La casa de Dios. Hechos 7:47-50.

“Mas Salomón le edificó casa; si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta:  El cielo es mi trono, Y la tierra el estrado de mis pies.  ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor;  ¿O cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas?”
 

CONCLUSIONES.

Este texto bíblico nos da una idea de la grandeza de Dios como persona; pues el espacio con su cielo es infinito y este es su trono, donde Él se sienta y la tierra la usa como estrado para sus pies.

Moisés edificó un tabernáculo en donde descendía la presencia de Dios en forma de nube, para hablar con él y con el pueblo. Salomón edificó una casa donde descendía la gloria de Dios, cuando el pueblo le adoraba y le ofrecía sacrificios.  Pero en ninguna de las dos habitó permanentemente; más si tenía allí sus oídos dispuestos a escuchar el clamor del pueblo.

Sin embargo en estas casas hechas por mano de hombre no puede habitar Dios, dada su grandeza y porque es ilógico que un ser tres veces Santo habite en una casa hecha por manos pecadoras.  También, como lo insinúa el texto, ¿Cómo agradaremos a Dios, haciéndole un tempo con materiales que el mismo creó?

 
EL TEMPLO QUE SÍ PUEDE HABITAR DIOS.

Hay una casa o un tempo en cada uno de nosotros, el corazón (no el físico) que es parte del alma.  Este tempo sí lo puede habitar Dios, a través de la presencia de la tercera persona: Su Santo Espíritu.  Solo que cuando el templo está sucio de pecado o por la indiferencia ante Dios, entonces el Espíritu Santo no puede habitar en él.  Para que esto suceda necesitamos una limpieza con la sangre de Jesucristo y esta la obtenemos cuando reconocemos nuestros pecados, le pedimos perdón a Jesucristo, le recibimos como nuestro Señor y Salvador y empezamos a vivir una vida de obediencia y santidad a la Palabra de Dios.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

 

 

 

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