¿Cuánto debemos amar a nuestro prójimo?
El amor al prójimo ya no está ni siquiera en un segundo plano para este mundo materializado a causa del apego constante a las pasiones y los deseos de la carne; por tanto, el hombre moderno no sabe qué significa amar a nuestro prójimo.
Texto:
Mateo 7:12.
“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan
con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque
esto es la ley y los profetas”.
CONCLUSIONES.
El mundo en general no sabe qué es amar (y solo conocen como
amor la atracción física que surge entre una pareja), cuánto menos sabrán quién
es ese personaje llamado “prójimo” y para ilustrarlo, el mismo Jesús nos cuenta
una historia sobre un samaritano que descendía a Judea y encontró a un hombre
herido a causa de los ladrones y bajándose de su caballo tuvo misericordia, le
prestó los primeros auxilios, luego se lo llevó a una posada y cuidó de él: “Pero
un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a
misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y
poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él”. Lucas
10:33-34.
Antes que pasara este personaje, pasaron un sacerdote y
un levita, pero ninguno de los dos se detuvo a prestarle ayuda al herido y
despojado, y solo lo hizo el samaritano (quienes eran enemigos de los judíos),
demostrando que realmente en él había amor por su prójimo, ese amor que se
manifestó en misericordia; por lo cual hizo con aquel herido, lo mismo que
hubiera esperado que otros hicieran por él si estuviera en las mismas condiciones;
esto es amar al prójimo como si se tratara de nosotros mismos, y así lo describe
el mandato divino: “Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu
mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Lucas 10:27.
Hay dos principios que debemos entender: El primero es
que la misericordia es el fundamento del segundo gran mandamiento de amar a
nuestro prójimo como a nosotros mismos y no hay otra forma de amar sino a
través de la misericordia, pues no se ama solo mostrando una sonrisa; y el
segundo principio es que cumpliendo este mandato, entonces cumplimos también
con toda la ley entregada a Moisés y a todos los profetas del antiguo
testamento; y por eso este texto dice: “Porque esto es la ley y los profetas”.
Esto de que cumple con toda la ley, es porque el que ama
al prójimo, estará también amando a Dios y cumpliendo con el primer gran
mandamiento; pues si el amor de Dios reposa en el hombre, quiere decir que éste
tiene una comunión íntima con Dios que lo obliga a estar alejado de los pecados
directos contra Dios como es el caso de la idolatría, puesto que, el que es
nacido de Dios no practica el pecado: “Todo aquel que es nacido de Dios, no
practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede
pecar, porque es nacido de Dios”. 1 Juan 3:9.
Toda la ley y los profetas fue resumida por Jesús en el
nuevo testamento, en algo denominado el segundo gran mandamiento; pero no
quiere decir que el A.T. pierda valides, pues vemos que Jesucristo mismo lo
confirmó cuando dijo que venía a cumplir la ley y los profetas, aunque fuera el
promotor de un nuevo pacto, el de la gracia: “No penséis que he venido para
abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir”.
Mateo 5:17.
Entonces, ¿Cuánto debemos
amar a nuestro prójimo?
La medida de este amor es dada por la misma Palabra: “Así
que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así
también haced vosotros con ellos”. Si cuando caemos o estamos en
circunstancias difíciles, nosotros queremos que nos atiendan, que nos
consuelen, que nos carguen y que nos brinden toda clase de cuidados, entonces
esta es la medida del amor que debemos aplicar con nuestro prójimo. Y prójimo
para nosotros debe ser cualquier persona que necesite de nuestra ayuda, de
nuestra orientación, de nuestros recursos, de nuestro consuelo; y enfatizo en
que es cualquiera, ya que Dios no hace acepción de personas: “Pero si hacéis
acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como
transgresores”. Santiago 2:9.
Prójimo no es aquel a quien le damos y nos devuelve la
ayuda; ese solo es un amigo con quien compartimos; tampoco es aquella persona a
quién le prestamos, porque en realidad no nos estamos despojando de nada, a no
ser que nuestro semejante no nos pague, pero eso ya es otro cuento. Si en el
acto de ayudar no nos despojamos de nada, entonces no se trata del amor verdadero,
sino más bien de compartir con nuestros semejantes.
Prójimo no es solo aquél que nos hace el bien, o que no
se mete con nosotros (hablando de conflictos); es cualquier persona que
necesite de nuestra ayuda, aún si es considerado como uno de nuestros enemigos;
pues para ser verdaderos hijos de Dios, tenemos que amar a nuestros enemigos y
si usted no lo hace, entonces todavía no ha nacido de nuevo, todavía no es una
oveja del rebaño de Cristo: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos,
bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por
los que os ultrajan y os persiguen”.
Mateo 5:44.
Si amamos a los que nos aman, entonces ¿Qué
recompensa vamos a tener en los cielos? Y por eso cuando amamos no debemos
esperar ninguna recompensa del hombre, así como lo hizo Jesucristo al entregar
su vida por los pecadores sin esperar nada a cambio, pues no tenemos nada de
valor conque le podamos pagar a Dios, por lo tanto, Él lo hizo por amor y no esperando
una recompensa: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa
tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros
hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?”.
Mateo 5:46-47.
Hay que entender que, si no hay amor en nuestros
corazones, entonces no somos de Dios; pues Dios es amor y si el amor de Dios no
se ha derramado en nosotros, quiere decir que nunca nos hemos acercado a Dios a
través de su hijo Jesucristo y que tampoco hemos sido transformados en unos
verdaderos hijos suyos, capaces de recibir ese amor de Dios y también de
transmitirlo a nuestro prójimo: “Y la esperanza no avergüenza; porque el
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que
nos fue dado”. Romanos 5:5.
Estimado hermano y amigo, si aún no sabe quién es su
prójimo, el único sitio donde podrá ir después de la muerte es el infierno,
porque el prójimo es ese instrumento visible en el cual podemos demostrar que
sí tenemos el amor de Dios en nuestros corazones. Y si conoce quién es el prójimo, pero lo
ignora, entonces su corazón está vació y allí no mora el Espíritu Santo de
Dios. Y si desea amar al prójimo, pero no sabe cómo hacerlo, ni de qué manera,
ni con qué recursos; entonces colóquese en la camisa de su prójimo y piense qué
le gustaría que los demás hicieran por usted y esta respuesta es la medida
exacta de lo que usted debe hacer por su prójimo.
Que Dios los bendiga grande y
abundantemente.
Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta
sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y
me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre
derramada en la cruz del calvario. Yo te acepto hoy como el Señor y
Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me
purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo
Espíritu. A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a
leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda
estar en el reino de los cielos por una eternidad. Amen”. Y
si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la
misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por
salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.”
Hechos 2:21.
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