hijo de Dios, también hay que amar a nuestros enemigos; de lo contrario, estaremos haciendo lo mismo que hacen los seguidores de las tinieblas, cuyo propósito contra el género humano es “hurtar, matar y destruir”; y si esto hacemos entonces somos hijos del diablo y no hijos de Dios.

¿Será entonces difícil practicar el amor verdadero? Posiblemente lo sea, pero con la ayuda de Dios todo es posible; pues si usted entrega su vida a Jesucristo y recibe al Espíritu Santo en su corazón, entonces usted será transformado y capacitado, de tal forma que le sea fácil amar a los enemigos, de la misma manera que Dios lo hace.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21

  

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