Sin santidad no hay salvación.

Hay quienes piensan que solo basta creerse bueno y no hacerle mal a nadie para entrar al reino de los cielos; pero ¿Será cierta esta afirmación a la luz de la Palabra de Dios?

Texto: Hebreos 12:14.

Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”.

CONCLUSIONES.

El hombre se ha inventado una gran cantidad de teorías que supuestamente lo conducirán al cielo sin mucho esfuerzo, veamos algunas de ellas:

1.  Que, si uno es bueno y no le hace daño a nadie, dizque va para el cielo cuando se muera; y por esta razón muchos tienen la falsa idea que todo el que se muere se va a descansar en la presencia del Señor; pero la realidad es que son más los que entran al infierno para ser atormentados, que los pocos que logran entrar al cielo.

2.  Que las almas devotas de todo cuanto santo que se inventa el mismo hombre son las que van al cielo. La verdad es que solo hay un salvador designado por Dios, y es su hijo Jesucristo.

3.  Que solo hay necesidad de ir los domingos a la iglesia y que ya con eso es suficiente; y que cuando se trata de diezmar y ofrendar (aunque para la mayoría es un mandato desconocido), que con unas cuantas monedas será suficiente para engrosar las arcas de la iglesia y para hacer sobresalir los vientres de los pastores.

4.  Que el que peca y reza, empata y que por lo tanto queda libre de cualquier culpa. La verdad es que ningún rezo puede quitar los pecados del hombre, y esto solo lo puede hacer la sangre de Jesucristo, cuando le recibimos como señor y salvador.

5.  Que la religión popular tiene sus propios intercesores (como vírgenes y santos) y que por ende sus seguidores ya no necesitan hacer más nada. La verdad es que solo hay un intercesor y ese es Jesucristo, pero mientras no le entreguemos nuestras vidas, Él tampoco podrá librarnos del juicio.

6.  Que solo basta repetir una oración todos los días y que con eso estamos más que sobrados. Hay que recordar que una oración con inteligencia es la que agrada a Dios y no los rezos repetitivos; y que mientras el hombre siga sin arrepentirse, no servirá ninguna de las oraciones.

7.  Y otros en varias religiones, supuestamente recibieron licencia para seguir pecando, sin el peligro de caer al infierno; esto porque su religión los convenció que irán a un tal purgatorio (del cual no hay evidencia bíblica de su existencia) y que luego mediante novenas, entonces estas almas serán sacadas de penas y llevadas al descanso eterno.

8. Y en algunas sectas, pues solo se necesita ser malo, perverso y asesino para congraciarse con sus dioses que también son perversos (y son dioses que no existen) y obtener así un supuesto cielo cuando se muera; sin embargo, si murió en maldad, no podrá recibir ninguna recompensa, sino más bien un juicio.

9. Muchos están confiados en que como Dios es amor, por lo tanto, no permitirá que nadie vaya al infierno; y aquí aplica el adagio popular que dice textualmente: “Mal de muchos, consuelo de tontos”.  Pues si Dios creó el infierno, no era para tenerlo de bonito, sino para usarlo metiendo allí a los que no quieren arrepentirse, ni obedecer a su Palabra; y en efecto en este momento está a reventar, porque diariamente desfilan miles de almas perdidas hacia ese sitio. Prueba de ello es que está preparado un lago de fuego y azufre, con mayor capacidad, donde irán todos los perdidos luego del juicio final.

10. Y los ateos que, aunque no niegan abiertamente la existencia de Dios, no creen ni siquiera que haya salvación y dicen que después de la muerte no habrá más nada, y por eso su consigna es disfrutar y pecar lo más que puedan mientras estén vivos.

¿Pero qué nos dicen las escrituras?

Hay dos mandatos en este texto bíblico que son innegociables y conforman dos requisitos indispensables para poder ver al Señor de los cielos; es decir, para estar en su presencia y en su reino:

1.  La paz.

Para que haya paz, es indispensable que haya justicia; pues esta es el vehículo donde se mueve la paz; esto es parecido a un pez en el agua donde nada libremente, pero que si se saca fuera del agua se muere; así mismo no podrá haber paz donde hay injusticia. Tener en cuenta que hay una paz colectiva, que es difícil alcanzar por cuanto la mayoría de la humanidad anda en pecado; sin embargo, podemos alcanzar una paz personal en la presencia de Dios, viviendo en justicia hacia los demás, aunque allá afuera haya maldad: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”. Juan 14:27.

