¿Ya tienes el sello de la redención?

Efesios 1:13-14.

“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.”

CONCLUSIONES.

Para comenzar, veamos este texto bíblico: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.” 1 Juan 3:8.  Esta es una imagen de la triste realidad que vive la mayor parte de humanidad, quien heredó el pecado de Adán y Eva.  Pero la humanidad no es del diablo por haber nacido en pecado; sino porque continúa practicándolo, a pesar de las advertencias que hace Dios en su Palabra, la cual se ha difundido en la mayor parte del mundo.

Para poder escapar de esta situación es necesario tener el SELLO DE LA REDENCIÓN.  Este sello es la escritura pública que transfiere la propiedad de las almas del dominio del diablo al reino de Dios.  Suena ilógico que Dios siendo el creador necesite escritura pública de las almas, para poder disponer de ellas y hacerlas verdaderos hijos y coherederos con Jesucristo de las riquezas celestiales; pero lastimosamente, Dios dio libertad al hombre para que peque, si así lo desea y esto es lo que más le gusta hacer; pero debe saber que, al pecar, está voluntariamente trasfiriendo su escritura del reino de Dios al reino de las tinieblas.

Para obtener este sello de la redención, se deben dar estos pasos:

1.  Escuchar la palabra de verdad.

Esta palabra es el evangelio de la salvación, entregado por Jesucristo a sus apóstoles y discípulos para que sea difundido por todo el mundo.  En aquella época de Jesús hubo doce apóstoles y muchos discípulos, pero hoy en día también es discípulo todo el que haya entregado su vida a Jesucristo y decida llevar a cabo la gran comisión de ir por todo el mundo y predicar el evangelio.  El mundo de hoy no tiene excusa, porque el evangelio llega a sus oídos a través de la radio, de la televisión, de la internet, de los medios escritos, de los correos electrónicos, de las iglesias cristianas situadas en cada barrio, en cada ciudad y en cada nación; el problema básicamente es que el hombre no quiere escuchar, no quiere reconocer que hay un Dios y en el peor de los casos escucha, pero no quiere obedecer al llamado. 

2.  Creer en Jesucristo.

Si escuchamos la palabra de verdad y creemos en ella y acudimos a Jesucristo arrepentidos y le recibimos como nuestro Señor y Salvador y empezamos a vivir una vida de obediencia y santidad a Dios, entonces habremos cumplido con este requisito que nos llevará finalmente a obtener el sello de la redención.  Hay dos formas del verbo creer: La forma pasiva y la forma activa.  La forma activa se convierte en fe, porque hay hechos que respaldan esa creencia.  En la forma pasiva, el hombre escucha; pero en su interior no se produce ningún cambio, ya sea por falta de voluntad o porque sencillamente no han creído de verdad.

3.  Recibir el sello del Espíritu Santo.

Una vez empezamos a caminar con Jesucristo, entonces se deben dar dos bautismos: El bautismo en agua que es básicamente un compromiso con Dios y el bautismo en el Espíritu que nos confiere la llenura del Espíritu Santo, quien entra en nuestro corazón y hace su morada permanente allí, mientras el hombre siga perseverando en los caminos de Dios.  Cuando el Espíritu Santo entra en nuestra vida, entonces nos coloca el sello de la redención.  Este sello es la garantía de nuestra herencia; es decir, la escritura pública mediante la cual podemos esperar hasta el día de nuestra redención y obtener la posesión que adquirimos en el momento que nos convertimos en verdaderos hijos de Dios.  La primera posesión es una vida eterna llena de gozo, paz y amor; la segunda posesión, una morada celestial o un precioso apartamento en la nueva ciudad de Jerusalén, la que tiene calles de oro y mar de cristal.  La tercera posesión son todas las demás riquezas espirituales a las que tenemos derecho por ser verdaderos hijos de Dios.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

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