¿Con qué cuerpo resucitaremos? 1 Corintios 15:35-44.

“Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?  Necio, lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes.  Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano; pero Dios le da el cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo.  No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves.  Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales.  Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria.  Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción.  Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder.  Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual.”

 
CONCLUSIONES.

Ya sabemos de antemano que nuestro ser es trinitario en forma similar a como lo es Dios, porque somos hechos a su imagen y semejanza.  Estamos compuestos por cuerpo, alma y espíritu; pero el cuerpo no puede trascender más allá del mundo físico; por ser constituido de materia terrenal.  En cambio los otros dos componentes sí pueden transcender al mundo espiritual, dado que no son de constitución física; sin embargo, sin un cuerpo que los represente estarían incompletos (el alma y el espíritu); es así como en la resurrección, Dios dará a cada uno su propio cuerpo; pero un cuerpo celestial, un cuerpo glorificado, similar al que tenemos actualmente pero no físico, el cual podrá desempeñar las mismas funciones y que tendrá la apariencia de cuando estábamos en nuestra juventud sanos y fuertes y sin ningún vestigio de enfermedad.  Si le faltaba una pierna, allá la tendrá; sino podía caminar, allá sí podrá hacerlo; si dependía de la insulina para sobrevivir, allá no la necesitará.

Para que una nueva planta nazca, se debe sembrar su semilla y esta debe morir, antes de dar paso a un nuevo ser.  Por tanto, el cuerpo que tenemos actualmente no será el definitivo para vivir por una eternidad en el reino de los cielos; este tiene que morir y dar pasa a uno nuevo de tipo espiritual, si es que en nuestra vida física recibimos a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador y decidimos obedecer a su Santo Evangelio.  Habrá muchos muertos que también serán resucitados para condenación; es decir tendrán su cuerpo espiritual antes de presentarse ante el juicio final y después del juicio serán lanzados al lago de fuego y azufre junto con satanás y todo su ejército.

Dios da a cada hombre su propio cuerpo y a cada semilla también su propia planta.  Si aquí en la tierra apenas hay similitudes en dos personas entre 18 millones, en el mundo espiritual también habrá esta particularidad para cada persona.  La particularidad de ese cuerpo espiritual es que no estará sometido a las leyes físicas como la gravedad y el desgaste por el movimiento y por el tiempo.  Allá dicho cuerpo nuevo no envejecerá, ni se enfermará, ni experimentará tristeza ni dolor; esto es para los que se salvan, pues allí estará Dios alumbrando, secando toda lágrima si la hubiere y llenando de gozo el corazón de toda criatura.  En cambio, para los que se pierden, los gusanos siempre estarán presentes en su cuerpo, comiéndolo a medida que este se vaya regenerando y el fuego los cubrirá a cada minuto, haciendo que la persona grite adolorida.  Por eso hay que aprovechar este tiempo entregando el control de nuestra vida a Jesucristo, pues Él es el único que nos puede salvar de la condenación eterna.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

 

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