Y para que haya justicia, tienen que existir dos elementos: Primero el conocimiento de la Palabra de Dios y como segundo, la voluntad del hombre para obedecerlos; teniendo en cuenta que allí en la Palabra se encuentra el segundo gran mandamiento que es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y en este se fundamenta la justicia social y la paz. Y si no hay paz, entonces reina la injusticia y por lo tanto no hay posibilidad de que los injustos puedan agradar a Dios y acercarse a Él para ser transformados.

El camino para hallar la paz consiste en dedicarnos a las obras del Espíritu y no a las obras de la carne; pero para que esto suceda es necesario haber nacido de nuevo mediante el bautismo y que nuestro corazón esté enteramente gobernado por el Espíritu Santo de Dios: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz”. Romanos 8:6.

Una persona que siga gobernada por su ego (que está conectado con el mundo), solo le estará sirviendo a las tinieblas y al pecado, dado que en su corazón no gobierna el Espíritu de Dios. Aún así tendrá una aparente paz, pero esta es la paz del mundo, dado que como le está sirviendo al diablo, entonces este no lo atacará, ni lo someterá a tribulaciones, por cuanto es ya de su propiedad.

Para poder ser compatibles con el reino de Dios, es necesario que compartamos virtudes como la paz; pues esta es uno de los principales distintivos del cielo, junto a la justicia y el gozo en el Espíritu: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. Romanos 14:17. Este versículo nos muestra el origen del gozo para el pueblo cristiano, que surge como consecuencia de estar en la presencia del Espíritu; mientras de la gente del mundo le toca ir de parranda, de paseo o de viaje, para poder sentir un poco de gozo.

2.  La santidad.

Santidad es vivir apartados del pecado y guardados enteramente para Dios; es decir, que todo nuestro ser completo esté limpio y sin mancha, viviendo constantemente en la presencia de Dios y estando preparados para aquel día en que estaremos en pie delante de Dios: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. 1 Tesalonicenses 5:23.

Aquí también la obediencia a la Palabra es un requisito fundamental para la santidad; pues los desobedientes no tienen forma de agradar a Dios y mucho menos de estar en su presencia para ser santificados por su Espíritu: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro”. 1 Pedro 1:22.

¿Entonces qué debemos hacer para ser salvos?

Tenemos que tomar conciencia de que no hay un solo justo sobre la tierra y que todos somos pecadores (así muchos se crean buenos), y que por tanto necesitamos acudir arrepentidos a Jesucristo, para que Él nos lave con su sangre y nos purifique con el fuego de su Santo Espíritu; solo así seremos puros, santos y sin mancha delante del Padre. Una vez cumplidos estos pasos, entonces necesitamos estudiar su Palabra todos los días, como requisito para poder obedecer a los mandatos allí escritos; y también debemos buscar la comunión con Dios en la oración diaria y en los ayunos, vigilias y cultos programados por la iglesia, que entre otras cosas debe pertenecer a una misión de sana doctrina, donde se adore al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y en la cual no haya presencia de imágenes ni de ídolos.

Estimado hermano y amigo, no coma cuento; más bien coma Palabra de Dios, pues esta le ayudará a despertar del letargo espiritual en que se encuentra y lo guiará en forma segura hacia el reino de los cielos. Si el hombre espera a que sea despertado por las llamas del infierno, significa que ya no habrá oportunidad de enderezar el camino, ni mucho menos de escapar de los castigos del infierno: “Y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes”. Mateo 13:42.

También cabe recordar que el efecto de la santidad en el hombre es que lo convierte en un niño, libre de injusticia, libre de maldad y con una total inocencia, condiciones que son necesarias para heredar la vida eterna: “Y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. Mateo 18:3

¡Esto es muy duro!, claman algunos; pero aquí lo realmente duro es convencer al hombre primero de que necesita salvación y segundo convencerlo de que deje de servirle al mundo y al pecado para que le sirva de verdad a Dios; pues ya con el hecho de estarle sirviendo a Dios, Él se encargará de su santificación a través de la obediencia del hombre a su Palabra.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21. 

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