La Resurrección. 1 Corintios 15:2-4; 20-22

“Por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano.  Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras, y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras… Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos, primicias de los que durmieron es hecho.  Porque por cuanto la muerte entró por un hombre también por un hombre la resurrección de los muertos.  Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados”. 1 Corintios 15:2-4; 20-22

                La Resurrección de nuestro Señor Jesucristo es el milagro cumbre del Evangelio.  Los apóstoles, y especialmente el apóstol Pablo, proclamaron y enseñaron esta gran verdad.

                El patriarca Job dijo: “¡Quién me diese ahora que mis palabras fuesen escritas! ¡Quién diese que se escribiesen en un libro; que con cincel de hierro y con plomo fuesen esculpidas en piedra para siempre! Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (Job 19:23-27).

                De acuerdo con el historiador Eusebio, el patriarca Job vivió 600 años antes del diluvio, o sea, como 1800 años antes de Cristo, Dios coloca a Job en la misma clase de Noé y de Daniel.  Y el apóstol Santiago se refiere a él como ejemplo de paciencia.

                En los textos leídos, Job expresa su ardiente deseo de que sus palabras fuesen escritas.  Y las palabras específicas que él quiso que fueran grabadas fueron las siguientes: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (Job 19:25-27).

                Este patriarca de la antigüedad, que vivió alrededor de 1800 años a.C., por inspiración divina tuvo una visión completa y maravillosa de la resurrección de nuestro Redentor, como también de la resurrección de los creyentes.  Por revelación divina, Job vio la vida humana y la divina unidas en la persona del Redentor y también vio la muerte y la resurrección del Redentor, como también vio la resurrección de los creyentes en cuerpos glorificados.

                Sobre la resurrección y sobre la naturaleza del cuerpo resucitado, el apóstol Pablo escribe ampliamente en el gran capítulo de la resurrección: 1 Corintios 15.

                Nuestro Señor Jesucristo resucitó con un cuerpo glorificado.  El cuerpo glorificado, o sea, lleno de gloria, y plenamente adaptado para morar en la gloria sin ninguna de las limitaciones del cuerpo humano; y sin mancha, sin contaminación, sin inmundicia.  El apóstol Pablo nos explica cómo es el cuerpo resucitado, y dice: “Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán? Necio, lo que tú siembras no se vivifica si no muere antes… Así también es la resurrección de los muertos.  Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción.  Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder.  Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual… así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.   Los muertos serán resucitados incorruptibles… Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Cor. 15:35-46; 42-44; 49; 52-53).

                También el cuerpo con que Cristo resucitó es un cuerpo real, no es un espíritu ni fantasma.  En una de las muchas veces que Jesús ya resucitado apareció a los discípulos, estos se espantaron, pero Jesús les dijo: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo” (Lc. 24:39).  A pesar de que mantenía toda la apariencia del cuerpo natural, tenía manos, pies, podía ser tocado; empero era un cuerpo celestial, un cuerpo sobrenatural, que supera todas las limitaciones físicas, también es un cuerpo inmortal, dice la Biblia: “Ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él” (Ro. 6:9).

                San Pablo en una contundente afirmación de que Cristo resucitó indica: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos…” (1 Cor. 15:20).  “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Co. 15:14).

                Pero amados, la experiencia personal de millones y millones de personas transformadas por el poder de la resurrección de Cristo; la historia de los millones de mártires que han ofrendado su vida gozosamente esperando la resurrección, demuestra hasta la saciedad que positivamente Cristo resucitó, y que ni nuestra predicación ni nuestra fe han sido en vano.

                Las voces de millones de millones de cristianos, a lo largo de la historia de la Iglesia se han elevado al cielo en adoración y en alabanzas a Dios por la obra expiatoria, por la muerte, y por la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Rev. Luis M. Ortiz
Revista Impacto Evangelístico, Edición Marzo/2016 páginas 38-39.


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