La deidad de Jesucristo pate II.
“Viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo,
preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo
del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías,
o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque
no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.” Mateo 16:13-17.
La determinación de más de
doscientos millones de cristianos evangélicos dispuestos a morir como mártires
durante las persecuciones imperiales y las inquisiciones religiosas, era igual
a la de los primeros cristianos, quienes se negaron a admitir la deidad de
César y proclamaron la deidad de Jesucristo; no podían aceptar un mediador que
no fuera Cristo.
Este pasaje bíblico muestra que
en el pueblo había opiniones diversas y distintas acerca de la persona y de la
identidad de Cristo, pero todas equivocadas, y las había hasta mal
intencionadas, como las de los fariseos, que le tildaban de sedicioso ante las
autoridades políticas, y de blasfemo ante las autoridades religiosas. La única
respuesta correcta salió de los labios del apóstol Pedro, la que le fue dada
por revelación divina.
Igual a Dios
En su oración intercesora
hablando con el Padre, Él decía: “Y todo
lo mío es tuyo, y lo tuyo es mío” (Jn. 17:10). Para poder redimirnos “... siendo en forma de Dios, no estimó el
ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y
le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se
doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de
la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de
Dios Padre” (Fil. 2:6-11).
Los hombres mataron a Cristo,
porque se hacía igual a Dios (Jn. 5:18). Pero Dios lo resucitó vindicándole
como Hijo de Dios (Ro. 1:4). “Sentándole
a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y
poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino
también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies” (Ef.
1:20-22). Conjuntamente con el Padre y el Espíritu Santo forman la Santísima
Trinidad, cuya evidencia bíblica es abrumadora. Su igualdad con el Padre es
evidencia de la deidad de Cristo.
Su nacimiento y vida
Las profecías y los detalles
milagrosos acerca del nacimiento de Cristo, como doscientos setenta, hubiesen
sido humanamente imposibles de cumplirse, a no ser que el que habría de nacer
fuera el Hijo del Dios Altísimo. Estos centenares de profecías y detalles
milagrosos que se cumplieron al pie de la letra en su nacimiento fueron
confirmados por millares de milagros y prodigios realizados por Cristo en su
vida y ministerio que probaban su deidad.
Por ejemplo, su victoria sobre
Satanás en la tentación en el desierto; la proclama de Juan el Bautista
presentándolo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; el
testimonio audible del Padre desde el cielo; su vida impecable, su amor y
paciencia perfectamente balanceada con su indignación contra la hipocresía; sus
enseñanzas, su doctrina, su sabiduría, su seguridad, su autoridad. No había
enfermedad del cuerpo, de la mente o del espíritu que Él no pudiera sanar,
echaba fuera demonios y aun los demonios reconocían que estaban ante el Hijo de
Dios. Él calmaba la tempestad, multiplicaba los panes, resucitaba a los
muertos. Sabía perfectamente que iba a ser traicionado, arrestado, juzgado,
negado, condenado, maltratado, crucificado, que habría de morir, pero también
que habría de resucitar y saldría vencedor sobre el pecado, el diablo, la
muerte. Por cuarenta días se apareció a sus discípulos, y luego ascendió a los
cielos, y se sentó a la diestra de Dios. Con su vida impecable, victoriosa y
llena de obras sobrenaturales dejó abundante evidencia de ser el Hijo de Dios.
La eficacia de su sacrificio
“... como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la
muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”
(Ro. 5:12). Y “por cuanto todos pecaron,
... están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23). Por lo cual “ningún hombre podrá en manera alguna
redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate” (Sal. 49:7). Entonces, para
poder redimir al hombre hacía falta una persona santa, impecable, divina; para
que pudiera dar su vida y su sangre como precio para el rescate del hombre
pecador (Ro. 3:10, 23). Y esa persona es nuestro amado Salvador Jesucristo, de
quien la Biblia nos dice que en el propósito de Dios Él “fue inmolado desde el principio del mundo” (Ap. 13:8).
Es por la preciosidad de su sangre
inocente, pura, inmaculada, divina, incorruptible, eterna, presentada como
ofrenda por el pecado del hombre, que Él hace perfectos para siempre a los que
creen en su nombre y aceptan su sacrificio, y ya Dios nunca más se acordará de
sus pecados (He. 10:14-17). La eficacia de su sacrificio proclama la deidad de
Cristo.
El triunfo de la Iglesia
La determinación de más de
doscientos millones de cristianos evangélicos dispuestos a morir como mártires
durante las persecuciones imperiales y las inquisiciones religiosas, era igual
a la de los primeros cristianos, quienes se negaron a admitir la deidad de
César y proclamaron la deidad de Jesucristo; no podían aceptar un mediador que
no fuera Cristo, pues dice la Biblia: “Porque
hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo
hombre” (1 Ti. 2:5). Todo esto es posible porque Jesucristo es el Señor,
todo esto proclama la deidad de Jesucristo.
Rev. Luis M. Ortiz
Fundador del M.M.M.